Al puesto de presidente del Consejo de RTVE muchos lo llaman «la silla eléctrica», porque todo aquel que asume el cargo aguanta poco y «acaba frito». Y algo de verdad hay cuando, desde el 2007, no ha habido ningún presidente que haya agotado su mandato (según la ley, son seis años). Luis Fernández dimitió en el 2009; Alberto Oliart, en el 2011; Leopoldo González-Echenique, en el 2014.
Si atendemos a esta supuesta tradición, casi matemáticamente regular cada dos o tres años, la reciente dimisión de José Manuel Tornero el lunes 26 de septiembre, tras tan sólo dieciocho meses en el cargo, no debería sorprender demasiado. Sin embargo, esta vez hay mucho que explicar tras esta decisión, pues no estamos delante solo de motivos personales o de unas cuantas desavenencias con los políticos de turno. Por lo que han explicado fuentes próximas a la situación, «la salida estaba más que cantada desde hacia semanas». Pero hay más: RTVE está sumida en una crisis importante, sin proyecto, con numerosos problemas internos y unas audiencias lamentables. En agosto, solo cosechó el 8,1% de cuota de audiencia, la peor de la historia de la cadena y muy alejada de las cifras cosechadas por Antena 3 (13,4%) y Telecinco (11%).
El supuesto acicate
No deja de ser irónico que el nombramiento de José Manuel Tornero, en marzo del 2021, se vendiera como un acicate a todos los problemas que arrastraba la corporación desde hacia décadas. No solo se explicó entonces que Tornero tenía un currículum de gran prestigio (es catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha colaborado con organismos internacionales como la UNESCO y es experto en alfabetización digital), sino que se anunció, a bombo y platillo, que su nombramiento se había conseguido a través de un acuerdo transversal entre los partidos de gobierno y de la oposición. Lo cual era cierto: tras dos años en que la periodista Rosa María Mateo ejerció de administradora única del ente, de julio del 2018 y marzo del 2021, PSOE, PP, Unidas Podemos y PNV fueron capaz de consensuar su nombre.
Según fuentes oficiales, aquello era un paso adelante decisivo en la despolitización de RTVE, un sueño largamente anhelado pero nunca alcanzado. Recordemos que en el 2006, en tiempos de José Luis Rodríguez Zapatero en la presidencia del gobierno, se aprobó una nueva ley (la 17/2006, de 5 de junio) que, entre otras cuestiones (como la prohibición de privatizar la producción de los informativos), ponía fin a la designación del director de la corporación por parte del gobierno. Era el Parlamento quien, a partir de ese momento, se encargaría de nombrarlo. Y el mandato pasaba a ser de seis años para evitar que coincidiera con una legislatura parlamentaria. Además, se creaba un Consejo de Administración con 12 miembros (el presidente de RTVE era uno de ellos), 8 escogidos por el Congreso y el resto, por el Senado.
El día en que se aprobó esta ley, el 11 de mayo del 2006, muchos se congratularon de la gesta. «Esta ley pone fin a la televisión de partido, de la deuda y de la corrupción», comentó Óscar López, entonces portavoz socialista. Y añadió que: «Crea una televisión del siglo XXI fuerte, de calidad, que informe y no manipule». Sin embargo, catorce años después de estas palabras, muchos dudan de que se hayan materializado. Más bien, la situación parece indicar lo contrario.
No solo RTVE arrastra una deuda supina –se calcula que este año podría superar los 580 millones de euros–, sino que no ha conseguido deshacerse de la alargada sombra del partidismo. De hecho, el propio nombramiento de Tornero, aunque se revistió de pacto transversal histórico, no dejaba de tener una lógica partidista detrás. Algunas fuentes sospechan que obedeció más a una jugada de Pedro Sánchez: pactar con el PP la cúpula de RTVE a cambio de consensuar la renovación del Consejo Superior del Poder Judicial. La primera parte se consiguió: cuatro de los nuevos consejeros llegaban a propuesta del PSOE, tres del PP, dos de Unidas Podemos y uno del PNV.
Pero esa pluralidad acabaría siendo una pesadilla para Tornero, que tuvo que hacer equilibrios complicados desde el principio. Algunos creen que, en su intento de mantener la imparcialidad, su principal problema fue que intentó bailarle el agua a todos; otros, por el contrario, aseguran que se escoró demasiado a la derecha. Algunos sectores de izquierdas consideraban que PP gozaba de demasiado poder en el consejo de administración.
Dudas sobre sus decisiones
Pero había más. Desde el principio, los trabajadores del ente público pusieron en tela de juicio algunas de las decisiones que adoptó Tornero sobre la programación. Según fuentes consultadas, el nuevo director hablaba todo el rato de hacer «una televisión tranquila», que frente a la crispación de otras cadenas, él quería apostar por un formato reposado, sobre todo de entrevistas. Pero la frase, sin duda bienintencionada, se traducía en una programación que se estaba convirtiendo en soporífera.
Algunas personas consultadas aseguran que Tornero «venía de un modelo trasnochado, de la televisión de los ochenta y los noventa. En su momento estuvo muy bien, pero esos formatos, con esos silencios tan largos, ya no son adecuados». Otras personas iban incluso más allá: «Tornero no había gestionado en su vida programas de televisión de verdad, venía de la universidad, de hacer discursos teóricos, abstractos».
Unos y otros ponían como ejemplo el programa Las claves del siglo XXI, una copia del mítico La clave que presentaba a finales de los setenta José Luis Balbín. En teoría, iba a ser el símbolo, el buque insignia del savoir faire de la televisión pública, un programa rigurosos, centrado en datos y argumentos, que iba a lanzar su particular cruzada contra la desinformación. «Vamos a traer a gente que sabe», llegó a apuntar el presentador, Javier Ruiz, «y vamos a acabar con el cuñadismo, con el todo el mundo opina de todo». Esteve Crespo, entonces director de contenidos informativos de RTVE, aseguró que era «una apuesta por el contexto, por alejarnos de la bronca y la polarización». El momento de su lanzamiento, además, dejaba claro su importancia en la parrilla: se iba a emitir en pleno prime time televisivo. Mientras Telecinco daba Montealto, sobre Rocío Carrasco y su madre, la tonadillera Rocío Jurado, TVE iba a apostar por sesudos datos y argumentos fidedignos.
La idea era excelente; su implementación, no tanto. El programa no tenía ritmo, el guion era pésimo y el tono iba desde lo intelectualoide a las excesivas ínfulas. «Un tostón», comentan algunas fuentes de la cadena. La audiencia estuvo de acuerdo. En la primera entrega, Las claves del siglo XXI solo consiguió el 5,5% del share o, lo que es lo mismo, 533.000 personas. En la segunda y tercera entrega los datos fueron aún peores.
Excesivo peso de las productoras
Hubo otra crítica de los trabajadores y también del sindicato CCOO hacia Tornero: que «no se ha hecho nada por recuperar espacios de producción propia, las productoras invaden cada segundo de las parrillas». No es una crítica nueva, desde luego, y sería injusto pensar que esta situación se ha debido exclusivamente a la gestión de Tornero. Ya desde tiempos de Luis Fernández como presidente de RTVE, allá por los años 2007 a 2009, los trabajadores se quejaban de la «excesiva externalización». Pero en aquellos años, las audiencias iban como un tiro (La 1 llegó a ser líder indiscutible en la temporada 2008-2009, superando claramente a Telecinco), por lo que las críticas quedaron algo ensombrecidas.
Ahora la situación es la contraria (las audiencias están en caída libre) y que encima muchos programas sean producidos externamente escuece demasiado. CCOO ha pedido repetidamente que programas como La hora de la 1, actualmente producidos parcialmente por la productora Tesseo, pase a ser producida íntegramente por los servicios públicos. Cada programa, por cierto, cuesta 60.200 euros.
Las cosas claras
Otro buen pellizco se llevaba Las cosas claras, el programa que Jesús Cintora presentaba de lunes a viernes. Rosa María Mateo admitió que se cada programa costaba 43.048,38 euros y que su producción corría a cargo de Lacoproductora, la compañía dirigida por José Miguel Contreras, antiguo director de La Sexta.
Cuando el programa comenzó a emitirse, en noviembre del 2020, los sindicatos pusieron el grito en el cielo: no por el presentador, ni el programa en sí, sino porque, según la ley, no se puede contratar a una productora externa para realizar programas informativos. Aunque Cintora aseguraba en pantalla que su programa quería «dar información útil» y recalcaba una y otra vez que eran un «servicio público», Mateo salió al paso de la polémica argumentando en una comparecencia ante la Comisión Mixta de control parlamentario que Las cosas claras no era, en realidad, un «programa informativo», sino un «magacín de actualidad informativa». La explicación, un tanto rebuscada y no del todo creíble, se ha usado en varias ocasiones para justificar otros programas similares también en manos externas a la cadena.
Pero sigamos con Cintora y Las cosas claras porque hay más. Algunas personas consultadas consideran que, precisamente, la decisión de poner fin al programa en julio del 2021 y, sobre todo, el despido de su presentador, Jesús Cintora, fue el principal desencadenante del fin de Tornero. El principio de su fin, vaya.
Cuando se anunció su cese, la indignación en las filas parlamentarias de Unidas Podemos llegó a tal punto que solicitaron la comparecencia inmediata de Tornero en las Cortes. Según la formación morada, la decisión obedecía a cuestiones políticas –una supuesta voluntad del PP y de Vox de que el programa terminase porque era muy crítico con ellos–.
«Escorada a la derecha»
No acabó ahí la cosa y lo podemitas siguieron cuestionando la gestión de Tornero. Sofía Castañón, portavoz podemita en la comisión parlamentaria mixta de control de la corporación de RTVE, le reprochó a Tornero que la mayoría de los tertulianos de TVE tuvieran «un sesgo ideológico de derechas». La portavoz se quejó de que hubiera una «infrarrepresentación» de tertulianos cercanos a la izquierda y apuntó expresamente al hecho de que la directora adjunta de La hora de la 1 fuese una antigua directora de comunicación del ex ministro del PP Eduardo Zaplana.
Estas críticas, unidas a las vertidas por los trabajadores de la corporación y a las pésimas audiencias, hicieron que en Moncloa se dispararan las alarmas. Según algunos, el ejecutivo de Pedro Sánchez estaba preocupado por la marcha de los acontecimientos, sobre todo por las audiencias y por el predominio de la derecha en un año en que electoralmente hay mucho en juego, con las elecciones locales en mayo (y unas cuantas autonómicas). Según algunas fuentes consultadas, hubo presuntamente movimientos para que Tornero dejara de tener la última palabra y dar más peso a figuras como José Pablo López, director de contenidos y ex director general de Telemadrid.
Sea como fuere, el ruido y los rumores fueron de tar calibre que Tornero decidió tomar una decisión. Técnicamente, solo lo podía cesar el Consejo de Administración o, como mucho, el Congreso de los Diputados lo podía revocar. Pero él decidió que no hacía falta llegar a tales extremos. Lo más rápido y efectivo era renunciar. Y así lo hizo. La silla eléctrica había fulminado una vez más a otro director del consejo.