Ucraniana y de habla rusa, de 34 años e hija de un camionero: la mujer entró en el entorno de Mar-a-Lago fingiendo ser una rica heredera
Érase una vez una rica heredera llamada Anna de Rothschild. Solo que no era rica, no pertenecía a la dinastía de banqueros europeos y ni siquiera se llamaba Anna. Pero aun así logró intimar tanto con la gente de Mar-a-Lago que Donald Trump la invitó al campo de golf y posó sonriente junto a ella y el senador Lindsey Graham, en una de las muchas fotos que ella ha compartido en redes desde la residencia de el ex presidente en Florida.
La exclusiva del Pittsburgh-Post Gazette salió a la luz justo cuando se publicaban extractos de la orden de registro de la mansión de Trump por el FBI y que revelaban 184 documentos confidenciales, 25 de los cuales son de alto secreto, recuperados en Mar-a-Lago en enero pasado.
Una confirmación indirecta, por si aún era necesaria, del peligro que supone guardar ese tipo de material delicado en un lugar que es a la vez la residencia de la familia Trump y un club privado, con el peligro potencial de caer en las manos equivocadas: por ejemplo, las de un extranjero que no es quien dice ser.
Anna, de 33 años, viste de firma, lleva un Rolex en la muñeca, conduce un todoterreno Mercedes de 170.000 dólares, parece una gran agente inmobiliaria, afirma que habla muchos idiomas y en su carné de conducir, que el FBI incautará junto con dos pasaportes falsos, figura la dirección de una mansión de 13 millones de dólares en Miami Beach en la que nunca ha vivido.
Anna en realidad se llama Inna Yashchyshyn es una inmigrante ucraniana de habla rusa hija de un camionero de Illinois, y ahora está bajo investigación no sólo en Estados Unidos, donde se lleva a cabo “una gran investigación sobre sus actividades financieras pasadas y eventos que la llevaron a la casa del ex presidente”, sino también en Quebec.
“Un gran malentendido”
A los agentes, el 19 de agosto, les dijo bajo juramento que nunca había usado el nombre de otra persona. Al diario que ha revelado su historia le habló de un gran malentendido, y acusó a su ex socio comercial de crear documentos con el nombre de Rothschild y su foto para hacerle daño.
Lástima que queden testigos fotos de sus numerosas visitas a Mar-a-Lago. “Fue una puesta en escena casi perfecta”, asegura al periódico de Pittsburgh el ex banquero John LeFevre, que se cruzó con ella en la piscina del club. “Todos la mimaban y, por la mística de Rothschild, nunca investigaban, al contrario, la trataban con sumo cuidado”.
La ruptura con su ex socio habría detonado el castillo de mentiras de Anna, que llamó la atención de los investigadores. Valeriy Tarasenko, de 44 años, un empresario de Florida que creció en Moscú, afirma que conoció a Yashchyshyn en 2014 y le permitió vivir en su apartamento de Miami a cambio de que le ayudara con el cuidado de sus hijos durante sus viajes de trabajo.
Más tarde, llegaron denuncias de abusos cruzadas: él la acusaba de golpear a los niños; ella a él, de abusar de ella. Ahora Tarasenko es uno de los testigos contra Inna-Anna: “Usó su identidad falsa de Rothschild para acceder a ese entorno y entablar relaciones” con los políticos estadounidenses, entre otros Donald Trump, Lindsey Graham y Eric Greitens, ex gobernador de Misuri, aseguró ante el tribunal de Miami.
Su ex socio, bajo acusación
Ella sostiene, en cambio, que siempre ha actuado guiada por él. En 2015 se convirtió en presidenta de una organización benéfica que lleva el mismo nombre que una organización similar fundada por Tarasenko en Canadá cinco años antes. La empresa, United Hearts of Mercy, que se suponía que ayudaría a los niños pobres, era en realidad una fuente de fondos ilícitos para el crimen organizado.
¿Estafadora o espía? “La pregunta es si se trata de un fraude o de una amenaza de inteligencia”, afirma al Gazette el ex agente del servicio secreto Charles Marino “El hecho de que nos hagamos esta pregunta ya supone un problema”.
Una simple verificación de documentos habría sido suficiente para desenmascarar a Anna: se habría demostrado que no existe ninguna mujer con su nombre y fecha de nacimiento, en 1988. Pero eso tampoco se hizo, y la comitiva de Trump conocía la verdadera identidad de la mujer infiltrada desde marzo. Lo supieron casi por casualidad, advertidos por otro miembro del exclusivo club.
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