Hace años que duerme, que apenas se le escucha. En la última década ha ido silenciándose, arrinconándose hasta casi desaparecer de la escena. Los más jóvenes no la recuerdan y los más veteranos no parecen añorarla, menos aún reclamarla. No al menos como lo hicieron no hace tanto tiempo. Hubo muchos que llegaron a matar por ella. Hoy ni siquiera los partidos que la llevan como seña de identidad, en su razón de ser, la enarbolan convencidos. Permanece en su fundamento ideológico pero en voz baja. La independencia, el discurso nacionalista por una Euskadi soberana lleva tiempo desaparecido, casi oculto.
¿Dónde está? El discurso independentista comenzó a esconder la cabeza con la crisis de 2008. Lo hizo un poco más con el fin de ETA y el fiasco del procés en Cataluña y terminó por estar en paradero desconocido tras la irrupción de la pandemia y la crisis posterior. Hoy las proclamas en clave identitaria o soberanista apenas ocupan espacio en los mensajes de los dirigentes nacionalistas. Ni siquiera en actos tan simbólicos como el ‘Alderdi Eguna’ (Día del partido) del PNV o manifestaciones de la izquierda abertzale afloran ya con peso.
La sociología vasca ha cambiado y los partidos lo saben. El ansia por un estado soberano, por un país propio al margen de España que tiempo atrás movilizaba masas hoy no lo hace. Hasta la izquierda abertzale parece haberlo interiorizado. Los discursos del nacionalismo vasco se han convertido en mensajes de identidad pragmática vinculada a aspectos sociales y económicos. Ibarretxe fue el último que se enfangó en el melón identitario. Su ‘Plan’ terminó por tensionar a la sociedad y dejó a su partido fuera de Ajuria Enea. Después llegaría la ‘reconversión’ de la formación llevada a cabo por el hoy lehendakari, entonces presidente del PNV, Iñigo Urkullu, hacia una senda más moderada. Aquello sucedió hace 17 años.
Pocos años después, y en un contexto social cada vez más desmotivado sobre la cuestión nacional, se activó otro proceso que culminaría la pasada legislatura. Lo hizo casi arrastras y sin visos de ir mucho más allá. La necesidad de renovar el Estatuto de Gernika de 1979 –aún sin cumplir en su integridad- abrió el camino para dar forma a un nuevo encaje de Euskadi en el Estado, el nuevo ‘estatus’ en su relación con España. El resultado, tres propuestas dispares sobre un articulado que descansan en algún cajón del Parlamento vasco desde hace casi tres años y a las que nadie quiere enfrentarse. El PNV intentó reavivar el debate, sin éxito.
El ‘nuevo estatus’, en un cajón
Desde entonces el País Vasco no ha vuelto a hincar el diente a la cuestión. Y no parece que nadie quiera hacerlo por ahora. Desde diciembre de 2019 no se ha vuelto a hablar en profundidad y con planteamientos concretos de territorialidad, de ruptura con España y menos aún de una Euskal Herria independiente y soberana. Las dos formaciones nacionalistas saben que sería complicado que les secundaran los ciudadanos de modo mayoritario. Las encuestas reiteran una y otra vez que no es esa una prioridad para los vascos y vascas actualmente.
El último Sociómetro del Gobierno vasco, publicado el pasado mes de julio, situaba el apoyo a la independencia en el 22% de la sociedad vasca. Un 40% de los vascos se muestra en desacuerdo y el 33% restante lo valoraría “según las circunstancias”. Lo más llamativo es que entre los votantes del PNV quienes se muestran en desacuerdo son incluso más, el 42%, y sólo el 15% lo apoyaría. En el caso de la izquierda abertzale, entre los votantes de EH Bildu el apoyo sí es mayoritario, el 62%.
“Es cierto que la reivindicación independentista o más soberanista está algo dormida, pero eso no significa que hayan renunciado a ella los partidos nacionalistas, al fin y al cabo es su esencia”, asegura el doctor en Sociología por la Universidad del País Vasco, Imanol Zubero. En su opinión, lo que ha ocurrido es que el contexto social actual en Euskadi complica situarlo en la agenda por razones de todo tipo; económicas, generacionales o de temor por el resultado del pasado. “El PNV aún tiene presente el periodo de Ibarretxe, que fue muy complicado. Yo diría que el votante del partido es más regionalista que soberanista, quiere que gobiernen los suyos pero sin aventuras independentistas”. Un contexto complicado para proclamar el discurso más nacionalista, según Zubero, “cuando son ahora los movimientos de extrema derecha, el populismo más xenófobo, los que enarbolan ese discurso nacionalista”.
Las nuevas generaciones que no vivieron los periodos de mayor impulso de mensajes independentistas y nacionalistas tampoco se sienten movilizadas por este tipo de aspiraciones. No al menos en las mismas claves. Según Zubero, hoy lo que les moviliza son razones sociales, económicas o de estabilidad en un estado de bienestar que se pueda gestionar desde instituciones vascas más que las aspiraciones a una identidad o una nación: “De algún modo eso ya lo decía Arzallus con aquello de ‘¿Para qué queremos un Estado? ¿Para plantar berzas?’”.
Una soberanía más ‘bilateral’ que independiente
Recuerda que pese a que ese objetivo se ha relegado no lo ha hecho el discurso “quizá algo más banal, pero continuado” que busca la singularidad de una sociedad respeto a otro y que se alimenta de modo cotidiano a través de símbolos y discursos que siguen calando en las nuevas generaciones. Pero de ahí a aspirar a recuperar el discurso nacionalista que hasta hace unos pocos años se basaba en gran medida en cierta épica “va a ser ahora muy difícil”: “Yo no lo veo. Más aún cuando ese discurso hace tiempo que ha ido perdiendo tono muscular. Si se produce una recuperación será más por la reivindicación de derechos. Se habla incluso que en el futuro el nacionalismo será más fiscal, más de gestionar lo propio que otra cosa”.
Zubero cree que ese ideal máximo de un estado propio, con sus fronteras, es muy complicado que vuelva: “Pensar en fronteras, políticas migratorias, un ejército y todo lo que supondría parece hoy un engorro que pueda ser respaldado por la sociedad”. Este sociólogo cree que el futuro del proyecto del nacionalismo vasco pasa por otras claves: “Lo veo más en claves de bilateralidad, de aceptar formar parte de un Estado compuesto, que si se federaliza mucho mejor, pero que si es autonómico bastará con preservar la singularidad para ser una nación dentro de un Estado al que hablar de tú a tú”.
El catedrático en Sociología, Ander Gurrutxaga sitúa esta desaparición del primer plano de los mensajes soberanistas en Euskadi en el inicio de “un nuevo ciclo”. Un periodo que comenzó con la desaparición de ETA, “que deriva en un modo distinto de hacer las cosas” y que se traduce no sólo en el ámbito político sino en el social y cultural: “Es un cambio de contexto radical. Veníamos ya del impacto de la crisis económica de 2008, del impacto de la globalización y al que se suma la pandemia. A ello se añade la cuestión generacional”, señala. Recuerda que se trata de jóvenes que comienzan a marcar distancias con los discursos de sus padres y que dan prioridad a los aspectos sociales: “Ahí las formaciones políticas se dan cuenta que las cuestiones sociales les permiten llegar a esas capas sociales, no tanto los mensajes soberanistas”.
Gurrutxaga apunta que el crecimiento electoral del PNV en los últimos años –hoy ostenta el mayor poder institucional de su historia- se debe a un viraje en su discurso orientado a las capas de la sociedad que están reclamando “seguridad, sosiego y buena gestión”: “La idea del nacionalismo sigue ahí pero ya no ocupa la centralidad. Los grandes fines de la política vasca no están relacionados con la identidad sino con la gestión de recursos, con su control”.
«¿Quién habla hoy de estado propio?»
En esta situación, asegura que el partido hegemónico en Euskadi, el PNV, ha sabido interpretarlo y apoyarse para ello en España, “es un partido que cree en el Estado español, sabe que necesita que funcione bien para alcanzar sus logros”: “De ahí viene su estrategia del ‘encuentro necesario’ con quien gobierna en España, sea el PP o sea el PSOE. Ahora también la izquierda abertzale ha buscado ese confort en el Congreso de los Diputados pactando y llegando a acuerdos con el PSOE”.
Gurrutxaga concluye que a la izquierda abertzale no le ha quedado más remedio que relegar del primer plano sus aspiraciones independentistas. Considera que tras el fracaso del proceso en Cataluña si buscaba poder tener influencia y no quedar relegado a la periferia social, “debía acercarse al poder político, era el modo de rentabilizar el nuevo contexto sociocultural. Si se pone a trasladar un discurso radicalmente identitario se queda sola”.
Pese a ello, Gurrutxaga considera que la aspiración no se ha abandonado, sino que simplemente ha quedado algo relegada por “ineficaz” y estar alejado de lo que reclama la sociedad vasca hoy: “¿Quién habla hoy de estado propio? El debate siempre es más sobre competencias que necesitas para tu futuro. Te puede sentir cómodo en una estructura estatal siempre que tengas conformación política interna suficientemente clara y nítida”.