Es una mañana apacible de principios de otoño y Lola Herrera camina tranquila por el barrio madrileño de Chamberí. En septiembre estrenó Adictos, su última incursión teatral. Siete meses antes dijo definitivamente adiós a Menchu, la Carmen Sotillo de Cinco horas con Mario. “Un traje de quita y pon” diseñado por Miguel Delibes, como ella mismo lo define, que ha llevado intermitente durante más de cuatro décadas, en un ejercicio insólito en los escenarios españoles.
“Es un traje de quita y pon. Durante el tiempo que los haces, los personajes te enseñan muchas cosas y con eso te quedas, con lo que intercambias con ellos. Y luego, pues cada uno por su lado”, relata con naturalidad Herrera en una extensa conversación con El Independiente. A sus 87 años, es uno de los grandes nombres de las artes escénicas, una actriz incombustible que está decidida a persistir “mientras pueda”.
“No creo que me quede mucho tiempo porque no tengo 26 años. El cuerpo tira bastante todavía y no voy subirme a un columpio o hacer el Circo del Sol pero sí lo que creo que puedo hacer, con lucidez”, arguye, rebosante de vitalidad y proyectos. Con el traje de Menchu guardado y con la sensación de haber soltado, por fin, lastre. “Este oficio no puede ser jamás autómata porque el público lo detectaría a la primera. Y más en un monólogo”, narra.
43 años sobre los escenarios
La adaptación teatral de Cinco horas con Mario, firmada por el propio Delibes y José Sámano, se estrenó en el teatro Marquina de Madrid el 26 de noviembre de 1979. Estaba dirigida por Josefina Molina e interpretada por Herrera, quien reconoce no haber llevado nunca la cuenta de las representaciones que ha realizado en la piel de Menchu, la mujer que repasa su vida durante el velatorio de su marido, Mario Díez Collado, catedrático de instituto fallecido de un infarto a los 49 años. “Para mí es una función nueva cada día”, advierte.
Sin embargo, se cuentan por miles las funciones de uno de los personajes más conmovedores de la literatura española contemporánea. “Menchu me ha sorprendido todos los días que la he interpretado porque es algo nuevo. Aunque lleves tiempo haciendo una función, siempre encuentras nuevas motivaciones y nuevas imágenes que te llevan a la comprensión de otras cosas. Delibes escribió un personaje que no tiene fin”, indica la actriz.
Menchu encarna un tiempo que, hasta la última de las representaciones, seguía llenando el teatro. “En apariencia es una mujer simplona, pero habla de una sociedad, de un tiempo y de una provincia que puede ser cualquiera. Y de cosas que se van moviendo, que no son estáticas”, dice la persona que en más ocasiones ha transitado por un personaje que el crítico literario Rafael Conte describió como “la perfecta señorita de provincias, mediocre, insegura, superficial, que se apoya en los convencionalismos sociales y en el más oscuro reaccionarismo político para apuntalar una vida vacía y sin demasiado sentido”.
Una visión que Herrera comparte, después -hilvana- de haberse asomado a ella “desde todas las perspectivas”. “Creo que la he mirado con todos los objetivos habidos y por haber. Ahora la miro desde mis 87 años. Miro a Menchu y miro una época que, de alguna manera, he conocido y veo los pasos de gigante que hemos dado las mujeres en estos años y, al mismo tiempo,la fragilidad de ese emponderamiento, de todo lo que conseguimos las mujeres. Parece que siempre se tambalea”.
Un legado excepcional
Por Fernando Zamácola Feijóo, director gerente en Fundación Miguel Delibes
Fue un encuentro afortunado. La adaptación teatral de Cinco horas con Mario es un magnífico ejemplo de las obras llevadas a las tablas que han sido multiplicadores del efecto de una obra. Lola Herrera es ya un icono de Carmen Sotillo, de Menchu. Interpretarla durante más de cuatro décadas es algo excepcional en el panorama del teatro español. Es muy difícil encontrarse con alguien que ha representado un papel durante tanto tiempo y con tanta solvencia. Y, además, no es un papel fácil, porque toda la obra descansa en la actriz. Y aún así, es un monólogo que es capaz de mantener la atención del público durante toda la obra.
Es el monólogo de una viuda que se dedica durante cinco horas a hacerle prácticamente solo reproches a su marido. Pero a través de esos reproches lo que hace es la descripción de un tiempo, de cómo era la vida en una ciudad pequeña de provincias; cuáles eran las preocupaciones; cuáles eran esas luchas altruistas que le marcaba el marido y que la mujer no entendía.
Delibes hizo algo muy valiente en dos sentidos: al adoptar un formato que a priori normalmente sería duro, el monólogo; y al atreverse a describir situaciones que quizás entonces no eran muy políticamente correctas. Y lo hizo como siempre hacía las cosas: con sutileza, pero con dureza. Y acabó diciendo verdades como puños.
«Lo de Menchu era una frivolidad»
En su monólogo al pie del féretro, Menchu evoca una vida en común, con sus frustraciones y sus deseos no satisfechos. Son los últimos años del franquismo y la viuda lanza constantes reproches a su difunto marido. Le recuerda la reclamación nunca atendida de tener un coche -aunque sea el “seiscientos” que, a su juicio, todos tenían, «como el ombligo»- y deja al desnudo un matrimonio infeliz, marcado por una religión y una moral que asfixian y son una impostura. “Fíjate, ella quería un seiscientos y en mi casa a lo que aspirábamos era a tener un trozo de pan. Lo de Menchu era una frivolidad”, responde tajante la actriz.
Un retrato social de finales de la década de 1960 cuyas similitudes Herrera asegura con espanto hallar ahora en algunas de sus correligionarias. “En los últimos tiempos he descubierto que hay mujeres como Carmen Sotillo. Mujeres en puestos de responsabilidad, en la política por ejemplo, a las que oigo hablar y no tienen nada que envidiarle a Menchu. A mí es algo que me asusta un poco porque pensar que a estas alturas hay mujeres que atentan contra sí mismas resulta gravísimo”, comenta la veterana actriz. “Carmen no es más que el resultado de haber nacido en una familia que le ha enseñado unos principios que van en contra de ella, porque era una dictadura y las mujeres no existíamos”.
“Y después, se casó con un hombre que, como intelectual, tampoco le hace mucha caso ni le enseña nada. Todo estuvo en su contra. Aunque parece esperpéntica, es una víctima. Por eso no tiene razón de ser ahora que haya mujeres como ella, cuando existe tanta información”, desliza acostumbrada a tomar distancia con un personaje con el que, insiste, no comparte absolutamente nada. “En estas décadas me he desvestido mucho de Menchu. A la vez que la interpretaba, hice cine y televisión. No me ha costado trabajo y no me está costando ahora quitarme el traje”, confiesa.
Aunque parece esperpéntica, es una víctima. Por eso no tiene razón de ser ahora que haya mujeres como ella
Tras su estreno, Herrera regresó a Menchu en 1984, 1989, 2001, 2004, 2016 y el año pasado. Una sucesión de fechas que han establecido un caso inédito, el de la misma actriz encarnando el mismo personaje a lo largo de decenas de años. Una obra que, a juicio del directora de la obra teatral, Josefina Molina, resulta «feminista”. “La defensa de la mujer y sus derechos comienza en nuestro país, como tantas cosas, por la autocrítica. Cinco horas con Mario es, para mí, como una divertida sesión de psicoanálisis en la que el psiquiatra es el propio espectador”, apunta.
“Es que habla de nosotros y de lo que pasaba aquí no hace mucho tiempo”, replica Herrera, muy crítica con «la desmemoria” que -en su opinión- define la vida actual de sus compatriotas. “La obra es de una riqueza tan grande que sigue interesando y enganchando. A las últimas funciones ha asistido la cuarta generación. Yo me he encontrado con la familia al completo, la abuela, la madre, la hija y la nieta, y es realmente emocionante”, asevera.
La inspiración de mi padre
Por Elisa Delibes, hija del escritor y presidenta de la Fundación Miguel Delibes
Cinco horas con Mario fue una obra que le costó mucho escribir. Yo tenía 15 años cuando la estaba escribiendo y sé que le costó mucho el comienzo. Es junto a El Camino la que tiene más traducciones en el extranjero y también es de las que se han hecho más tesis doctorales. Hace unos meses viajé a Macedonia para presentar la adaptación teatral, su traducción más reciente.
Si mi padre estuviera hoy vivo, se alegraría del éxito de Lola Herrera en Cinco horas con Mario porque realmente eran buenos amigos y se querían mucho.
Mi padre se fijaba mucho en las amigas de mi madre, en cómo hablaban. Cuando salió el libro yo pensé que se iban a reconocer, pero no fue así. Hay pasajes en la obra que son absolutamente familiares. Cuando un padre le llega a Mario con un lechazo y éste se lo tira por el hueco de la escalera, eso le sucedió a mi padre y tuvo la misma reacción. Cuando íbamos a ver la obra, eso nos hacía mucha gracia. Y sí, mi familia tuvo un Seiscientos, de color verde.
Una obra en perpetua transformación
Herrera continúa preguntándose qué diría Delibes, con quien trabó una estrecha amistad, si hubiera asistido a algunos de los últimos pases, con un patio de butacas a rebosar. “Si Miguel estuviera aquí, no daría crédito de que todavía estuviéramos interpretándola. Estaría feliz de ver que el público sigue respondiendo. A mí me fascina la cantidad de gente joven que la ha estado descubriendo últimamente”.
Lo más bonito ha sucedido todos los días, con gente disfrutando de la representación
Para la actriz, el teatro debe cumplir la función de “hacer recordar”. “Debe mostrar lo bueno, lo malo, lo regular, lo edificante, el horror, lo maravilloso y lo fascinante. El teatro es un vehículo vivo”, esboza quien guarda un recuerdo “gris” de la España previa a 1975. “Yo coleccionaba hilos y canicas de colores. Supongo que, de alguna manera, necesitaba ver color. Una dictadura nunca es buena, especialmente para la gente obrera, para la gente de mi clase social. No teníamos libertad, ni de palabra ni de obra. Lo maravilloso es lo que nosotros intentábamos hacer lo que podíamos con lo que teníamos, con la esperanza de que aquello se iba a acabar algún día”.
Desde hace 43 años, Cinco horas con Mario ha recorrido teatros de toda la geografía española. En la Fundación Miguel Delibes se conservan cerca de 250 críticas periodísticas de una adaptación teatral que el escritor vallisoletano siempre celebró y a la que siempre ha acompañado el respaldo del público. “Lo más extraño que me ha sucedido interpretándola fue cuando una señora salió del patio de butacas gritando ‘Puta, puta’ y se marchó. Lo más bonito ha sucedido todos los días, con gente disfrutando de la representación”, desvela Herrera.
En cuatro décadas de singladura, «el público también ha cambiado muchísimo». «Piensa que cuando estrenamos en 1979, todo el mundo estaba en silencio porque era un velatorio. La gente se lo tomaba muy en serio. Había, además, mucho pudor por manifestarse y eso ha ido modificándose afortunadamente», admite Herrera. En las últimas funciones, el humor parecía dominar. “La gente se ríe porque hace una lectura sutil que va profundizando a partir de las historias y los personajes que va citando Carmen”.
Una novela universal
Por Amparo Medina-Bocos, comisaria de la exposición sobre Cinco horas con Mario
¿Cómo es posible que Cinco horas con Mario interese en culturas muy alejadas a la nuestra? En parte, su éxito tiene que ver con el conflicto que plantea, porque la obra tiene muchos niveles de lectura y entonces, aunque la situación social, política y demás varíe, el conflicto de fondo, que es la incomunicación dentro de una pareja, resulta un asunto universal.
La obra no es tanto un monólogo como un diálogo sin respuesta, porque esta mujer, Carmen Sotillo, se dirige en segunda persona a su marido, que está muerto, pero le habla como si estuviera todavía vivo. Es una persona que habla con las expresiones, con las muletillas, con todo lo que era característico del español coloquial y conversacional de entonces. Tiene un valor enorme como experimento lingüístico.
En la novela se abordan preocupaciones de aquellos momentos como la situación de la universidad en los años 60; el acceso a la cultura de sectores cada vez más amplios de la población; las ideas nuevas de los jóvenes que están más abiertos al diálogo; la rápida subversión de los valores tradicionales; referencias a cierta prensa crítica; el enchufismo; y también aparecen aspectos económicos, como la existencia de los polos de desarrollo y Valladolid fue uno de ellos; la emigración española; o el turismo extranjero. Se habla también del afán consumista de amplias capas de la población, pero también aspectos religiosos como la actitud del clero joven, que empieza a tener preocupaciones sociales o la situación de renovación dentro de la Iglesia.
Es un documento extraordinario de cómo era la España de mediados de los 60 y cómo la veían las gentes que estaban más o menos de acuerdo con el estado de cosas existente.
Un mundo «descerebrado»
¿Y cómo observa Herrera, acostumbrada a interpretar a una mujer de la década de 1960, la sociedad española de 2022? “Vamos muy deprisa. Existe una falta de reflexión generalizada. Hay que parar un poco y que las cosas reposen. Me preocupa el ascenso de la extrema derecha y el desprecio hacia tantos seres humanos. Ningún extremo es bueno, ni en la derecha ni en la izquierda”, responde. “Es un mundo un tanto agobiante y descerebrado, de progreso a lo bestia. Me pregunto hasta qué punto puede ser eso considerado progreso. Detecto, además, mucha frivolidad en todo y bastante individualismo”, detalla.
“Tampoco entiendo que la gente se desahogue poniendo verde a alguien en las redes sociales. No me gusta el orden de prioridades que existe en estos momentos. La prioridad tendría que ser que todo el mundo pudiera vivir y tener una vida normal”, recalca Herrera, para quien “existen muchos volcanes que no son visibles, pero que están desprendiendo mucha materias nocivas”.
Menchu era una frustración de los pies a la cabeza, una mujer con muchas cosas encima: culpa, deseos y miedos
Durante los años que se puso en la piel de Menchu, Herrera siempre se encomendó a Delibes. “Todos los días, antes de levantar el telón, decía: ‘Miguel, ayuda, ayuda’”, rememora. “Nunca tuve nada que ver con Menchu porque tuve la fortuna de nacer y crecer en una familia progresista, que tenía la mente abierta. Siempre supe las libertades que no tenía y que quería tener”, explica. “Menchu era una frustración de los pies a la cabeza, una mujer con muchas cosas encima: culpa, deseos y miedos”, dice quien mejor la ha llegado a conocer.
Herrera, que entre función y función pasea a su ritmo por Chamberí, su barrio, dice haberse quedado sin tiempo. “Ya no lo hay para Cinco horas con Mario. Esto se ha alargado demasiado. Y ahora, a otra cosa mariposa”, murmura. “Si volviera a nacer, no dudaría en volver a ser actriz. Es una forma de vida. Si no hubiera podido hacer tantas mujeres, me hubiera aburrido conmigo misma. He podido meterme en la piel de muchas mujeres y tirar de hilos que andan por ahí dentro y que una misma desconoce”, concluye.