Sus problemas de salud mental la han condicionado para seguir en la cresta de su carrera. Lleva ocho años sin interpretar un protagonista y vive ajena a la industria sin pareja conocida.
De su último papel protagonista hace ya ocho años. De la cinta que la encumbró como el mito erótico del momento, aquellas nueve semanas y media junto a Mickey Rourk (36). Ni siquiera la lluvia de proyectos televisivos por la guerra de plataformas ha logrado devolver protagonismo a una Kim Basinger alejada de los focos que tanto la buscaron durante décadas. A sus casi 70 años parece poco probable que vuelva a brillar su estrella como antes, aquejada de episodios de agorafobia, un trastorno de ansiedad que ha marcado gran parte de su vida.
Basinger habló de sus problemas de salud en marzo del año pasado. En una conversación con Jada Pinkett-Smith para el programa Red Table Talk -la primera entrevista que concedía en 14 años- la actriz de Georgia, confesó que durante un tiempo no podía salir de casa. “Tienes que replantearte todo”, dijo. “Tuve que aprender a conducir de nuevo, y durante años no pasaba por los túneles de Malibú porque todo te da miedo. Es horrible”.
La actriz, casada con Alec Baldwin durante nueve años -acusado recientemente de homicidio involuntario durante el rodaje de Rust por la muerte accidental de Halyna Hutchins-, recordó el momento en que sintió por primera vez un ataque de ansiedad. Estaba en un supermercado cuando sintió algo dominándola de una forma que la impedía respirar. “Así que dejé la cesta, llegué hasta mi coche y esa fue la última vez que conduje durante seis o siete meses”, explicó, el mismo tiempo que tardó en volver a salir de casa. Corría entonces 1980 y estaba con primer marido, Ron Snyder-Britton.
Hollywood fue tomando nota de sus múltiples problemas y la fue empujando hacia la cuneta de forma paulatina hasta colgarle la etiqueta de actriz difícil de contratar. Sobre ella pesaba la aureola de sex symbol que nunca terminó de sacudirse del todo, una era que comenzó con su papel como Domino Petachi en Nunca digas nunca jamás, convertida en chica Bond junto a Sean Connery, y la célebre portada para Playboy ese mismo año, 1983.
Basinger trató de hacer papeles de mayor calado pero se acabó dando siempre de bruces con la crítica. O con la taquilla. Sonado fue el batacazo de Soñé con Africa, una cinta de Hugh Hudson sobre una madre soltera que se traslada a Kenia junto a su hijo. Recaudaron 14 millones de dólares frente a una inversión de 50. El que ella entendía como el gran proyecto de su vida cinematográfica terminó en fiasco.
Su último desfile por una alfombra roja fue con motivo de la segunda entrega de la trilogía basada en las novelas de E. L. James, Cincuenta sombras de Grey, en 2017, en un papel más simbólico que de calado para la intérprete de Georgia. En realidad, lo último reseñable en su carrera fue el rol que le sirvió para llevarse el Oscar a mejor actriz secundaria.
Eso fue en 1998 por la cinta basada en la novela policíaca de James Ellroy, L.A. Confidential, un trabajo redondo antes de protagonizar un pronunciado declive en su carrera. Basinger estuvo a punto de no hacerlo por tratarse de una prostituta y por su desencanto en general con la industria, cuatro años después de haberse declarado en bancarrota tras ser demandada por el estudio de Mi obsesión por Helena.
Además del papel más destacado de su carrera, ahí quedan roles para el recuerdo como Batman, junto a Jack Nicholson, o Cita a ciegas, con Bruce Willis de pareja o El mejor, la cinta que le sirvió para llevarse una nominación al Globo de Oro como mejor actriz secundaria. Pero por encima de todas, el despliegue erótico de Nueve semanas y media (1986). La propuesta del siempre provocador Adrian Lyne fue un desastre de recaudación en Estados Unidos aunque un tremendo éxito a nivel internacional. A Basinger la encasilló para el resto de su carrera.
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