A las 10 de la mañana del pasado domingo, al mismo tiempo que la Cumbre del Clima abría sus puertas en la ciudad costera egipcia de Sharm el Sheij, uno de los principales iconos de las revueltas que en 2011 desalojaron del poder a Hosni Mubarak dejó de beber agua en la cárcel que cumple condena por su participación en manifestaciones pacíficas y prodemocracia. Comenzó entonces la agónica cuenta atrás de Alaa Abdelfatah, una batalla que su familia vive con angustia, preparándose para el peor de los escenarios.
“Realmente estamos muy preocupados. Alaa se encuentra muy frágil y no tenemos información sobre la evolución de su salud”, denuncia en declaraciones a El Independiente su madre, Leila Soueif, que este lunes aguardaba noticias de su hijo a las puertas de Wadi al Natrun, una cárcel situada en pleno desierto, en el camino que une El Cairo con Alejandría. Alaa, de 40 años, es uno de los rostros juveniles que iniciaron el levantamiento contra Mubarak en enero de 2011. Pertenece a los movimientos seculares que reclamaron un país democrático desde la plaza Tahrir de la capital. Desde entonces, salvo breves períodos de libertad, ha pasado la última década entre rejas por diversas sentencias relacionadas con su activismo.
“Cuando las luces se enciendan el domingo, beberé mi último vaso de agua. Lo que seguirá es desconocido”, escribió el propio Alaa hace unos días en la carta semanal que le permiten remitir a su familia. “Esta semana ha pasado con ligereza y la próxima también pasará igual. He seguido mi rutina con normalidad porque he tomado la decisión de intensificarla en un momento que considero adecuado para mi lucha por mi libertad y la de los presos de un conflicto en el que no participan, o del que intentan escapar; para las víctimas de un régimen que es incapaz de manejar sus crisis si no es con la opresión, incapaz de reproducirse si no es con el encarcelamiento. La decisión fue tomada mientras me inunda tu amor y anhelo tu compañía”, agregó.
Cuando las luces se enciendan el domingo, beberé mi último vaso de agua. Lo que seguirá es desconocido
alaa abdelfatah, opositor egipcio
En la actualidad, Alaa cumple cinco años de condena por supuestamente difundir noticias falsas, unas de las acusaciones empleadas por la justicia egipcia para perseguir a la disidencia. Ha pasado nueve años ininterrumpidos entre rejas. Su hijo Jaled, de 10 años, no tiene otro recuerdo de su padre más allá de la celda. Para tratar de poner fin a su calvario carcelario, Alaa, que tiene también la nacionalidad británica, inició en abril una huelga de hambre parcial -a razón de 100 calorías por día- que es total desde principios de noviembre. El pasado domingo adoptó la decisión de dejar de beber agua, agravando su estado y elevando las alarmas de un rápido deterioro.
Batalla diplomática de Reino Unido
“Hay muchos líderes europeos que han prometido tratar el caso de Alaa con el presidente egipcio Abdelfatah al Sisi pero no estamos seguros de que esos esfuerzos tengan éxito”, explica Soueif, profesora de literatura inglesa de la Universidad de El Cairo y miembro de una conocida familia de activistas políticos. Su marido Seif, fallecido hace unos años, dirigía un centro de ayuda a víctimas de violaciones de derechos humanos en Egipto y sus hijas Mona y Sanaa también son voces destacadas de los movimientos que han exigido el fin de la represión en el país más poblado del mundo árabe, con decenas de miles de opositores, intelectuales y periodistas encarcelados.
El último mandatario en sumarse al clamor exigiendo su liberación es Rishi Sunak, que viajó este lunes a Sharm el Sheij para participar en la COP27 en su primer periplo internacional desde que asumiera el cargo. En una misiva enviada esta semana a la familia, el primer ministro británico asegura que “seguirá insistiendo al presidente Al Sisi en la importancia que concedemos a la rápida resolución del caso de Alaa, y al fin de su inaceptable tratamiento”. “Se trata de una prioridad para el gobierno británico, tanto como defensor de los derechos humanos como por su nacionalidad”, esboza la carta.
“Creo que tiene la intención de hacer todo lo posible para salvar a Alaa, tenemos puestas nuestras esperanzas en él. Realmente creo que si hace de esto una prioridad política urgente, mi hermano estará en el próximo vuelo a Londres”, contesta esperanzada Sanaa Seif, la benjamina de la familia que también ha padecido meses entre rejas. Toda la familia se ha movilizado desde hace semanas pidiendo su puesta en libertad. Sanaa ha viajado a Sharm el Sheij para alzar su voz en el marco de la cumbre; Leila sigue los últimos desarrollos desde El Cairo; y el resto de la familia se halla en Londres, multiplicando los mensajes de auxilio. Sus parientes han pedido a Sunak que obtenga a diario “una prueba de vida” a partir de este lunes. “Si el mundo acude a Sharm, yo estaré aquí para recordarles lo que realmente ocurre en Egipto tras la fachada de esta conferencia”, indica Sanaa.
Es alguien muy decidido que incluso está dispuesto a morir por sus ideales. La cuestión ahora es vivir libre o morir
LEILA SOUEIF, MADRE DE ALAA
“Alaa es un hombre de 40 años que ha sido uno de los líderes del levantamiento de 2011. Ha estado en prisión casi la totalidad de los once años que han pasado desde entonces. Es alguien muy decidido que incluso está dispuesto a morir por sus ideales. La cuestión ahora es vivir libre o morir. Y ha decidido que no puede esperar más y que es ahora”, esboza Leila, una auténtica madre coraje que resiste a pesar del continuo hostigamiento del régimen egipcio y de la inquietud por el estado de su hijo, víctima de unas cárceles locales donde reina el hacinamiento, las vejaciones y la falta de higiene, acceso a atención médica y alimentación adecuada.
Llamadas a su liberación desde el plenario
La solidaridad con Alaa se ha extendido incluso intramuros de Egipto, a pesar de los enormes riesgos. Tres periodistas han iniciado este lunes una huelga de hambre a las puertas del sindicato de periodistas en El Cairo. Y las menciones a su batalla han resonado incluso en la sesión plenaria de la COP27. “Alaa Abdelfatah ha intensificado su huelga de hambre que comenzó hace más de 200 días. Ha dejado de beber agua. Su vida se halla ahora en grave peligro. Pedimos su liberación inmediata y la de todos los presos de conciencia”, ha denunciado Tasneem Essop, directora ejecutiva de CAN (Climate Action Network), la mayor red internacional de organizaciones -alrededor de 1.300 asociaciones en 120 países- que trabajan alertando de la crisis climática que padece el planeta.
Egipto es hoy una de las mayores cárceles de periodistas del mundo y el tercer país en aplicación de la pena capital. Decenas de miles de personas han sido arrestadas y encarceladas por su activismo político desde la asonada militar de 2013. Los espacios de libertad que sí hubo en la última época de Hosni Mubarak en el poder han sido convenientemente clausurados. El acceso a cientos de medios de comunicación se halla bloqueado y la vigilancia policial de las redes sociales es ubicua.
Si el régimen egipcio no quiere acabar con una muerte que debería y podría haber evitado, debe actuar ya. Si no, estará en todos los debates de la COP
La impunidad policial, la pobreza, la corrupción o los abismos sociales, algunas de las razones que llevaron a las revueltas hace 11 años, siguen plenamente vigentes e incluso se han exacerbado. «Egipto es un país con un historial de derechos humanos atroz y pésimo. Se aterroriza a la población incluso ante la perspectiva de protestar. Los egipcios han sufrido violencia masiva en los últimos nueve años. En 2013, 1.000 personas murieron en la calle en cuestión de horas. El espacio cívico está completamente cerrado», denuncia un activista.
Convertido en uno de los rostros de la represión, Alaa –cuya liberación exigieron hace una semana quince galardonados con el Nobel de Literatura, entre ellos Mario Vargas Llosa– podría correr el mismo destino que otro disidente egipcio Alaa el Selmy, fallecido recientemente tras protagonizar una huelga de hambre similar en una prisión del país. El tic tac de la cuenta atrás de Alaa martillea mientras los líderes mundiales desfilan por Sharm el Sheij. “Seamos muy claros; se nos está acabando el tiempo”, advierte Agnes Callamard, secretaria general de Amnistía Internacional. “Así que si las autoridades no quieren acabar con una muerte que deberían y podrían haber evitado, deben actuar ya. Si no lo hacen, esa muerte estará en todos los debates de esta COP”.