Salen hijos del emérito como pisos de Sánchez, de entre palacios o cabañas donjuanescos, de los cajones, el aire o los parterres. Don Juan Carlos, pródigo y pichabrava, tiene leyenda de hijos como otra leyenda de cazador, que ambas son leyendas regias, de muchos bastardos y muchos jabalíes. Los Borbones han cazado más mozas que osos, aunque mozos también, que Isabel II tampoco era manca borboneando en sus camas rollizas y altas como capachos, con dosel de trono y escupidera de posada. El escándalo, como el asco, no se contemplaba entre la realeza, que en Versalles había amantes residentes, como cocineras residentes, y se fornicaba en la Galería de los Espejos con la peste de los bajos disimulada por pomadas y perfumes. Todo este frufrú de pelucas, pubis y vellocinos sería sólo curiosidad, morbo o vicio si no fuera porque los hijos de los reyes, concebidos en pajares o en camas finas y sucias, están destinados a ser también reyes o abejeo de reyes. El problema no es la picha velera ni la papada cardenalicia de este u otro rey, sino cómo afectan al Estado.
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