Como una especie de Quijote sin armadura y obsesionado con las novelas de autoficción, Juanma, protagonista de La flor del rayo (Seix Barral), se obsesiona por culpa de un premio literario que le incita a traspasar la barrera que separa la realidad de la ficción para hacer de su vida una novela. Acompañado por su fiel escudero Boludo, un chucho impasible ante los desvaríos de su dueño, este escritor con tendencias hipocondriacas, maniaco y miedoso, comienza a forzar y a distorsionar todo lo que le pasa con tal de tener otra historia que contar.
La flor del rayo, el último libro de Juan Manuel Gil (Almería, 1979), relata el disparate en el que se puede convertir el hecho de buscar un enfoque narrativo en cada pequeña manifestación de la realidad. La novela esquiva la solemnidad de temas tan profundos como la muerte, el duelo o el amor refugiándose en el humor de la prosa espontánea y natural del ganador en 2021 del Premio Biblioteca Breve.
Gil, escritor y profesor de Lengua y Literatura en su natal Almería, formó parte de la primera promoción de residentes de la Fundación Antonio Gala. Empezó como poeta y, con su primer libro, Guía inútil de un naufragio (2004), obtuvo el Premio Andalucía Joven de Poesía. Desde entonces, se ha centrado en la narrativa, cumpliendo con esa frase que tanto le gusta repetir: «soy el claro ejemplo de que de la poesía se sale».
En su último libro, el escritor almeriense reivindica el papel de la autoficción que bebe de la tradición española desde Cervantes o el Lazarillo de Tormes, con ese toque de humor irónico y burlón capaz de reírse de sí mismo. En La flor del rayo, Juan Manuel Gil no pretende cambiarte ni arreglarte la vida, se conforma con divertir, entretener y conseguir que, mientras lees su libro, puedas sentirte dentro de él, que no es poco.
Pregunta. Has escrito un libro en el que el lector se convierte en una especie de voyeur que se hace cómplice del protagonista, ¿por qué nos atrae tanto meternos en la vida de los demás?
Respuesta. La literatura que me interesa tiene algo de fisgón, de poder mirar a través de una mirilla o de un ventanal lo que ocurre en otro lugar. Quizá el disparate de esta novela viene de que uno como lector se conforma con contemplar lo que ocurre, pero no interactúa, ni atraviesa determinadas líneas. Pero este escritor está dispuesto a atravesar todas las líneas precisamente porque es un escritor que entiende que la literatura no viene, a la literatura hay que ir. Esa literatura le va generando una especie de capa que impide que permee la vida contante y sonante, la vida con su pareja, con sus padres, con su vecindario. Todo lo explica a través del filtro de esa literatura y lo que ocurre cuando explicas tu vida a través del filtro de la literatura es que solamente entiendes lo que ha ocurrido cuando has terminado de escribirlo, cuando has llegado al final del libro y eso es demasiado tarde.
P. Para eso sirve precisamente la literatura, para salir un poco de este mundo.
R. La literatura es vivir fuera de este mundo para bien y para mal, nosotros recurrimos a la literatura porque sabemos que nos saca de este mundo, que es lo que buscamos y eso está bien, es una función loable de la literatura, no solo nos hace reflexionar o nos pone en la piel de otros personajes y nos lleva a lugares distintos, sino que además nos saca en el mundo en el que estamos, de las preocupaciones diarias, de la angustia vital o del cansancio del trabajo. Pero este personaje lo lleva a tal extremo que, no es que salga del mundo, lo sustituye, buscando encontrarle a todo una explicación de aporte narrativo.
Aplicar las claves narrativas a la vida de uno es un error absoluto porque estás malviviendo en una vida que no tiene nada que ver con la vida real. Ese es el drama que tiene, del que él mismo es consciente porque todo el mundo se lo dice, pero aun así él se empecina, probablemente por las mismas razones que casi todos nos empecinamos en no mover ficha en determinadas cuestiones de nuestra vida, por miedo. Es una persona hipocondriaca, con miedo a no escribir y se refugia en la literatura porque la literatura es en este caso el sitio donde se vive sin vivir, donde te enamoras sin enamorarte, donde sufres sin realmente sufrir y él se siente muy cómodo así.
P. ¿Cómo has conseguido evitar la solemnidad que se presupone en un drama así?
Esa palabra me viene muy bien porque creo que este libro es una parodia a la solemnidad que tienen muchos escritores o una parte importante de los escritores en el proceso de escritura. La literatura está llena de libros que se intentan adentrar en la mente del escritor para entenderlo y esa mente del escritor generalmente es solemne, como si el escritor fuese una persona sesuda, profunda todo el rato, que nunca se levanta para ir al baño, ni va a comprar banderillas para acompañar el vermú. Es algo que siempre me ha resultado de cartón piedra, nunca me lo he creído, me ha parecido que había mucha impostura, no solo porque los escritores se han empeñado en trasladar esa imagen, sino porque los estudiosos de esos escritores también lo buscan.
P. Puede que nos tomemos demasiado en serio a nosotros mismos cuando escribimos sobre nosotros.
El problema de muchos escritores en la actualidad es el exceso de tomarse demasiado en serio a sí mismos y su propia vida
R. El problema de muchos escritores en la actualidad es precisamente eso, el exceso de tomarse demasiado en serio a sí mismos y su propia vida, como si su vida fuera una especie de singularidad. En realidad no es tal, nos parecemos demasiado y probablemente porque las vidas de los que aparecen en los libros se parecen a las nuestras funciona, no porque sean especialmente singulares. Una de las cosas que precisamente busco con mis libros es que cuando los escribo huyo de la impostura, de sentirme un impostor, de engolarme demasiado, que el narrador se tome demasiado en serio y para eso recurro al humor, que es algo consustancial a la literatura española. Si vemos las grandes obras de la literatura española, el humor siempre ha estado ahí, hay escritores en nuestro país que son maestros de la ironía, ¿de dónde viene esto de ponernos tan serios, de tomarnos tan en serio a nosotros mismos? No lo sé pero yo creo que en el momento en el que estamos, donde todos somos tan egocéntricos, tan narcisistas, tan de selfies y después lo que hay detrás, a nadie le importa lo que sale detrás en las fotos, estamos demasiado pendientes del primer plano, yo creo que más que nunca debemos fortalecer una literatura que desmitifique eso y recurra al humor, a la parodia, que rescate el mensaje que nos transmitía Cervantes en el Quijote, con el Lazarillo de Tormes, nuestra literatura está trufada de eso, ¿qué pasa ahora que empieza a aparecer una literatura en la que al yo se le ha agregado un exceso de solemnidad y no lo deja respirar?, creo que hay que liberar ese yo de la solemnidad y entonces el yo va a refulgir como debe, esa primera persona tan poderosa en nuestra tradición literaria.
P. En esta novela haces una cosa que resulta muy útil para que el lector no se sienta engañado o desapegado, que es mostrar las herramientas narrativas que esconde la autoficción.
R. Eso es algo que he intentado en otras novelas, que es meter al lector entre bambalinas, que vea un poco qué se esconde detrás del escenario que el escritor ha levantado, porque a fin de cuentas si es una novela sobre un escritor obsesionado y quiero romper esa solemnidad, para ello lo que tengo que intentar es que el lector atraviese la trampa y decirle: cuento con tu complicidad, tú sabes que esto es mentira, sabes que esto es una novela, pero te necesito y, a cambio de tu lealtad y tu lectura, yo te enseño lo que hay detrás.
P. ¿Es eso es lo que hace que el lector entre en esa hermosa mentira que es la ficción?
R. La mentira es una palabra que en literatura no importa, no tiene el valor que tiene en la vida, por tanto no importa en una escala moral, importa en una escala estética y que funcione. Una hermosa mentira no es necesariamente bonita, sino más bien seductora, que envuelve al lector y lo abriga, que no lo subestima, porque subestimarle es lo peor que se puede hacer, el lector sabe perfectamente que lo que tiene entre manos es un libro y punto. Pero para que esa mentira sea hermosa tiene que ser honesta, no puede ser tramposa, es mentira, pero no es una trampa. Ahí está la magia de la literatura, acercarte a algo que es mentira pero que yo acepto creerme durante las cuatro tardes de lectura que vaya a dedicar al libro.
P. Has dicho alguna vez que eres el vivo ejemplo de que de la poesía se puede salir, ¿cómo se llevan en tu obra la parte poética y la narrativa?
Uno de los vicios que tiene el escritor es gustarse a sí mismo
R. El poeta que uno lleva dentro es un escritor invasivo, lo quiere todo para él, quiere el texto para él. La convivencia entre un poeta y un narrador es dejar todo el tiempo al poeta fuera de la habitación y solo dejarlo entrar en momentos muy determinados, porque si no se lo come todo. El lenguaje poético, metafórico, las comparaciones, las imágenes, la posibilidad de evocar es algo que te aporta el poeta pero que asfixia cualquier jardín y no podemos olvidar que una novela cuenta una historia. Uno de los vicios que tiene el escritor es gustarse a sí mismo, eso es un precipicio por el que es muy fácil resbalarte y caer. Puede estar muy bien escrito, ¿pero qué has contado?
P. ¿Qué tipo de libros sueles leer cuando estás escribiendo un libro? ¿Cómo te afectan?
R. Cuando escribo una novela, no leo libros que me ayuden a escribir sobre ese tema, leo novelas que me ayuden a evadirme de lo que estoy escribiendo en ese momento, generalmente en ese camino encuentro cosas que me sirven, me estimulan, me provocan conexiones que me ayudan a seguir. La escritura y la lectura son dos caras de una misma moneda y quienes damos la vuelta a la moneda, a veces chocamos con el canto, que es el bloqueo. Yo no paro de leer nunca, porque me da disciplina, calma en lo que estoy haciendo, si estoy leyendo nunca siento que estoy lejos de la escritura y si estoy escribiendo también pienso que estoy muy cerca de la lectura. Esa es mi forma de entender la vida.
No podemos ser tan grandilocuentes de decir que leer un libro te va a arreglar la vida
P. ¿Siempre te mantienes productivo?
No por obligación, sino porque me hace sentir bien. Siempre tengo la sensación de que estoy escribiendo no por obligación, sino porque cuando estoy lo hago soy una persona más plena. Igual que el que lee habitualmente siente que tiene que leer porque le hace feliz, porque la lectura ha de hacer feliz a las personas.
R. Nos hace más felices y también nos sirve para eso tan necesario de salir un poco de nosotros mismos.
La lectura no te arregla la vida, no podemos ser tan grandilocuentes de decir que leer un libro te va a arreglar la vida, te la puede hacer más amena, te puede abrir puertas que te lleven a reflexionar sobre determinadas cosas y encontrar respuestas a preguntas, o encontrar algo más importante que son las propias preguntas que has de hacerte. Eso sí, hay una cosa que no podemos olvidar que hacer la literatura y que mucha gente ha olvidado y por eso vive de espaldas a la lectura y es que la lectura te aleja del lugar en el que estás en ese momento, te calza la chaqueta de otra gente y los zapatos de otros personajes, las ciudades que todavía no has visitado y te enamoras de gente de la que nunca te enamorarás o te irritas con personas que nunca te vas a cruzar en tu vida. Lo fundamental en la literatura no es ser sesudo, profundo o interpelar a una intelectualidad, que si lo haces perfecto, pero para mí el tronco fundamental de un buen libro es sentir lo que está ocurriendo en esa novela, creerte dentro y estar dispuesto a aceptar el trato con el narrador de que eso de ahí durante ese rato va a ser verdad y cuando lo cierres, a otra cosa.