Ione Belarra quiere usar la diplomacia con Rusia y enviar tanques a Mercadona, donde los pollos de pollería apenas resisten al capitalismo despiadado allí como enterrados en una nieve de Leningrado. O algo así, vamos, que a la ministra se la ve bastante más beligerante contra Juan Roig por levantar pirámides de patatas como zigurats capitalistas que contra Putin, que a ella le parece un señor con jersey navideño que se puede convencer con una charla de chimenea. Cuando uno tiene unos enemigos tan entrañables como Mercadona, ese ogro capitalista en su guarida capitalista, con ese lujo de chuletones sangrientos y esa esclavitud egipcia de señoras jorobadas tirando del carrito, no va a buscar enemigos más nuevos y ambiguos. Enemigos, además, que hacen la guerra a limpios cañonazos, no esa sucia guerra a pellizcos contra los pobres, como sucios pellizcos en su barra de pan. Esto se entiende, pero lo que pasa es que Belarra es ministra, es Gobierno, no es una estudiante con el moño sujeto con el lápiz que hace guerras de estribillos y de sobacos.
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