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Félix Bolaños, así en el Vaticano como en la Moncloa. Por Luis Miguel Fuentes

Félix Bolaños, que es como el cura joven pero con boina del sanchismo, el imberbe guardia suizo con uniforme anacrónico, sonsonete anacrónico y hacha con voluta anacrónica, no podía faltar en el funeral de Benedicto XVI, que estuvo entre la grandiosidad y el entierro de un pajarillo de Dios. El ministro de Presidencia, especie de ministro de sacristía, tenía que estar allí, no ya para presentar sus respetos institucionales y su lágrima seca de circunstancia, como una gota de cera de cirio, sino para aspirar todo ese incienso de magisterio y de misterio coreografiado que deja un papa ascendiendo al Cielo en un humilde cestillo, como Cantinflas en globo. Ya he dicho aquí que Pedro Sánchez iba para papa y me reafirmo en que el sanchismo aspira a iglesia y Bolaños aspira a llevar la palangana ceremonial para pies de todo eso. De ahí que lo hayamos visto pontificar sobre las buenas nuevas de Cataluña y sobre el CGPJ un poco ex cáthedra, un poco en italianini teologal y un poco mareado de santidad ahumada.

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