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el 14% de los condenados por agresiones sexuales tiene menos de 18 años

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Hace unos días se hizo pública la denuncia de una niña de 11 años de Badalona que asegura haber sufrido una agresión sexual por parte de un grupo de seis menores de edad. Según el testimonio de la pequeña los jóvenes la encerraron a punta de cuchillo en un baño de un centro comercial, la violaron y lo grabaron todo en un vídeo que posteriormente fue difundido.

El caso ha provocado una gran conmoción social que se acrecentó al saber que cuatro de los presuntos agresores son inimputables al tener menos de 14 años, por lo que no tienen responsabilidad penal. Una situación que ha servido para poner sobre la mesa un debate educativo y penal sobre los jóvenes que cometen actos de este tipo, que los datos demuestran que están en aumento. 

Según el INE, desde 2017 hasta 2021 el número de menores de edad condenados por delitos sexuales en España creció un 63%. Durante ese periodo los casos aumentaron año a año con la única excepción de 2020, cuando la pandemia provocó que descendieran ligeramente.

La gran mayoría de esos jóvenes condenados habían cometido un sólo delito (en concreto, el 86% de ellos). Pero también hubo muchos reincidentes: el 9% habían cometido dos delitos, el 3% tres y el 2% cuatro o más. Este incremento delictivo entre los menores provocó que en 2021 el 14% del total de condenados por delitos sexuales en España tuviera menos de 18 años, lo que supone un aumento de un 2% respecto al 2017. 

«Los índices de reincidencia de los agresores sexuales son bastante altos. Cuando han conseguido su objetivo de control y satisfacción el refuerzo es muy potente. Por eso tienden a repetir, y más si es en grupo», explica Natalia Ortega, psicóloga sanitaria especializada en maltrato y abuso sexual infantil. Esto también explica por qué, en muchas ocasiones, los agresores optan por grabar y sacar fotos, tal y cómo sucedió en Badalona. «Quieren que quede inmortalizado. Ese momento lo viven como un hito en su carrera personal», comenta Ortega.

En cuanto al perfil del menor de edad condenado por delito sexual, el 98% fueron varones. Su nacionalidad fue española en el 75% de los casos, mientras que el 14% eran africanos, el 6% americanos, el 4% europeos y el 1% asiáticos. Cuando llegamos a la edad sorprende ver como, a pesar de que los datos están bastante repartidos, los que más agresiones sexuales cometen son, por orden, los de 15 y los de 14 años. Es decir, que los jóvenes más cercanos a cumplir la mayoría de edad, los de 16 y 17 años, son los que menos condenas de este tipo acumulan.

«Quizás esto pueda ser consecuencia de que los mayores tienen más consciencia de la repercusiones legales de esos actos si les pillan. Y los pequeños tienen menos desarrollada la empatía y un menor nivel de maduración en cuanto a impulsividad. Además, a esas edades están en una fase más de descubrir su sexualidad. Con 17 años los chicos pueden que ya hayan tenido relaciones consentidas con alguna pareja», reflexiona Ortega.

En cuanto a las medidas que la Justicia española adoptó contra los menores condenados, las más comunes fueron la libertad vigilada, la prohibición de aproximarse o comunicarse con la víctima, el internamiento cerrado, el internamiento semiabierto y la realización de tareas socio-educativas. En aproximadamente la mitad de casos únicamente se impuso una sola de estas medidas contra ellos, aunque en muchas ocasiones se llegaron a combinar varias de ellas.

Pornografía

Carmela del Moral, responsable de políticas de infancia de Save The Children, coincide con Ortega en señalar a la pornografía como una de las principales fuentes de información sexual que reciben los jóvenes, que desde muy pequeños comienzan a construir una imagen del sexo muy sesgada y poco realista, basada en la agresividad y la dominación.

«Parte de un contexto de desigualdad y patriarcal. Los chicos lo buscan para obtener respuesta a sus impulsos y deseos sexuales. Y también para entrar en el grupo, por camaradería o como si fuera un rito. Pero las chicas lo hacen para saber qué esperan de ellas los chicos y conocer qué les va a gustar a sus parejas. Y acaban enganchados por el subidón de endorfinas que te genera», afirma Del Moral. 

Precisamente un informe del año 2020 de Save The Children establece que la edad media del primer contacto con la pornografía es a los 12 años, pero también analiza interesantes diferencias en el consumo que realizan los jóvenes. Por ejemplo, dependiendo de cual sea su religión. El 64,6% de los no creyentes y el 62% de los católicos han visto porno alguna vez, frente al 43,7% de chicos de otras religiones. También hay disparidad por sexos: el 81,6% de ellos y el 40,4% de ellas consumieron porno en los 30 días previos a ser encuestados.

«El porno influye muchísimo, aunque no quieras. Y eso es lo malo porque luego te pueden gustar cosas que moralmente pueden no gustarte nada, pero te siguen poniendo. Es como que, aunque tú no quieras, te ponen». La cita, recogida en el mismo informe, es de un adolescente anónimo, y sirve para poner el foco en la manera en la que impacta la pornografía en ellos. Del Moral explica que cerca del 30% dejaron de hacer otras actividades por verlo. Y uno de cada tres chicos siente que consume más pornografía de la que le gustaría. 

«Controlar que no lo vean es una utopía, porque tienen acceso a cualquier dispositivo en muchos momentos del día», explica Ortega. Y añade: «El control y la prevención tienen que venir desde la comunicación de casa. Hablar con tus hijos de qué es y decirles que si se la encuentran eso no es lo normal cuando quieres o deseas a una persona. Porque si simplemente les dices que ver porno es malo sin ningún motivo lo van a buscar«.

En esa línea apuntaba también el informe de Save The Children, que tomando las cenas en familia como un «indicador de la calidad de la comunicación en el hogar», frente a aquellos adolescentes que cenan solos, aseguraba que «quienes siempre cenan en familia acceden menos a la pornografía».

Tratamiento de los agresores

Ortega explica que el tratamiento que siguen con los agresores sexuales menores de edad está muy marcado en función de si el menor ha querido acudir a terapia por voluntad propia o lo ha hecho sólo por imposición, como en el caso de las sentencias judiciales, que suele ser lo más habitual. Esos casos suelen ser más complicados, porque los jóvenes ven la terapia como un castigo, no como una oportunidad para «recuperar su salud mental y no reincidir», lo que hace que les cueste más ser sinceros y reconocer «el daño que han hecho». 

«Es muy importante el reconocimiento. Y otro pilar fundamental es la autoestima, que suele estar muy dañada. Por eso a veces cometen agresiones sexuales, para intentar sentirse superiores y tapar carencias», asegura Ortega, que detalla que durante el proceso hay que hacer una evaluación global que tenga en cuenta absolutamente todo: traumas del menor, parte emocional y conductual, sentimientos de culpa, control de impulsos y consumo de tóxicos, entre otras muchas cosas. «Por eso es fundamental trabajar también con su entorno, si se puede«, concluye la psicóloga.

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