Julio Llamazares (1955) es un animal narrativo, desde que tiene uso de razón, se recuerda a sí mismo escribiendo chismes, historias y fantasías. Una condición por la que sigue fascinándose a sus 68 años. En su último libro, Vagalume (Alfaguara), el escritor leonés se pregunta precisamente por esta misteriosa vocación, ¿dónde radica la necesidad humana de escribir?
En Vagalume, el periodista y escritor indaga en la vida secreta de uno de esos escritores que son capaces leer aún a riesgo de no ser leídos, una reflexión sobre la pasión de entenderse a través de la escritura, pero también es un canto a la nostalgia, al periodismo y a esa España de provincias donde el tiempo parece haberse detenido.
Pregunta. Hay una cuestión permanente en tu última novela sobre qué puede haber detrás de la necesidad de escribir. ¿Por qué escribe Julio Llamazares?
Respuesta. Desde que tengo memoria de mí mismo, me recuerdo escribiendo. La pasión o la necesidad de escribir es algo vocacional, es un misterio. Hace unos años hicieron una entrevista a los escritores más importantes del mundo en una revista francesa, que no recuerdo cómo se llamaba, y la única pregunta era: «¿Por qué escribe usted?» Había unos que decían que para sobrevivir y otros que para pasar el rato, unos para seducir y otros por misantropía. De todas las respuestas, a mí me llamó mucho la atención una de Stephen Vizinczey, el húngaro que escribió En brazos de la mujer madura, respondió: «Yo no sé por qué escribo, lo único que sé es que fui un gran mentiroso de niño». Me hizo pensar mucho, porque yo también fui un gran mentiroso de niño, no en el sentido moral, sino en cuanto a la mentira como fantasía. Tolstoi cuenta lo mismo, que desde pequeño nos gustaba inventar otros mundos, fantasear, contar mentiras, pero no con intención utilitaria, sino por contar. Los novelistas nos dedicamos a contar mentiras. Otra cosa es por qué se cuentan esas mentiras o para qué sirven esas mentiras, si para para contar la verdad a través de ellas. Porque al final lo que menos importa es que sea verdad o mentira lo que se cuenta, sino lo que a través de esas historias nos cuentan. Don Quijote ha sobrevivido al rey de su época y no era real, nunca mejor dicho. Por eso existe el misterio de la literatura, que es la necesidad de vivir más vidas.
P. A mí hay una que me gusta mucho, de Paul Auster, que decía: «No es que sienta un gran placer escribiendo, pero es mucho peor si no lo hago».
R. Al final la escritura es una droga que necesitas para seguir viviendo. La escritura es una adicción no sólo en el caso de los escritores, sino también en los lectores. Los lectores de verdad son adictos a la lectura y es una adicción como otra cualquiera.
P. En la novela aparecen dos formas casi difuminadas entre sí de escribir, que son la literatura y el periodismo, como buen conocedor de ambas ramas, ¿qué te aportan cada una de ellas?
R. Yo creo que el periodismo es una rama de la literatura, son dos caras de la misma moneda. El periodismo cuenta el presente y la literatura el pasado y el futuro. En la literatura, la materia prima es la memoria y la imaginación y en el periodismo la realidad y la actualidad. Pero la herramienta que manejan es la misma, el lenguaje. Un reportaje periodístico es una novela para consumir en el momento, y una novela es un reportaje para consumir en el tiempo, para dilatar en el tiempo. Pero en el fondo son lo mismo, contar a los demás lo que sientes y piensas.
P. En este caso, para Vagalume has elegido el género de suspense ¿Por qué?
R. Una misma historia se puede contar de muchas formas, el acierto o el fracaso de un escritor es encontrar o no la mejor forma de contar esa historia. Podría haber hecho un ensayo literario sin más, porque esta novela son varias novelas, una dentro de otra. Opté por hacer una meta literatura que va de fondo y el envoltorio es un suspense, tampoco con grandes acontecimientos, pero hay una trama de suspense que arrastra al lector y entre tanto ya has plasmado tus pensamientos sobre el hecho de escribir o de vivir. No deja de ser un truco para enganchar al lector.
P. Otra de las claves es la ubicación, una España de provincias donde parece que el tiempo no pasa
R. Es que ese es mi origen. Uno se nutre de la experiencia propia y de la experiencia colectiva de la gente que le rodea. Y a mí lo que me interesaba era plasmar ese mundo de los personajes varados, lo ejemplifica muy bien ese puente abandonado por el río al que se refieren en la novela. Personajes que se quedan plantados en un sitio por la razón que sea, por cobardía, o porque no pueden hacer otra cosa, mientras la vida sigue por otro lado. Hay muchas personas así y esa España interior de provincia tiene también algo de ciudades que se han quedado paradas en el tiempo.
P. También es una novela muy melancólica.
R. El retorno siempre produce melancolía. Al fin y al cabo, el narrador vuelve al funeral del que fue su maestro como periodista y eso le hace recordar todo el tiempo que ha pasado con él. Luego empiezan a ocurrir descubrimientos en torno al personaje que hace que mire hacia él con otro espíritu, casi de detective. Mientras investiga el misterio que hay detrás de ese personaje, en apariencia un hombre con una vida provinciana y tranquila de periodista, de repente descubre que hay otras vidas tras él y eso también le hace reflexionar sobre sobre él mismo como escritor, sobre el paso del tiempo y sobre muchos otros temas.
P. El gran misterio está en saber por qué escribe un hombre que no pretende que lo lea nadie.
R. Esa frase resume Vagalume: «Un escritor es aquel que seguiría escribiendo aunque nadie lo leyera». Para un escritor la vida no se entiende sin escribirla, esa es la quintaesencia del libro. Vivimos en una época en la que se ha trivializado mucho todo. Ahora todo el mundo escribe, si no lo haces no eres nadie. Pero una cosa es escribir libros y otra cosa es ser escritor. El 90% de la gente que está en los escaparates de las librerías no son escritores, es gente que ha escrito libros. Cualquier delincuente, cualquier banquero que va a la cárcel, cualquier cantante de moda, todo el mundo escribe una novela. El oficio de escritor ya no es marginal. Como decía Cela en la única entrevista que le hice: «Cuando yo empecé a escribir, lo peor que le podía pasar a una señora decente era tener un yerno escritor». De repente eso ha cambiado y ahora escribir parece que da prestigio y glamour. Hay muchos que buscan esa recompensa de la escritura que nada tiene que ver con el hecho de escribir. Escribir, decía Pessoa, es mi manera de estar solo, y todos esos escriben precisamente para tener mucha gente alrededor.
P. Hay mucho influencer en el mundo editorial.
R. No hay más que esperar a la Feria del Libro para ver que el 90% de los que están firmando libros no son escritores. Es más, los pocos escritores que van son los que menos cola tienen. Yo, cuando voy a firmar, exijo firmar sólo en una caseta, no es por elitismo, pero uno tiene un sentido de la dignidad. Un día me pusieron a firmar con un torero y con un presentador de televisión, que no sabía quién era, Risto Mejide. Llegó en plan estrella de rock, con guardas jurados, no saludó a ninguno de los que estábamos en la caseta, ni a los dependientes. Al final la Feria se ha convertido en un gran circo comercial, la propia sociedad se ha convertido en un gran circo comercial. No nos queda otra que convivir con ello.
P. Otra de los de las cosas que ha cambiado es el periodismo, en la novela se dice que ahora las redacciones están llenas de «ratas de ordenador».
R. Eso lo dice el personaje resabiado,es la confrontación entre el periodismo de 40 años atrás, donde los redactores estaban iban a de copas y salían a la calle para enterarse de las cosas y ahora todo es digital. Cuando he ido a algún periódico, a El País en las últimas veces, parecía el centro de mando de la NASA, todos atentos a sus ordenadores. Llega un momento en que el periodista pierde el contacto con la realidad, porque en el mundo virtual tiene más acceso a información y a fuentes de información. Lo que ha cambiado es la forma de hacer periodismo. Pero pensar que es mejor lo de antes que lo de ahora tampoco está bien. Son periodismos distintos. Pero esto ha pasado siempre a lo largo de la historia, cuando inventaron la imprenta los que copiaban a mano dijeron «se acabó el libro», y el libro ha seguido en otros formatos.
P. También se dice que la de Cultura es una buena sección porque hay muy poca gente que la lea.
Eso que dice es verdad, a los que empezaban de becarios los metían en cultura, donde si metías la pata no pasaba nada. Sin embargo, si metías la pata con el político de turno te metías en un lío. La cultura en el periodismo suele ser residual, cuando para mí es lo más importante, porque es lo que queda cuando has olvidado lo que has aprendido, es el poso de lo que lees, lo que ves, lo que piensas. A veces la gente piensa que tener cultura es saber muchas cosas, pero yo he conocido gente que no sabía leer ni escribir, campesinos que no pudieron estudiar, pero tenían una visión mucho más rica de su propio entorno. Luego he conocido gente con dos carreras universitarias que son unos auténticos incultos, porque más allá de su especialidad no saben nada. No hay que confundir la cultura con la acumulación de información, para eso está Google. El pensamiento que se destila a través de tu propia conciencia, eso es la cultura.
P. En una conversación entre dos de los personajes de la novela se dice que todos escribimos para alguien. ¿Para quién escribe Julio Llamazares?
R. En principio para mí y dependiendo de cada momento de la vida he escrito para alguna persona, no siempre la misma. Es importante tener alguien a quien dirigirte, como cuando estás hablando en público y tienes una mirada genérica, borrosa, necesitas elegir a alguien para centrarte, lo mismo pasa con la escritura. Al final las novelas las escribes para alguien. Esta yo la he escrito para alguien en particular.
P. ¿Puedo preguntar para quién va esta?
R. No (ríe), porque eso forma parte de la vida secreta de las personas y esta novela también habla del derecho a la vida secreta de la gente.