En un dramático giro de los acontecimientos, las fuerzas de ocupación rusas están multiplicando todo su frente en Ucrania. Un contingente de unos 20.000 soldados rusos lleva varias semanas aislado y acosado por los ucranianos en el lado occidental del bajo río Dnipro, y el colapso del contingente parece inevitable. A principios de septiembre, los ucranianos capturaron una gran bolsa rusa en Izium, al sur de Járkov; y repitieron esta acción en la zona adyacente de Lyman, donde los rusos huyeron a pesar de la orden de Vladimir Putin de mantenerse en pie. El ministerio de Defensa ucraniano calcula que ahora mueren 500 ocupantes -un batallón entero- a diario.
En el plano diplomático, China y la India, económicamente incómodas, han dado instrucciones a Putin para que ponga fin a la guerra, lo que ha afirmado que hará antes del 15 de noviembre. Pero teniendo en cuenta los reveses de su ejército, la única forma en que Putin podría poner fin a la guerra en sus propios términos sería mediante un ataque nuclear. Esta posibilidad exige una evaluación y una respuesta adecuadas por parte de Ucrania y del conjunto de Occidente.
En opinión de algunos observadores ucranianos, la prisa de Putin por impulsar en los territorios ocupados los recientes «referendos» escenificados sobre la unificación con Rusia puede explicarse por el empeoramiento de la posición del ejército ruso. Dado que los nuevos territorios anexionados son ahora «partes inalienables de Rusia», según la doctrina militar de Moscú podrían defenderse justificadamente con armas nucleares.
Otros observadores ucranianos piensan que los referendos pretendían mostrar a la opinión pública rusa que Putin ha conseguido «liberar» los territorios en cuestión. La defensa de estos territorios justifica ostensiblemente la reciente convocatoria de 300.000 o más reclutas. Un aspecto intrigante de este llamamiento es que las autoridades rusas no están bloqueando activamente la salida de los que eluden el reclutamiento hacia otros países, porque aparentemente esto elimina un elemento social potencialmente problemático y facilita un control autoritario aún más estricto.
Las intenciones genocidas de Moscú están claras en muchos actos
En una reunión del G20 que se celebrará próximamente en Bali a mediados de noviembre se debatirá una respuesta a la última amenaza nuclear. En este sentido, el probable sabotaje dirigido por el Kremlin del gasoducto Nordstream I y las anunciadas compras de dosis de yodo antirradiación para las tropas rusas en Ucrania podrían ser una locura calculada, destinada a subrayar la credibilidad de la amenaza. Esto produciría vacilaciones en el G20 y en otros lugares.
En este caso, a los ucranianos, como muchas veces en su historia, se les presentan alternativas malignas: un ataque nuclear si se resisten o la esclavización y el genocidio si se someten. Las intenciones genocidas de Moscú están claras en muchos actos.
Algunos de ellos son la declaración de Putin de que rusos y ucranianos son «un solo pueblo»; el arrasamiento completo de Mariúpol, una ciudad de medio millón de habitantes; el bombardeo masivo de barrios residenciales en la ciudad de Járkov y el arrasamiento de decenas de pueblos y aldeas; el secuestro de unos 300.000 niños, enviados a Rusia; el bombardeo de infraestructuras civiles como centrales eléctricas, depósitos de agua y presas; el bombardeo de escuelas, hospitales y maternidades, e incluso de objetos culturales como universidades, bibliotecas y archivos. Un broche de oro a estos crímenes son las torturas y ejecuciones generalizadas de civiles en todas las zonas de ocupación, alentadas por una instrucción militar que legaliza la «autosuficiencia» logística (el merodeo) de los soldados ocupantes.
Los ucranianos ya han soportado el equivalente a varios ataques nucleares
En otras palabras, los ucranianos ya han soportado el equivalente a varios ataques nucleares. Kiev y su ejército son plenamente conscientes de la amenaza nuclear, por terrible que sea, pero entienden que la sumisión y el posterior genocidio serían aún peores. Para los ucranianos, la guerra es existencial; y (al igual que Israel) simplemente no pueden permitirse ser derrotados, sin importar el coste.
Aun así, la situación de Ucrania no es desesperada. El brillante jefe operativo de las Fuerzas Armadas de Ucrania, Valeriy Zaluzhniy, señaló que las Fuerzas Armadas Ucranianas ya han destruido la mayor parte del ejército profesional ruso, es decir, los mejores oficiales, unidades de combate, técnicos y equipos. Al ejército ucraniano sólo les queda masticar la ola u olas de nuevos reclutas –el «ejército amateur» de reemplazo de Rusia-, cuya formación y equipamiento serán deficientes y las pérdidas elevadas. La mayoría de los generales rusos, que son el chivo expiatorio de los errores estratégicos de Putin, probablemente reconocen que su guerra convencional está perdida.
En tales circunstancias, lo mejor que puede hacer Occidente es aumentar el suministro de armas pesadas a Ucrania tanto como sea posible, para incrementar la sensación de inutilidad entre los generales rusos, incluyendo la inutilidad de un ataque nuclear. Más allá de esto, Estados Unidos y sus aliados deberían seguir advirtiendo a Moscú de las severas contramedidas en caso, o incluso en previsión, de un ataque nuclear.
Y, por último, habría que recordar a los altos cargos rusos y a las figuras políticas de la élite rusa que, de ser detenidos, se enfrentarían a un juicio en La Haya por crímenes contra la humanidad.
Dennis Soltys es un profesor canadiense jubilado de política pública y desarrollo internacional