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La Navidad, ese invento de Dickens

Es cierto que la Navidad se celebra desde tiempos inmemoriales, pero aunque cueste de creer, la Navidad, o al menos tal como conocemos sus festividades, comenzó en Inglaterra a mediados del siglo XIX de la mano de un escritor que necesitaba desesperadamente dar forma a un bestseller para ganar dinero y sustentar así a su cada vez más numerosa familia.

El escritor en cuestión se llamaba Charles Dickens y el año era el 1843. Dickens era por entonces un autor muy famoso, seguramente el novelista más destacado del país y también una de las primeras celebridades literarias de la historia. Eso que ahora llamaríamos un «fenómeno». Sus libros se vendían por miles y sus artículos de periódicos eran reverenciados.

Un momento crítico

Sin embargo, Dickens sentía que su fama se estaba desvaneciendo. Algunas de sus últimas novelas, como Martin Chezzlewit, no habían conseguido apenas venderse y sus editores –Dickens siempre trabajaba con Chapman & Hall— estaban poniéndose nerviosos. Tanto, que le dijeron a su autor estrella que o las ventas subían, o iban a tomar decisiones drásticas.

Dickens sintió el peso de la responsabilidad. Su mujer estaba esperando su quinto hijo. Dickens tenía a su cargo no solo un montón de hijos, sino también a su padre, que no paraba de acumular deudas. Presionado por todos los lados, decidió apostar por un producto popular, una fórmula probada que gustara a los ingleses y que tuviera asegurada el éxito.

En concreto, pensó que una historia corta sobre fantasmas haría las delicias del público –los fantasmas eran extraordinariamente populares en la Inglaterra Victoriana– y así dio con lo que, en cuestión de poquísimas semanas –solo seis– de escritura se convertiría en Cuento de Navidad. En cuestión de días, el avaro de Scrooge se convirtió en un personaje tan odiado como entrañable. Y la Navidad adquirió un nuevo aire.

Una celebración estrictamente religiosa

Hasta entonces, los ingleses celebraban la Navidad pero esta festividad no tenía la preeminencia que tiene ahora. En realidad, entonces el día realmente importante de las fiestas invernales era el 5 de enero. Antes de ese día había unos días de adviento, pero eran más jornadas de rezos que de fiestas. Lo único tradicional era ir a misa en la Nochebuena y en el día de Navidad. Por supuesto, no había tradición de intercambiarse regalos.

Se sabe que en el siglo XVII hubo ya intentos por transformar la Navidad en una fiesta alegre, pero el fuerte movimiento puritano capitaneado por Oliver Cromwell insistió que se volviese al recogimiento religioso. Se dice que incluso había soldados patrullando Londres para controlar que no hubiera banquetes ese día ni tampoco decoraciones.

Pero poco a poco las costumbres fueron cambiando. Gracias a las influencias germánicas se fueron introduciendo elementos decorativos como el árbol de Navidad. El marido de la reina Victoria, el príncipe Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, fue el responsable de que se instalara uno en Windsor en las Navidades de 1841. Cuando la imagen apareció en la prensa, pronto el árbol se popularizó. En 1843 se produjo otro salto adelante significativo: se imprimió la primera postal navideña.

Dickens también ayudó como nadie a popularizar la Navidad como un día festivo. En nuestros días, la Navidad quizás sea la celebración más importante del año, la exaltación por excelencia de la familia y la unión con los seres más queridos. Y esa importancia sí que se la dio Dickens con su libro.

En cuanto se publicó, el 17 de diciembre de 1843, Cuento de Navidad se convirtió en un éxito inmediato.

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