Es la sombra oscura que siempre ha estado ahí, incomodando, amargando y doliendo. Ha acompañado la vida de la mayoría de los españoles desde hace seis décadas. A miles de familias de la manera más cruel, contaminándolas de miedo amenazas y coacción, cuando no de muerte. La silueta de ETA empezó a diluirse hace más una década, a hacerse menos presente en el día a día. Cuando el 20 de octubre de 2011 los tres terroristas de capucha blanca proclamaron que la actividad terrorista cesaba, la sociedad, -en especial la vasca-, iniciaba un ciclo casi desconocido que debería aprender a gestionar. Vivir en paz pero sanando las heridas del pasado, construyendo una memoria justa para el futuro y asentando los pilares para impedir que vuelva a suceder.
Documentar lo ocurrido, con rigor histórico, para legarlo a las futuras generaciones es el reto que el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo se fijó poco después de aquel anuncio de la última cúpula de ETA. Cuando a la banda aún le restaban dos años para disolverse, el centro dependiente del Ministerio del Interior alcanzó un acuerdo con el Instituto Valentín de Foronda de Vitoria y la Universidad del País Vasco para conformar un equipo de nueve historiadores de prestigio que abordaran el trabajo de documentación e investigación historiográfica más ambicioso jamás llevado a cabo sobre las seis décadas de historia de ETA.
Han sido necesarios casi ocho años de trabajo, decenas de entrevistas a víctimas, a exmiembros de ETA, miles de documentos analizados, archivos policiales, sentencias judiciales y la investigación de actas municipales para aflorar los tres tomos y 2.400 páginas de investigación que conforman la ‘Historia y Memoria del Terrorismo en el País Vasco’. El arduo trabajo coordinado por José Antonio Pérez ha permitido aplicar criterios de “rigor” historiográfico, al margen de “memorias subjetivas” y que, a pesar de que la historia no es “una ciencia exacta”, permite acercarse a la verdad de lo sucedido durante casi 60 años de violencia terrorista en Euskadi.
Un trabajo que según sus autores permite romper algunos mitos o ideas establecidas en amplios sectores sociales en relación a la historia de la banda. Uno de los más extendidos, recuerda Pérez, es el de que ETA fue una reacción a la violencia del franquismo y por tanto gozaría de cierta legitimidad: “El 95% de los atentados ocurrieron después de Franco, con lo que se desmonta la épica que en ocasiones le ha acompañado como reacción a una dictadura”.
Zonas oscuras
Los impulsores de este proyecto, entre ellos el catedrático Antonio Rivera, asegura que no se trata de ningún “relato oficial”, algo que recuerdan “no cabe en ninguna democracia, donde no tienen cabida los relatos oficiales, pero sí de un trabajo realizado con metodología científica de doctores en historia especializados en violencia política”, señala Rivera: “Cada uno puede tener su propia memoria subjetiva de lo ocurrido, pero hay que diferenciarla del relato historiográfico. El pasado hay que dejarlo en manos de los profesionales del pasado que son los historiadores”.
Otra de las falsas ideas que se diluye es la de que existió ETA porque hubo un enfrentamiento entre distintos modos de violencia. La teoría del “conflicto” entre diferentes modos de terrorismo, en referencia al terrorismo de Estado o de extrema derecha, se diluye al documentar que sólo ETA contó con un respaldo social, una estructura de apoyo exterior, política y social, que no existió en el caso del resto de manifestaciones terroristas que se produjeron en todos estos años en Euskadi, y que también se documentan en este trabajo. Pese a la extensión y detalle del trabajo, los autores reconocen que aún quedan zonas oscuras por conocer, “nos hemos encontrado que aún hay archivos que no se pueden consultar por la ley de secretos oficiales”.
Un apoyo social que se acredita como imprescindible para la existencia y pervivencia de ETA. Entre los muchos episodios que para ilustrarlo se incluyen destaca el de la localidad de Amurrio, donde las ‘listas negras’ de posibles víctimas las completaban determinados sectores vecinales, “hasta que a uno de ellos le tocó comprobar, antes de poner un nombre, que en la lista figuraba el de su padre”. O el caso de la “votación vecinal” para pedir a ETA que matara a otro vecino que se negaba a detener las obras de una casa. La propia banda consideró excesivo llegar a ese extremo, “para decirles que quizá bastaba con hacerle explotar la vivienda”, apunta Pérez. Una infraestructura social durante tantos años que, según el coordinador del proyecto, “es lo que explica que ETA durara tantos años, hemos podido profundizar en cómo se fue urdiendo toda esa trama social en pueblos y ciudades, esa trama de apoyo al terrorismo, el caso de las ‘listas negras’ es ejemplo de ello”.
Una realidad que explica, consideran, la actitud de cierta desmemoria y olvido en la que parece haberse sumido la sociedad vasca en la actualidad. Pérez y Rivera recuerdan que algo similar ocurrió en otros episodios de la historia como la Segunda Guerra Mundial, con una reacción tardía de la sociedad alemana, o en el caso de Irlanda del Norte, donde el conflicto continua aún muy vivo y presente en la sociedad norirlandesa.
Relato «autojustificativo»
En este sentido, la documentación histórica aportada también niega otra de las ideas extendidas y que asegura que fue la sociedad vasca la que derrotó a ETA. Recuerdan que, pese a que sí existieron manifestaciones de rechazo hacia la banda, estas no fueron generalizadas y masivas en la sociedad de aquellos años como para acabar con ella: “Actualmente se está construyendo un relato autojustificativo. Se dice que fue la sociedad vasca la que la derrotó, pero la realidad es que muy pocos participaron de las movilizaciones contra ETA. Es un relato autocomplaciente, no actuamos así”.
El tercero de los tomos, presentado ayer, abarca el periodo 1995-2018, “el principio del fin de ETA”. Un ciclo de su historia que arranca con el descabezamiento de la cúpula de ETA en la localidad vascofrancesa de Bidart. El director del Centro Memorial, Florencio Domínguez, recuerda que en esos años se consolidó el reparto de papeles de ETA y la izquierda abertzale “para acosar a la sociedad que los criticaba”. Años en los que con cada golpe que se daba a ETA, “se enfrentaba al abismo” y optaba por “dar un salto más hacia adelante” endureciendo su violencia.
Fue entonces cuando se extendió la teoría de la ‘socialización del sufrimiento’ impulsada por la ponencia ‘Oldartzen’. Años en los que el 80% de las bases de la izquierda abertzale y ETA votaron a favor de continuar con la violencia, “era una evidencia de que comenzaba su declive”. Un final lento y doloroso en forma de atentados contra cargos públicos, periodistas, jueces, sectores de la sociedad civil… Es aquí donde Domínguez sitúa una de las deudas pendientes hoy en día: el reconocimiento de los sectores que pese a todo resistieron aquel acoso incesante del entorno etarra en favor de los valores y principios de la democracia, “seguimos teniendo una deuda con todos ellos”.
1995, el «año cero»
El asesinato de Miguel Ángel Blanco y la reacción social que le siguió fue el impulso del ciclo final. Fue uno de los últimos grandes zarpazos de ETA, en este caso dolida por la liberación del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. Ahí la estructura de la organización criminal se debilitó junto a su apoyo social, cada vez más fragmentado. Pese a ello, el final desde aquel “año cero” estaba aún lejos.
En el apartado de las deudas, los autores de la investigación también sitúan otra deuda, la contraída por la izquierda abertzale con los presos de ETA. Por ello consideran que nunca se producirá un reconocimiento y condena clara de ETA, “taxativa” de la violencia “mientras quede un preso de ETA en la cárcel”, asegura Pérez.
Los autores afirman que hará falta tiempo para que el relato historiográfico pueda imponerse a los relatos de parte o subjetivos. También alertan del riesgo de “empacho de memorias” en la que podría incurrir la sociedad. Pese a la elevada producción de materiales, ensayos y documentos relacionados con las décadas de terrorismo, la sociedad vasca y española atraviesan un periodo de cierto despego sobre el pasado reciente del terrorismo en España. En el caso de Euskadi, Domínguez recuerda que a pesar de que los materiales didácticos producidos son numerosos, en cantidad y formatos, aún son pocos los centros educativos que se interesan por ellos y, menos aún, los que los imparten. Rivera va más allá y subraya que quienes lo hacen son en su inmensa mayoría centros concertados, pero no de la red pública: “Falta una implicación del Gobierno vasco, que no se esfuerza para que estos contenidos se distribuyan. Los datos son descorazonadores”.