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Ni Bono puede con el cine de Corea: ‘Past lives’, de Celine Song, presenta una inapelable candidatura al Oso de Oro

Deca Schopenhauer que es triste lo poco que valoramos el tiempo cuando llevamos a gala el placer que producen las cosas que hacen que nos olvidemos de l. Y, sin embargo y pese a nuestro desprecio, nada le es ajeno al tiempo. Somos, bsicamente, lo que el tiempo tiene a bien (o mal) hacer con nosotros. Somos, de forma radical, nada ms que tiempo. Otro terico del tiempo (del “tiempo esculpido”) circunscriba el cine a nada ms que eso. El montaje crea la ilusin del tiempo, pero, antes incluso, lo relevante es que la propia imagen es indistinguible del tiempo. La frase ms citada de Andrei Tarkovski, de l hablamos, afirma que “la autntica imagen cinematogrfica no slo vive con el tiempo, sino que el tiempo tambin vive gracias a ella”. De otro modo, y por cerrar el prrafo, hacemos mal no dndole el valor que merece; corremos el riesgo de que sea l el que acabe por despreciarnos o, mucho ms grave, olvidarnos.

‘Past lives’ trata, como no podra ser de otro modo, del tiempo. La directora debutante, mitad canadiense, mitad coreana, Celine Song cuenta la historia de dos amigos –a su manera amantes– a lo largo de todas las dcadas que se echaron de menos, se desearon, se llegaron a olvidar y hasta, llegado el caso, se reencontraron. Y se amaron. Y se despidieron. Suena confuso y, en verdad, pocas pelculas tan claras, luminosas, inteligentes y, aceptmoslo, tristes.

Un buen da, Nora (Greta Lee) y Hae Sung (Yoo Teo), dos amigos desde la infancia, se separan. La familia de la primera emigra a Estados Unidos. l se queda en Corea. Pasa el tiempo, y l decide ponerse en contacto con ella. Las nuevas tecnologas han trivializado un empeo de gigantes: reestablecer contactos. Hablan de nuevo, se redescubren, se citan y se dejan. Y vuelve a pasar el tiempo. Y se vuelven a ver. Eso s, cada uno tiene su vida completamente al margen. Slo comparten la memoria, que no es ms que vida macerada en tiempo, de lo que pudo ser y no fue. Y pasa el tiempo.

El equipo de ‘Past lives’ con la directora Celine Song (la segunda por la izquierda) en la presentacin en Berln.STEFANIE LOOSAFP

Con los elementos mnimos y precisos, Song se las arregla para describir el viaje perfecto que va desde la desolacin al entusiasmo, desde el deseo a la realidad, desde la esperanza de todo a la aceptacin sumisa de casi nada. Se dira que la pelcula se hace grande no tanto en lo que muestra sino en todo aquello que esconde, que apenas seala, que simplemente susurra. Y as hasta componer un romance inolvidable y emocionante hasta la extenuacin compuesto enteramente en la parte de atrs de la pantalla. Por cada palabra dicha, queda la inmensidad de granito de todo aquello que qued sin decir.

‘Past lives’ se antoja una especie de adaptacin de ‘El jardn de los senderos que se bifurcan’, el clebre cuento de Borges, pero slo pendiente del paso de las nubes, del crecimiento de las plantas o de los carteles que dan nombre a los rboles. Es decir, ahora lo que importa es el propio jardn, su transformacin, su crecimiento y, por qu no, su agostamiento. Todo la pelcula est jalonada de secuencias memorables que funcionan como avisos, como seales o, mejor an, como relojes. Desde el arranque en un bar con un narrador externo que presencia una escena casi incomprensible de una pareja de tres hasta el sencillo final de dos amantes que en realidad no lo son esperando en silencio un Uber, todo conduce a una extraa melancola, pero plena, fulgurante, desmedida. Y as hasta componer un poema sobre el tiempo sin tiempo. Hemos llegado. O las cosas se tuercen mucho o el Oso de Oro ya tiene dueo.

Cine visceral

Por lo dems, la abarrotada seccin oficial sigui su errtico declinar de un extremo a otro. Ella s de espaldas al tiempo, al mal tiempo de un Berln lluvioso. Por un lado, Giacomo Abbruzzese sorprendi con la tan interesante como confusa ‘Disco boy‘. Digamos que una pelcula que mira al futuro. Por el otro, Margarethe von Trotta decepcion con ‘Ingeborg Bachmann. Journey into the Desert’, una aproximacin al biopic tan correcto y ortodoxo que se dira de otro tiempo. Esta otra, en cambio, se queda en el pasado.

‘Disco boy’ sigue los pasos a un emigrante sin papeles (brutal, como siempre, Franz Rogowski) desde la pobreza de su Bielorrusia natal a la Francia de la Legin extranjera. Por el camino, se detiene en una Nigeria soada, violenta y mgica. Abbruzzese juega a dibujar con la cmara el escenario de una batalla sin cuartel de cuerpos tensos en su agona, de sangre derramada, de selva, sudor e imgenes descompuestas en el furor de la noche. La idea es acercarse a las contradicciones de un mundo esencialmente fracturado desde la propia factura. Y a fe que lo logra con una pelcula visceral que se hace fuerte en su ms ntima agona, en su desacomplejada arbitrariedad, en su rabia y, por supuesto, en su confusin a la que abraza con convencimiento. El adjetivo interesante se ha inventado para pelculas como sta. Y el de incendiario tambin.

Lo de Von Trotta se dira que es exactamente lo opuesto. La vida de la poeta Ingenorg Bachmann es dejada en manos de una pelcula desarmada de toda intencin. Vicky Krieps se limita a reproducir los gestos de una mujer acosada y la cmara levanta acta de un drama en tres escenarios paralelos: Por un lado, Zrich y Roma, donde Bachmann comparte pasin y desamor con el escritor Max Frisch; por otro, el desierto del ttulo, donde la protagonista se libera de s misma. Tanto la convencional puesta en escena como el guin ajeno a cualquier amago de originalidad condenan una pelcula que, en su declaracin de intenciones, mereca no ms, pero s otra cosa.

El director de 'Kiss the future' Nenad Cicin-Sain, Vesna Andree Zaimovic y el productor Matt Damon.
El director de ‘Kiss the future’ Nenad Cicin-Sain, Vesna Andree Zaimovic y el productor Matt Damon.STEFANIE LOOSAFP

Por ltimo, y por aquello de citar casi todo, la seccin Berlinale Special, se llev la foto del da. Donde aparece Bono, de U2, hay foto. Y todo merced a un documental, ‘Kiss the future’, firmado por Nenad Cicin-Sain, al que no queda otra que rendirse. Y el motivo nada tiene que ver ni con propuestas arriesgadas ni narrativas delirantes. Todo es ms sencillo: la historia del concierto de la banda de Dublin en un Sarajevo en ruinas justo el primer (o el segundo) da de acabada la guerra es sencillamente memorable. Y lo es no tanto por lo heroico (que tambin) sino por la huella dejada en los habitantes de un sitio laminado que, de golpe, se sintieron los ms felices del mundo. Parece pueril y en su puerilidad emociona. Y mucho. La transparencia es, en este caso, una exigencia moral.

Y, de nuevo, la clave es el tiempo. Siempre lo es. “El cine (y el arte) existe porque el mundo no es perfecto… El cine no es ms que la bsqueda de la armona, de una relacin armnica entre los hombres, y entre el arte y la vida, entre el tiempo y la historia”. Palabra de Tarkovski. Palabra sin tiempo.

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