Las pancartas de apoyo a las hermanas Alana y Leila han desaparecido de las vallas que rodean los campos de juego del Institut Llobregat de Sallent (Barcelona). Cuelgan de los balcones de su domicilio, donde sus padres, abuelos y el hermano menor esperan la recuperación de Leila mientras lloran la pérdida de Alana. Junto a la portería, flores y velas recuerdan a la joven y envían ánimos a su familia.
En el instituto un único cartel, sobre cartulina lila, recuerda a las gemelas: «Amor a toda la familia. Leila, recupérate pronto, te queremos guerrera». Algunos de sus compañeros juegan a baloncesto en el patio, frente al cartel. Dos chicas salen del instituto ensayando un baile. Es viernes. A las puertas del fin de semana, la vida sigue en Sallent.
Hace dos semanas que las dos hermanas se precipitaron por el balcón de su casa, en un tercer piso de la calle Estación, a la entrada del municipio. Alana murió en el acto. Leila se recupera el Hospital Parc Taulí. Sigue en estado grave, pero no se teme por su vida.
Atrás quedaron dos cartas manuscritas en las que Alana afirmaba que estaba cansada de la situación que estaba viviendo y dejaba entrever que malvivía bajo la presión de su entorno, aludiendo a su voluntad de iniciar una transición al cambio de sexo. Su hermana aseguraba que «pensaba acompañarla donde fuese». «Eran un solo corazón entre las dos» señaló su abuelo Gustavo a El País.
No es la primera, ni la única
El caso de Alana no es único. Tampoco en Sallent. Otros padres han denunciado actitudes de acoso a sus hijos. Carme Cabestany, profesora y portavoz de la NACE (No al Acoso Escolar), regresa este fin de semana a Sallent a petición de padres del instituto que relatan episodios de acoso en el Instituto de las dos gemelas.
«No se dio importancia» al acoso en el instituto, apunta Cabestany. «Son cosas de niños» es «un apriorismo erróneo» que esta experta advierte de que se repite mucho más de lo previsto, demasiado pese a los casos que por desgracia han llegado a la opinión pública. Especialmente tras la pandemia.
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Las fuerzas de seguridad del Estado reciben de media un millar de denuncias de acoso escolar (lesiones, amenazas, trato degradante…), según la Asociación Española para la Prevención del Acoso Escolar (Aepae). Sin embargo, organizaciones como Save The Children, la UNESCO y Amnistía Internacional (AI) elevan los casos entre el medio millón y los tres millones de niños españoles afectados por este tipo de maltrato.
Según Amnistía, el 96% de los casos identificados como sospechosos de acoso que recibió el número de atención telefónica del Ministerio de Educación en sus dos primeros años de funcionamiento (2017 y 2018) no fueron denunciados a la inspección educativa. El pasado noviembre se entregaron al Gobierno más de 230.000 firmas para que el acoso escolar sea considerado delito. Sus impulsores son los padres de Kira, una adolescente que se suicidó en mayo de 2021 en Barcelona por motivos que todavía investiga la justicia.
En Cataluña, el Parlament aprobó en 2020 «ofrecer datos oficiales; visibilizarlo y recoger el bullying en los proyectos educativos de centro y en los planes de acción tutorial» como medidas de prevención del acoso escolar. Pero nada de eso se ha implementado, critica Cabestany.
Soledad de la víctima
El resultado, lamenta, es que en casos como el de Sallent el Instituto no pudo, o supo, afrontar la situación. Aunque también critica que el centro no haya respondido a la oferta de NACE para dar formación a profesores y personal docente, alumnos y familias para dar herramientas con las que afrontar el acoso. De hecho, la propia Cabestany ha vuelto este fin de semana a Sallent con un psicólogo de la asociación para dar apoyo a otros padres que reportan otros casos de maltrato en la localidad.
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En el caso de las gemelas Alana y Leila, el maltrato empezó en el centro de educación primaria y se prolongó en el instituto, porque los acosadores compartían espacios con ellas también en la educación secundaria. Es habitual que los roles se perpetúen, explica Cabestany, «unos se instalan en el rol de maltratados, y otros en el de maltratadores». Y si el centro no interviene, advierte, ese niño que ha crecido asumiendo el rol de maltratado puede mantenerlo después en el entorno laboral o de pareja.
En localidades pequeñas y medianas, añade, en las que maltratadores y maltratados coinciden constantemente «la víctima nunca está a salvo». Una indefensión que han multiplicado las redes sociales, coinciden todos los expertos. El móvil se ha convertido en el peor enemigo de las víctimas de maltrato escolar.
Y los profesionales tienen muy pocas herramientas para hacer frente a esta epidemia creciente, advierte Cabestany. Los estudios universitarios de magisterio, pedagogía y psicología «no dan prácticamente nada sobre el acoso escolar, es un tema tabú» denuncia.
Acento, cambio sexo y la permisividad del instituto
En el caso de Alana y Leila, todo confluyó contra ellas. Las dos niñas llevaban dos años viviendo en Sallent, y durante los dos años fueron acosadas por su acento argentino, por no saber hablar catalán, por la delicada situación económica de la familia. Y en los últimos tiempos, según relatan desde el entorno de las niñas, por la decisión de Alana de cambiar de sexo y hacerse llamar Iván.
Pero esas fuentes también hablan de una más que excesiva permisividad de los responsables del instituto ante el acoso del que eran víctimas. El Departamento de Educación de la Generalitat ha asegurado que Alana recibía atención psicológica de la orientadora del centro. Pero lo cierto es que apenas había tenido su primera cita con la psicóloga.
Y eso después de meses de protagonizar conflictos en los que, en más de una ocasión, las víctimas fueron las que acabaron castigadas en «la nevera». Así llaman en el Institut Llobregat a la estancia donde permanecían los alumnos expulsados cuando no podían enviarlos a clase. También los cambiaron de patio o los enviaron a clases de segundo de ESO -ellas cursaban primero- para evitar conflictos. El centro, por tanto, conocía el problema; pero éste nunca tuvo consecuencias para los acosadores.
Fracaso del sistema
El sábado posterior al suicidio de Alana, unos desconocidos vandalizaron el memorial espontáneo que familiares y amigos habían ido dejando junto al portal de las gemelas. Los carteles contra el bullying aparecieron con pintadas con spray negro en las que se leía «Ayuntamiento corruptos» y en el otro «okupas». Al día siguiente se enterraba a la niña fallecida.
El pasado miércoles, una manifestación integrada por familiares de las niñas y padres y madres del instituto recorrió Sallent desde el domicilio al Instituto, pasando por el colegio de primaria. Reclamaban justicia y la dimisión del director del centro.
Tras hacerse público el intento de suicidio de dos menores de 12 años, la consejería de Educación se apresuró a descartar el acoso escolar. El instituto no había activado ningún protocolo, argumento el consejero Josep González-Cambray. Apenas un día después el mismo departamento admitía que trabaja «con un escenario multifactorial, con condicionantes sociales y familiares» y que ha activado a técnicos de la Unidad de Apoyo al Alumnado en situación de Violencia (USAV) para abordar este asunto «a fondo».
Este martes la portavoz del Govern, Patricia Plaja, pedía «disculpas en nombre de todo el Govern porque el suicidio de una menor es un fracaso de todo el sistema».