Argentina contenía la respiración desde hace días. Un país en estado de tensión absoluta que sólo desapareció cuando el sevillista Gonzalo Montiel convirtió el cuarto y definitivo penalti de la tanda de una final histórica contra Francia, resuelta desde los once metros tras el loco 3-3 de los 90 minutos y la prórroga.
Cientos de miles de personas se habían concentrado en las calles de Buenos Aires y del resto del país para ver una final que comenzó a las 12 de la mañana hora local, y terminó pasadas las tres de la tarde. La capital argentina estalló en un grito desde todas las plazas y desde todas las casas, acompañando a los más de 50.000 compatriotas que animaban en Qatar en las gradas del Estadio Lusail.
La fiesta se trasladó al Obelisco de la Avenida 9 de julio, el lugar clásico de celebración en Argentina, con un clima propicio para una tarde-noche larga, con la entrada del verano a las puertas el próximo 21 de diciembre.
Argentina se ha olvidado durante un mes de las dificultades sociales y el descalabro económico del país, en un Mundial que era el ahora o nunca para Leo Messi, que ya sabe que se retirará con una Copa del Mundo y no tendrá que soportar la comparación con Diego Armando Maradona. Messi ha contribuido además con siete goles en un Mundial notable, con dos tantos en la final.
Qatar 2022 ya es su México 1986, como para toda una generación de argentinos que no vieron a Maradona y sufrieron el amargor de la derrota en la final de 2014 contra Alemania.