Allí estaba Doñana de repente, chorreando un poco en la mesita de la comparecencia tras el Consejo de Ministros, como una toalla con palmera, como si Teresa Ribera, Isabel Rodríguez y Luis Planas acabaran de llegar de una playa de Huelva o de la propia playa de niños, suegras y cinquillo que es el Gobierno. Allí estaba Doñana en la mesa, con resol y casi con mosquitos, con algo de flor y algo de cepo, igual que un arrecife coralino, con algo de inquietud / satisfacción foodie y ecofriendly, como una sopa vegana que salva el planeta y tu Instagram. Era extraña la cosa, esos ministros de pronto como zancudas sobre Doñana, flotando o anidando en Doñana, cuando el Gobierno no se ha ocupado mucho de Doñana. Bueno, excepto cuando Sánchez va por el Palacio de las Marismillas a hacer como de fauno devoto del marisco. Pero ahora todo es Doñana, el planeta se vacía por Doñana, el mundo se quema por Doñana y Europa sangra por Doñana, un poco como Sánchez se vacía, se quema y sangra por la campaña.

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