En silla de ruedas y con signos de evidente fragilidad, el Papa Francisco ha iniciado a última hora de este jueves uno de los periplos más polémicos de su pontificado. Su Santidad visita con todos los honores y agasajos Bahrein, una diminuta isla de 765 kilómetros cuadrados del golfo Pérsico que ha sido testigo de la brutal represión ejercida durante la última década contra una población de mayoría chií sometida al puño de hierro los Al Jalifa, la familia real suní que gobierna el territorio desde hace tres siglos.
Consciente del terrible historial de derechos humanos de sus anfitriones, Francisco ha aprovechado su primera alocución desde el palacio real de Sajir para junto al rey Hamad bin Isa al Jalifa condenar el uso de la pena capital, ampliamente extendido en el país que le acoge. “Pienso en primer lugar en el derecho a la vida, en la necesidad de garantizar ese derecho siempre, incluso para los castigados, a los que no se les debe quitar la vida», manifestó frente al monarca, con el que se fundió en un abrazo tras su llegada.
Condena de la pena capital
La referencia a la abolición de la condena a muerte había sido solicitada por las familiares de doce activistas que esperan la ejecución de su pena en el corredor de la muerte bahreiní. “Esperamos que pueda repetir su llamada a la abolición de la pena de muerte y a la conmutación de las penas de nuestros familiares. Creemos que su intervención puede ayudar a salvar las vidas inocentes de nuestros seres queridos”, le suplicaron en una carta.
A juicio del Papa, resulta vital que “los derechos humanos fundamentales no sean vulnerados sino promocionados”. En Bahréin las enormes heridas causadas por la brutal represión gubernamental de las protestas pro democracia lideradas por la mayoría chií aún resuenan fuerte. Sus cárceles albergan a cientos de activistas detenidos durante el clamor, aplastado por el silencio cómplice de Occidente y la cooperación militar de las monarquías vecinas, temerosas del levantamiento de sus propias y también marginadas comunidades chiíes.
La mayoría chií ha sido sometida a una marginación y discriminación sistemáticas por parte del régimen
“El papa Francisco no debería manchar su reputación estrechando la mano del monarca de Bahrein, responsable de violaciones masivas de los derechos humanos de la población bahreiní, incluida la represión de la mayoría chií, que ha sido sometida a una marginación y discriminación sistemáticas por parte del régimen”, explica con contundencia a El Independiente la destacada activista bahreiní Maryam al Khawaja.
Maryam es hija del principal rostro de las violaciones de derechos humanos en Bahréin, Abdulhadi al Khawaja. Fue condenado en 2011 a cadena perpetua por alentar las revueltas contra la monarquía. Cofundador del Centro de Derechos Humanos de Bahréin, inició en 2012 una huelga de hambre que duró 110 días y fue interrumpida por las autoridades. Víctima de torturas, su calvario ha sido denunciado por organizaciones de derechos humanos internacionales.
Un reino del terror
Su tragedia personal es tan solo una de las que han poblado el pequeño país en la última década. La familia real bahreiní ha sido implacable con la disidencia, hasta extremos insólitos. En 2016, por ejemplo, revocó la ciudadanía del líder espiritual chií más conocido del país -un castigo similar al sufrido por otro millar de compatriotas-; envió a la cárcel a los principales activistas de derechos humanos como Nabil Rayab, presidente del Centro de Bahréin para los Derechos Humanos; y clausuró el principal partido opositor, la Sociedad Nacional Islámica Al Wefaq, congelando sus fondos y prohibiendo sus actividades.
Un ejercicio de terror que la disidencia bahreiní denuncia ahora con motivo de la controvertida visita del Santo Padre, de 85 años y salud cada vez más precaria. A propósito de la Constitución de Bahréin, el Papa reclamó que las promesas deben ponerse en práctica constantemente para que “la libertad religiosa sea completa”, la igualdad de dignidad y de oportunidades “se reconozca concretamente a cada grupo”, y no existan formas de discriminación ni se “violen los derechos humanos”.
Desde el asiento contiguo, el monarca ha respondido sin inmutarse. Ha asegurado que su régimen protege la libertad de todos los credos para “realizar sus rituales y establecer sus lugares de culto”. En su opinión, Bahréin rechaza la discriminación religiosa y condena “la violencia y la incitación”.
Operación blanqueo
En una carta abierta al Papa, el Instituto Bahrein para Derechos y Democracia, una entidad que desde el exilio trata de denunciar las violaciones de derechos humanos, le advierte de que el rey aprovechará su visita “para tratar de legitimar su discriminación sistemática contra la mayoría de la población de Bahrein y lavar la imagen internacional de su gobierno por su historial represivo en materia de derechos humanos”.
“Bajo el reinado de Hamad, Bahrein ha sido testigo de graves violaciones de los derechos humanos. Tras el aplastamiento del movimiento prodemocrático de Bahrein en 2011, se produjeron detenciones masivas de activistas de derechos humanos y de la oposición que se enfrentaron a horribles torturas, juicios falsos y largas condenas”, señala la misiva a la que ha tenido acceso este diario. “Desde entonces, el régimen ha sido responsable de la detención arbitraria y el abuso de menores de edad y de la ejecución de víctimas de tortura, cuyas condenas a muerte fueron firmadas por el rey. Sus manos están empapadas con la sangre de sus propios ciudadanos, y sería desgarrador para las familias de los presos políticos y de los condenados a muerte ver a su Santidad dándole la mano”, agrega.
Un rey que reprime a su propio pueblo y discrimina sistemáticamente a la población chií no puede ser una voz legítima para la libertad religiosa
Una escena que finalmente se ha producido, a pesar de las denuncias de las organizaciones de derechos humanos locales e internacionales. “Un rey que reprime a su propio pueblo y discrimina sistemáticamente a la población chií no puede ser una voz legítima para la libertad religiosa y la convivencia”, opinan desde la sociedad civil bahreiní, establecida en el destierro. El Papa ha convertido su acercamiento al mundo musulmán, tras los encontronazos registrados durante el pontificado de Benedicto XVI, en una de las razones de su pontificado. En Bahréin presidirá una conferencia sobre tolerancia religiosa.
La búsqueda incierta del diálogo interreligioso con autoridades religiosas musulmanas deslegitimadas en la calle por su apoyo a la represión le ha llevado a visitar Emiratos Árabes Unidos o Egipto, países que atesoran también un dramático historial de abusos, e Irak, en apoyo a la menguante comunidad cristiana del país. “Antes de intentar cambiar el mundo, el rey Hamad debería iniciar una reforma creíble dentro de su propio país, no mediante la celebración de conferencias sobre la coexistencia, sino adoptando medidas para garantizar que se pone fin de forma significativa a su campaña de represión en Bahréin”, señala la carta, en la que se invita a Francisco a visitar alguna de las cárceles del país.
El reino alberga la Quinta Flota de EEUU, el cuartel desde el que se vigila el tráfico marítimo por el estratégico estrecho de Ormuz y ha empleado las carreras de Fórmula Uno para tratar de blanquear su imagen internacional. La familia real es propietaria del club ciclista Bahrain McLaren y en 2020 adquirió el Córdoba Club de Fútbol. Las protestas de 2011, alentadas por la Primavera Árabe, tuvieron como epicentro la plaza de la Perla del distrito financiero de Manama, la capital, donde los manifestantes mantuvieron una acampada durante semanas. Poco después, un ejército de excavadoras destruyó el monumento que presidía el cruce de caminos.
Las millonarias ventas de armamento occidental no se han interrumpido durante la última década mientras la negligencia médica y el maltrato reinaban en las cárceles y los tribunales dictaban abultadas condenas contra supuestos autores de complots urdidos por Irán. En un contexto marcado por la cercana celebración del Mundial de fútbol en Qatar entre denuncias por las condiciones laborales de los migrantes que levantaron los estadios, el Papa Francisco pareció referirse al asunto al reclamar que “las condiciones de trabajo sean en todas partes seguras y dignas”. “Gran parte del trabajo es, de hecho, deshumanizante. Esto no sólo conlleva un grave riesgo de inestabilidad social, sino que constituye una amenaza para la dignidad humana”, concluyó.