Nadie se resiste a la paguita, que cae del Estado o del Cielo como una bendición angelical, igual para pastorcillos que para reyes. Ni los que la llaman “paguita” con más o menos razón o más o menos desprecio, con cierta pelusa en la palabra como en la lengua y gran escándalo de despilfarro; ni los que creen que el trabajo del Gobierno es ir repartiendo dinero como el trabajo del cartero es ir repartiendo cartas, con gran justicia, ecuanimidad y jolgorio de niños y perros; ninguno de ellos se queja mucho si el evidente despilfarro o la evidente injusticia acaban en su cuenta. El PSOE y Más Madrid habían acusado al vicepresidente madrileño, Enrique Ossorio, de cobrar el bono social térmico, que suena a abrigo de la beneficencia, muy dado la vuelta de inviernos y de hospicios, pero la propia Mónica García también lo había cobrado. De repente, la paguita indecente de uno se había convertido en su derecho inalienable y la justicia social de la otra se había convertido en despiste, error y vergüenza. Casi parece más creíble lo de Ossorio, que se le ve truhan con su estilo Los del Río.
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