La muerte de Jean-Luc Godard (1930-2022) supone el fin de una era. El cineasta francés era hasta hoy el último superviviente de la ‘nouvelle vague’ (nueva ola), un género cinematográfico que cambió el séptimo arte y, más si cabe, a los espectadores, que pasaron de contemplar el cine como un espectáculo a apreciarlo como una vía de expresión, igual que la pintura o la literatura.
La ‘nouvelle vague’ emergió a mitad del siglo XX en Francia en un contexto posterior a la Segunda Guerra Mundial, en el que el país vecino dejó de importar cine. La llegada de los años 50 impulsa el cambio, ya que los filmes extranjeros entran en cascada en territorio francés y estímulan a una generación de jóvenes cineastas que quieren acercar sus creaciones a la realidad humana. Como en cualquier movimiento, los responsables se «rebelan» contra lo establecido. Estos directores sentían el cine como un medio de expresión y lo querían dotar de un mayor carácter artístico.
La mano del director empapaba su obra, de ahí que uno de los recursos por excelencia fuese la caméra-stylo (cámara bolígrafo) -concepto acuñado por el crítico y cineasta francés Alexander Astruc-; es decir, la cámara es empleada por el cineasta como la pluma para un escritor. La aproximación a la realidad aumenta, el cine no es solo épica o historias de amor, se convierte en una obra más profunda que permite apreciar la personalidad del autor, su bolígrafo.
La ‘nouvelle vague’ huía del cine como espectáculo y viajaba al pulso del artista. Se trata de un nuevo cine, cercano a la realidad de las personas. Tal era la cercanía que salpicó a los actores, orientados por unos directores que les invitaban a a rozar esa realidad. Para ello la improvisación era un recurso habitual. Todo por estrechar el vínculo entre cine y realidad. Que la cámara fuese su pluma. «El cine está a punto de convertirse en un medio de expresión, cosa que antes que él han sido todas las restantes artes, y muy especialmente la pintura y la novela. Después de haber sido sucesivamente una atracción de feria, una diversión parecida al teatro de boulevard, o un medio de conservar las imágenes de la época, se convierte poco a poco en una lengua. Un lenguaje, es decir, una forma en la cual y mediante la cual un artista puede expresar su pensamiento, por muy abstracto que sea, o traducir sus obsesiones exactamente igual como ocurre actualmente con el ensayo o con la novela», apuntaba, Astruc, allá por 1948, en L’Écran Français.
Los directores de la ‘nouvelle vague’
Con el fallecimiento de Godard, provocado mediante eutanasia según ha confirmado a la agencia France-Presse un consejero de la familia, se cierra la representación -en vida- de la nueva ola francesa. Además del francosuizo, destacan nombres como François Truffaut, Éric Rohmer y Claude Chabrol.
François Truffaut, amigo de Godard y con inicios similares en la revista Cahiers du Cinéma como críticos, fue el primero de la generación en morir, en 1984. Es considerado el autor más representativo y conocido a nivel internacional del grupo. Autor de 25 películas en poco más de 30 años de carrera, recibió el portazo por parte de los directores consagrados en la profesión por sus críticas tan controvertidas. Los 400 Golpes (1959) es su obra más emblemática.
Eric Rohmer, en 2010, fue el segundo de los mencionados en pasar a la lista de decesos. Rohmer, que llegó a ser editor de Cahiers du Cinéma, no solo fue uno de los padres de la ‘nouvelle vague’, sino que a través de sus personajes construyó una novedosa manera de reflexionar sobre sus sentimientos. La coleccionista (1967) catapultó a la fama su carrera como director, que dejó títulos como La rodilla de Clara (1970), Cuento de verano (1996) o el Cuento de primavera (1990).
A la sombra de Godard y Truffaut, surgió la figura de Claude Chabrol, creador de El bello Sergio (1959), filme que rompió de manera técnica y artística con el cine de la época y supuso el inicio de una fructífera carrera que compaginó con la producción, la edición o la escritura de guiones y dejó 54 películas. Antes de Godard, Jacques Rivette fue la última gran figura de la ‘nouvelle vague’ en morir. Rivette dejó títulos como Celine y Julie van en barco (1974) o La bella mentirosa (1991), destacó por su condición como narrador de historias poco convencionales, en las que mezclaba diferentes géneros como la comedia, el romance y el misterio. Además era fiel defensor de la improvisación de los actores durante el rodaje.