Hoy exactamente hace 60 años que comenzó la aventura más grande de la Historia de la humanidad. Pero el 12 de septiembre de 2022, Rafael Clemente es escéptico. Y ese es un mal dato. Cuando un hombre que vivió en directo la carrera espacial en los 60 y 70, y siempre estuvo cerca de todo lo relacionado con el espacio, no se cree del todo las previsiones de la NASA, queda poco por decir.
Ni siquiera se trata de ir por primera vez, sino de volver a ese paraje abandonado desde diciembre de 1972, hace ya medio siglo. Con todo lo que se ha avanzado tecnológicamente desde entonces, este mundo no ha sido capaz de reunir los recursos suficientes como para enviar a alguien que nos represente de alguna forma, banderas aparte. Y cuando se decide a hacerlo, todo son retrasos e imprevistos.
Quizá (solo quizá, pero un “quizá” muy grande) falta verdadero liderazgo. La llegada del hombre a la luna tuvo su origen mucho antes, cuando alguien del carisma irrefutable de John F. Kennedy lanzó el compromiso en la Universidad Rice un caluroso 12 de septiembre de 1962, hace exactamente 60 años, y siete antes de que fuera una realidad.
“Elegimos ir a la Luna. Elegimos ir a la Luna en esta década, y también afrontar los otros desafíos, no porque sean fáciles, sino porque son difíciles, porque esta meta servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y aptitudes, porque es un desafío que estamos dispuestos a aceptar, que no estamos dispuestos a posponer, y que tenemos toda la intención de ganar, también a los demás.”
Esas palabras asustaron al director de la agencia del Espacio norteamericana, que preguntó en voz alta si alguien quería su puesto, pero pusieron las pilas a centenares de miles de personas, y no solamente localizadas en Estados Unidos, sino repartidas en toda la Tierra. En España no fueron pocos los científicos, técnicos o periodistas que contribuyeron a esa gran gesta.
Uno de ellos es Rafael Clemente, autor de dos magníficos libros sobre el tema: “Un pequeño paso para el hombre” (Cúpula, 2019), y “Los otros vuelos a la luna”, de la misma editorial y de 2020. Entre los dos forman una historia completa llena de detalles muy raramente conocidos sobre el programa Apollo.
Pregunta.- ¿Cómo llegó la curiosidad por el programa espacial?
Respuesta.- A través de un Manual de Operaciones, el pequeño pero grueso libro que llevan los astronautas en sus vuelos. Cayó en mis manos por casualidad siendo muy joven, y me fascinó cómo se describe qué hacer en cada minuto de la misión, o en casos de emergencia.
P.- Emergencias que han de preverse en un entorno desconocido. Entiendo entonces que habrá que hacer un enorme ejercicio de creatividad para imaginar qué puede ir mal. Siendo una profesión claramente científica, ser científico espacial ¿es un oficio creativo?
Incluso el manual de operaciones del Apollo 11, el primero en posarse en la luna, tenía un apartado que indicaba qué hacer si al volver no arrancaba»
R.- Desde luego. Es absolutamente necesario tratar de averiguar qué puede ir mal, y para eso se necesita imaginación. La mayor parte del tiempo del diseño de cualquier ingenio espacial se va en ejercicios de creatividad. Se publican continuas ediciones actualizadas de manuales de 500 páginas en los que se trata de prever todo lo imaginable. Incluso el manual de operaciones del Apollo 15, el primero en llevar un cochecito eléctrico a la Luna, tenía un apartado que indicaba qué hacer si el motor de ascenso no arrancaba. El procedimiento incluía salir, cortar un trozo de fuselaje, empalmar unos cables y tratar de despegar con la puerta abierta para que pasara el cable. Allí no hay talleres. El espacio es un lugar totalmente inhóspito, vacío de materia y lleno de radiación. Parece lógico que pasen cosas imprevistas incluso preparándose para volar, como las que están posponiendo el lanzamiento de la nueva nave que devolverá al ser humano a la luna.
P.- A simple vista parecen fallos de poca importancia. ¿Realmente lo son?
R.- Es cierto que no son fallos cruciales, pero dan una imagen pobre y en realidad siempre lo son. Por ejemplo, el último retraso se debió a una fuga de hidrógeno. No olvidemos que los cohetes permanecen necesariamente conectados a sus fuentes de combustible hasta el mismo momento del despegue. Es como si al ir a poner gasolina, hubiera un sistema que dejase de echarla en nuestro depósito, sacase la manguera y cerrase la tapa en el momento justo de arrancar, y no antes. Son sistemas muy complejos y pueden fallar. El primer retraso se debió a un sensor defectuoso. Al cohete no le pasaba nada, pero era imposible saberlo con certeza, así que se optó, como siempre, por la seguridad.
P.- En ese sentido, cada fallo o accidente, como ocurre con la aviación, ¿enseña y cambia algo?
R.- Totalmente. Las misiones Apollo no pudieron empezar con peor pie. Tres astronautas murieron asfixiados literalmente en un incendio a bordo de su cápsula cuando estaban haciendo unas comprobaciones rutinarias, sólo días antes de volar. Sin embargo, gracias a eso se cambiaron las especificaciones técnicas en la construcción de las naves y se evitó que eso ocurriera en el espacio. Nadie imaginó que la concentración de oxígeno en esas circunstancias sería un problema. No deja de ser un fallo humano. Estamos dando nuestros primeros pasos en el espacio, y apenas hemos comenzado a caminar.
P.- Estamos pensando en conquistar el espacio cuando todavía en nuestro planeta queda todo por resolver. Y esa es una de las críticas más frecuentes al programa espacial, junto al enorme gasto que supone. ¿Qué contestaría a los que opinan que no merece la pena apostar por el espacio?
El espacio es donde estamos obteniendo información valiosísima sobre nuestro mundo, y ha conseguido resolver grandes problemas que luego se aplican en nuestro día a día»
R.- Los cohetes que está tratando de lanzar la NASA llevan 14 años de preparación, y una inversión de 20 mil millones de dólares. Cierto. Pero el espacio es donde estamos obteniendo información valiosísima sobre nuestro mundo, y ha conseguido resolver grandes problemas que luego se aplican en nuestro día a día. Desde descubrir y seguir los agujeros de la capa de ozono, la tecnología de nuestros ordenadores o saber qué tiempo hará gracias a los satélites, mucho se lo debemos a la investigación espacial. Gracias a las observaciones que se hacen en órbita, es posible predecir fenómenos atmosféricos mucho antes de que ocurran y salvar vidas. Los que financiaron el segundo viaje de Colón a América, dejaron de pagar más aventuras a las indias occidentales al ver los papagayos y plantas curiosas que traía el descubridor. Consideraron que América no tenía nada que ofrecer económicamente.
P.- En ese sentido, además de por los avances científicos que se desarrollan gracias al Espacio, ¿en el futuro se podrá obtener verdadera riqueza?
R.- Es pronto para decirlo, pero todo apunta a que sí. En la luna hay, al menos así lo dice la teoría, suficiente helio 3 como para acabar con cualquier crisis energética, pero para eso hay que desarrollar antes centrales nucleares de fusión, y ser capaces de extraerlo y traerlo. Siempre se ha dicho que faltan 30 años para conseguir obtener energía limpia y abundante por este sistema. Ahora siguen faltando 30 años.
P.- Es posible que el campo de la “minería espacial” acabe con algunas voces críticas desde el punto de vista económico, aunque desde el ecológico ¿puede resultar más complicado conseguir apoyo?
En cuanto a ser sostenibles, aunque los cohetes SLS no se reutilizan, se están usando partes que se conservan de naves espaciales de los años 80″
R.- Un lanzamiento contamina, pero no tanto como parece. Los motores principales sueltan hidrógeno y oxígeno, o sea, agua. Y aunque los motores aceleradores usan propergol sólido, y por lo tanto sí contaminan, lo hacen solamente dos minutos y ensuciando mucho menos que los aviones que despegan o aterrizan un solo día en cualquier aeropuerto importante. En cuanto a ser sostenibles, aunque los cohetes SLS no se reutilizan, se están usando partes que se conservan de naves espaciales de los años 80. De hecho, uno de los motores de la nave Artemis, ha volado ya 12 veces al espacio. Poco más se puede hacer sin comprometer la seguridad de las misiones.
P.- Quienes seguro que tienen menos restricciones a la hora de fabricar naves espaciales siguiendo protocolos ecológicos son los chinos. ¿Se toma en serio su programa espacial?
R.- Totalmente. Están haciendo un trabajo espectacular. De hecho, hace unos años ya lancé un pronóstico que apuntaba a China como el siguiente país en poner una bandera en la luna. Sus compromisos hablan del decenio de 2030, y los norteamericanos mantienen 2025. Yo, honestamente, no creo que EEUU llegue a cumplir los plazos, y a la mínima que haya algún fallo de importancia, irán por detrás.
P.- ¿Veremos un sorpasso de China sobre Estados Unidos en el cielo, sobre nuestras cabezas?
R.- Ya ocurrió con Rusia. Ellos negaron haber estado compitiendo por ser los primeros en posarse en nuestro satélite, pero ya bajo la presidencia de Gorbachov se hallaron indicios más que evidentes. De hecho, hay alguna granja de cerdos rusa que se construyó bajo un enorme fragmento de cohete N1, el que debía llevar a dos rusos a la luna. En los años 60 llevaron la delantera hasta que los norteamericanos fueron más rápidos. Aquí vuelve a ser posible. China tiene muchas sorpresas preparadas que no conocemos.