La de George es una vida ligada a la guerra. Tras tres lustros en las filas del ejército de su país, Georgia, optó por buscar una existencia más tranquila. Cambió de país y de profesión. Aterrizó en Granada y durante los cinco años siguientes trabajó como portero de discoteca. Hasta que a finales de febrero el inicio de la invasión rusa de Ucrania le hizo desempolvar el uniforme y emprender el camino hacia el frente. De momento, sin retorno.
“Está sucediendo lo mismo que pasó antes en Georgia”, maldice George en conversación con El Independiente. Es una jornada tranquila en el frente y atienda la llamada sin prisas. “Creo que voy a pasar mucho tiempo por aquí”, balbucea. En la ciudad andaluza, donde comenzó una nueva vida, han quedado su esposa y sus cuatro hijos. “Echo de menos a mi familia pero necesito estar aquí. Mi misión es ayudar a otras familias”, explica.
Echo de menos a mi familia pero necesito estar aquí. Mi misión es ayudar a otras familias
George, de 33 años, es uno de los cientos de combatientes extranjeros que componen la Legión Georgiana, la más numerosa de las unidades formadas por ex soldados llegados de medio mundo que desde 2016 y por decreto presidencial está integrada en el organigrama de las fuerzas armadas ucranianas. “El nuestro es un grupo de operaciones especiales”, detalla sin entrar en más detalles. Su zona de operaciones es la región oriental del Donbás, el punto más caliente de la contienda que desde 2014 libran Ucrania y separatistas prorrusos.
Un cuerpo de élite y móvil
Su batallón se va desplazando por el frente. Acude a la llamada de refuerzos, según el curso de los acontecimientos. “Hace unos días fuimos a ayudar a una unidad. Era una zona que estaba siendo bombardeos. Los rusos querían conquistar dos pueblos pero logramos detener su avance. Se nota que carecen de experiencia y que tienen mucho miedo”, comenta. Desde hace semanas, las escaramuzas en el Donbás se hallan en tablas. En su último parte, el Instituto para el Estudio de la Guerra informaba este lunes de que las tropas rusas habían cosechado ataques limitados al sureste de Bajmut y al oeste y suroeste de la ciudad de Donetsk, mientras la ofensiva rusa al noroeste de Slovyansk había resultado infructuosa.
“Vamos allá donde piden nuestra ayuda”, reconoce George. “La situación es cada vez más difícil pero ahora al menos el territorio por el que estamos combatiendo está vacío. La población se ha marchado y eso nos facilita el trabajo”, desliza quien no ha olvidado las consecuencias de otra invasión, la que en 2008 Rusia perpetró contra su país natal. Tras el avance de las tropas rusas, Moscú reconoció la independencia de las regiones de Abjasia y Osetia del Sur.
“En aquel momento los ucranianos siempre nos apoyaron. Siempre estuvieron a nuestro lado. Hubo muchos ucranianos combatiendo a nuestro lado en Georgia”, evoca. “Mi corazón va en contra de los rusos porque fueron ellos los que mataron a mi gente y los que bombardearon muchos de los pueblos de mi país. Y el 20 por ciento de Georgia sigue bajo ocupación rusa”, dice con indisimulada sed de venganza. “No son humanos y no son un ejército normal. Ya lo estamos viendo: matan a civiles y roban sus propiedades. Putin es escoria”, dice del enemigo ruso y su máximo líder.
El joven asegura haber recibido un adiestramiento de élite, a manos de miembros de las unidades de operaciones especiales de Israel o en misiones de la OTAN en Afganistán. “Lo de Ucrania es diferente a lo vivido antes. En Kabul o en la provincia de Helmand el trabajo era básicamente de vigilancia. Consistía en patrullar el territorio. Aquí, en cambio, los bombardeos son continuos”.
Espero que la guerra termine pronto pero no tengo idea de cómo acabará
«Es también mi guerra»
“Ésta también es mi guerra”, murmura desde uno de los campamentos que usan para descansar y esperar la siguiente misión en el campo de batalla. “No me he planteado aún qué sucederá cuando regrese a España pero, si las autoridades me ponen problemas por haber estado luchando aquí, no tendré otra opción que hacer las maletas e irme a otro lugar”, señala.
Han pasado seis meses desde que dejara la ciudad nazarí, donde había encadenado trabajo como portero en varias discotecas. “La primera oferta laboral surgió de un amigo que conocí en un gimnasio en el que entrenaba en Granada. A partir de ahí no dejaron de llamarme”, relata. Su corpulenta figura, esculpida por años en el ejército y horas de ejercicio, le sirvieron de pasaporte hacia la noche granadina.
George se instaló en Granada con su esposa y sus dos hijos por indicación de un compañero. Unos meses antes había dejado las fuerzas armadas georgianas. “Terminé mi contrato y sentí que era tiempo de vivir tranquilo con mi familia. Pasaba mucho tiempo lejos de ellos en misiones y cursos”, apunta. Unos propósitos que quedaron desbaratados hace medio año cuando el conflicto en Ucraniano le enfrentó al dilema de reconciliarse con su antigua ocupación. Viajó en autobús hasta Polonia y desde allí en tren hasta el oeste de Ucrania, a contracorriente de los millones de desplazados que ha dejado la contienda.
Sin billete de regreso a casa
Su residencia en un país que considera hermano no tiene, de momento, fecha de caducidad. “Mi mujer llora todos los días pero le intento decir que tenemos que adaptarnos a esta situación. Les echo de menos. Cuando vuelva, lo arreglaré todo”, dice vagamente. “Me gusta España. Dos de mis hijos nacieron allí. Es un país en el que se puede vivir tranquilo y la gente es agradable”, asegura. El pequeño de sus vástagos apenas tiene año y medio.
Desde el frente, George insiste en que los ucranianos y los extranjeros que luchan a su lado “necesitan armas pesadas contra los aviones”. “Y son los políticos los que deben ayudarnos”, recalca. “Los ucranianos tienen mucho equipamiento y un grupo de operaciones especiales muy entrenado pero también cuentan con mucha gente sin experiencia, que necesitan ser adiestrados. Están mejorando”.
El invierno será muy difícil. No solo para nosotros sino también para los rusos
El joven no esconde que se avecinan meses duros. “El invierno será muy difícil. No solo para nosotros sino también para ellos. Estamos mejor preparados para encarar el clima adverso y contamos con la ventaja del conocimiento que tienen los ucranianos de su territorio. Los rusos no disponen de uniformes ni comida adecuados”, alega.
George mantiene las mismas cautelas de los analistas que desde hace medio año observan las idas y venidas del conflicto bélico, sin vencedor claro. “Espero que la guerra termine pronto pero no tengo idea de cómo acabará. Ahora mismo estamos mucho mejor de lo que lo estuvimos hace unos meses. Llegaron hasta las inmediaciones de Kiev y les resultó imposible conquistar la ciudad. En aquel entonces Ucrania no tenía equipos ni medios pero hoy cuenta con la ayuda de Occidente y la fuerza está de nuestro lado. Lo peor ya ha pasado”, esboza. El fin de su misión es incluso más complicado de predecir. La de George, el georgiano que se hizo granadino de adopción, es una vida entrelazada a la guerra.