La ministra Darias nos ha quitado la mascarilla, otra vez, cuando le ha venido bien a ella y cuando la ciencia y la gente ya iban a su aire gastando, según, mascarilla decorativa, mascarilla quitamultas, mascarilla aprensiva, mascarilla burocrática, mascarilla de cogérsela con mascarilla, mascarilla volada como una pamela o mascarilla olvidada como un novio. En el metro todavía hay gente durmiendo dentro de sus mascarillas como en sacos de alpinista, leyendo dentro de sus mascarillas como bajo unas sábanas de niño soñador, pensando dentro de sus mascarillas como dentro de una escafandra muy científica. Pero la mayoría no las llevan, diría que hace mucho (hay una comodidad y una soltura, un ir sin mascarilla como un ir sin bragas, que se nota hasta en la conversación). Yo creo que ellos ni estaban pendientes de Darias ni saben quién es, como casi nadie. Llegará el 8 de febrero, o cuando sea, y veremos el metro igual, con el que está con la mascarilla como con su manta escocesa y el que hace como aros de humo con su boca desnuda, con costumbre, habilidad y golfería.
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