“Con la que está cayendo, resistimos y todavía queda tiempo de recuperación hasta las elecciones”. Moncloa destila optimismo. Los Presupuestos Generales del Estado para 2023 son el escalón sobre el que iniciar la remontada, aducen. No dudan sobre la aprobación de las cuentas a su paso por el Congreso de los Diputados. ERC y Bildu no ponen líneas rojas; las reglas del juego con el PNV siempre son las mismas, tienen un precio gobierne quien gobierne; y otros partidos del espectro de la izquierda como Más País o Compromís ya han asegurado su apoyo.
No faltarán las tensiones y los enfrentamientos, la “escenografía” de unas negociaciones a varias bandas que muchas veces parecerán zozobrar. Pero, de una manera u otra, todos se necesitan y eso apuntala la continuidad del Ejecutivo, hasta el punto que no dudan en proclamar que “tenemos el Gobierno más estable de Europa”.
Contra los temores de hace un año, en que Hacienda asumía la imposibilidad de llegar a un acuerdo para 2023 con los socios parlamentarios en un escenario de presión preelectoral, la situación ha dado la vuelta. ERC avizora un horizonte de mayor inestabilidad en Cataluña en que puede necesitar del PSC y Bildu juega a sorpassar al PNV a cambio de aparecer como una formación que arranca concesiones al Gobierno central y juega a la institucionalidad.
En definitiva, en el bloque de la izquierda todos se necesitan, no sólo para apuntalar a este Gobierno sino para hacer posible otro tras las próximas elecciones si dan los números que, de momento, a tenor de los sondeos, dar no dan. En todo caso han cambiado las reglas del juego. En Podemos insisten en esta idea, en crear las condiciones necesarias para replicar la misma coalición, de ahí su defensa de que el único camino “es hacer políticas de izquierdas» ante la que los socialistas “arrastran los pies si no les presionamos”.
Unidas Podemos ha ganado la partida de la fiscalidad
Si bien la negociación presupuestaria ha dejado un sabor agridulce en la coalición por el incremento de las partidas en Defensa, en el entorno de la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, prefieren poner el acento en que la partida de ingresos lleva el sello de los socios minoritarios. Impuesto a los ricos, tasa de solidaridad, fiscalidad sobre las energéticas y la Banca, entre otros. No está mal, aunque parecen empeñados en afearse quién y cómo se engañó sobre los dineros del Ministerio de Margarita Robles.
Moncloa ve con cierta preocupación las escaramuzas a su izquierda. No faltan los escépticos que cuestionan que este espacio llegue unido a las próximas elecciones generales. «Necesitamos a Yolanda, necesitamos que le vaya bien y aguante», admiten en el Gobierno. Mientras tanto, el ex vicepresidente segundo Pablo Iglesias alimenta la teoría de la candidatura conjunta entre el PSOE y Sumar a modo de conspiración judeo-socialista.
Un ruido de fondo que no ayuda a la convivencia dentro del Ejecutivo donde «las ministras de Podemos no se hablan con el resto del gabinete», dicen otros dos miembros del Gobierno de Ione Belarra e Irene Montero. Pero pese a las tiranteces y una larga negociación que volvió a resolverse con nocturnidad cuando casi todo estaba escrito, la coalición ha demostrado su solidez.
Se abre un escenario de mutua dependencia entre Madrid y Barcelona
Nadie contempla un escenario a la catalana. Tras cinco años de desencuentros y deslealtades en el seno de Govern, parecía una alianza forjada al fuego. Pero finalmente ha estallado por los aires. Dicen fuentes gubernamentales que «nada que ver con nosotros». De hecho, hasta el presidente del Gobierno confesó en una conversación con periodistas en Mostar a finales de julio que su deseo era llegar al fin de la legislatura de la mano de Yolanda Díaz sin escenificaciones de ruptura previas.
Este mismo viernes, tras conocer la decisión de Junts de salir del ejecutivo autonómico catalán, volvió a apelar a la «estabilidad» como un valor. Lo acontecido en Cataluña, no deja de ser una buena noticia en Moncloa. Por un lado, se rompe el bloque independentista, ese que parecía condenado a entenderse desde 2012 y, por otro, condena a ERC a depender del PSC en según qué temas. Se abre un escenario de mutua dependencia entre Madrid y Barcelona, de ahí que el partido de Oriol Junqueras no ponga líneas rojas para la negociación de los Presupuestos del año que viene.
Bien es verdad que parece alejarse el escenario de un regreso de Carles Puigdemont de su retiro dorado en Waterloo, un punto y final que anhelaba el Ejecutivo y que ahora parece imposible aunque acometa la rebaja del delito de sedición en el Código Penal.
A partir de este momento todo se centra en intentar escalar posiciones en los sondeos con intención de voto. Aunque no hay un escenario electoral inmediato, preocupa, y mucho, la desmovilización del electorado socialista. Es, en estos momentos, el partido con menos fidelidad de voto, sin contar, claro está, con Ciudadanos, demoscópicamente irrelevante. Pero la confianza de los augures monclovitas reside en que «ese voto no se ha ido a otro partido», no al menos el más instalado a la izquierda, que un buen mordisco del moderado nutre las filas del PP de Alberto Núñez Feijóo. Ahora contienen la respiración para que la situación económica y social no siga empeorando en los próximos meses.