Entre los días 29 y 31 de agosto se celebra en Basilea (Suiza) el 125 aniversario del primer Congreso Sionista que aprobó los fundamentos ideológicos de la apropiación de Palestina por parte de un grupo hebreo que quería representar a todos los judíos, fuera cual fuese su nacionalidad.
Hay que recordar que en esa época predominaban planteamientos ideológicos románticos y nacionalistas, además de colonialistas, que idealizaban y justificaban la identificación de pueblo, nación y Estado y, en muchos casos, la convertían en argumento en favor de la colonización y el supremacismo.
Por eso es fácil comprender que el sionismo fuera bien visto, además de por sus integrantes y simpatizantes, por fuerzas xenófobas, racistas, antisemitas incluso, y de un nacionalismo excluyente, en los mismos países de los que procedían los sionistas. Pues resolvía lo que denominaban «problema judío», al abogar por un destino geográfico y político común fuera de Europa para todos los hebreos.
La decisión del primer Congreso deja a las claras la raíz estructural colonial de sus planteamientos al aprobar un programa político que no toma en consideración a los habitantes autóctonos de la tierra que mencionan: «El sionismo tiene por objeto establecer para el pueblo judío un hogar seguro pública y jurídicamente en Palestina».
El movimiento sionista, en su afán de conseguir adhesiones a su causa, esgrimió razones coloniales al ofrecer ese hipotético Estado judío como garante del control colonial de las potencias inglesa y francesa en el reparto del Imperio Otomano y de áreas de influencia para el control de los recursos petrolíferos o del Canal de Suez.
La prioridad del movimiento sionista en Palestina, dada la existencia de una población indígena, es la exclusión de la misma»
La prioridad del movimiento sionista en Palestina, dada la existencia de una población indígena, es la exclusión de la misma. Si el Fondo Nacional Judío y otras asociaciones financiadas por los Rothschild y otras gentes compraban tierras a los terratenientes otomanos y árabes, para su distribución a inmigrantes judíos, era con la condición de no contratar (y expulsar) a aparceros palestinos. Siempre la exclusión y nunca la integración.
Ya en 1914, se registró un llamamiento palestino publicado en Falastin, que afirmaba: «Si las personas honestas no vienen al rescate de los palestinos (…) su suerte será similar a la de los indios americanos. El sionismo es un Estado dentro del Estado otomano, y pone en peligro la existencia misma de los árabes en Palestina».
Sin que hubiera concluido la I Guerra Mundial, el gobierno británico, traicionando a los independentistas árabes, publica la Declaración Balfour, prometiendo un hogar nacional judío, sin que tuviera competencia legal para hacerlo. Su forma de actuar excluyente, facilitando la emigración judía a Palestina, ha definido la tragedia que seguimos viviendo, de conquista y exclusión.
Porque no hay que olvidar que, a pesar del apoyo británico y del movimiento sionista internacional, en el momento de la partición de Palestina por parte de las potencias vencedoras de la II Guerra Mundial, en las Naciones Unidas, la población de Palestina era de 1.972.000 habitantes, de los cuales 608.000 eran judíos; el 47,7% de las tierras era de propiedad árabe, un 6,6 % de propiedad judía y el 46 % restante eran tierras comunales y públicas. El que, en ese momento, el plan otorgase el 57% del territorio al futuro Estado de Israel muestra a las claras el sesgo que entonces existía.
Además, con estos datos, entendemos por qué, antes de la declaración de independencia por parte de los gobernantes de Israel, ya sus ideólogos sionistas iniciaron la desposesión, el terror contra la población palestina, que culminó con la guerra árabe israelí y el desplazamiento y expulsión de 700.000 palestinos censados hasta 1948 fuera de las fronteras conquistadas.
La población de Gaza cuenta con más de un 70% de refugiados palestinos expulsados de Haifa y otras localidades palestinas, de las que cerca de 500 resultaron destruidas. De ahí su sobrepoblación, y también, su resistencia a aceptar los hechos consumados de las conquistas israelíes.
Las leyes discriminatorias hacia la población palestina, aún de nacionalidad israelí, en un Estado de la nación judía; la prohibición de que los refugiados palestinos vuelvan a sus hogares, mientras se prima la posibilidad de adquirir la nacionalidad israelí a los judíos foráneos (españoles, por ejemplo); la colonización de Jerusalén y de Cisjordania y la expropiación y expulsión de palestinos (o de palestinos israelíes, como en el Neguev); la usurpación y jibarizacion de la economía palestina y de su ayuda internacional (a nuestra costa) revelan que el sionismo está vigente y que conduce inexorablemente, al autoconsiderarse inseparable del pueblo elegido, al racismo, a la colonización y al apartheid.
Y ante esta situación, real, presente, en la orilla del Mediterráneo, y que conocen los diplomáticos, quienes cuentan con cientos de informes, ¿qué se hace?
¿Qué sanciones se promulgan ante la vulneración de derechos humanos y del Derecho internacional? Las empresas que se lucran con la ocupación, ¿qué penalización reciben?
La respuesta de nuestros gobernantes se cifra en un doble rasero con respecto a otros conflictos que están en nuestra mente»
La respuesta de nuestros gobernantes se cifra en un doble rasero con respecto a otros conflictos que están en nuestra mente. Se produce una normalización del ocupante y el apartheid israelí. Se le trata como aliado, como participe de programas europeos, con ofrecimientos para que sean observadores en la OTAN, participen en Eurovisión o en la FIFA, o para que puedan tener libre comercio con la UE; se realizan maniobras militares y se compran equipos de inteligencia que controla el Estado israelí, como Pegasus.
No hay una revisión crítica de la historia colonial del sionismo y de su impacto en la política actual de Israel que saque conclusiones políticas sobre la actitud hacia este Israel y sus víctimas en la región.
La crítica no va dirigida contra los individuos, y todavía menos contra los judíos o judías en Israel/Palestina, o de cualquier lugar, o contra los israelíes por el hecho de serlo. Hay destacados israelíes (y judíos) que luchan contra las políticas del Estado de Israel.
Creemos que hay que cambiar las declaraciones cínicas de nuestros gobiernos, su preocupación por el asesinato de una periodista, por la expulsión diaria de palestinos, etc., cambiar todo eso por acciones. l, y mientras tanto, poner fin a la cooperación con las instituciones y las autoridades israelíes en diferentes planos, sean militares, comerciales y deportivos. Sí, el sionismo es colonización, racismo y apartheid.
Santiago González Vallejo es miembro del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe