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Que no nos venza el miedo

El planeta se calienta. Las consecuencias del cambio climático ya están aquí y no van a desaparecer en los años venideros. Este verano ha sido extremo por su dureza: temperaturas récord en toda Europa, junto a la mayor sequía jamás registrada en los últimos 500 años y una devastadora ola de incendios. En otros rincones del mundo, como en Pakistán, hay ahora mismo 33 millones de personas afectadas por las inundaciones. 

Los gases de efecto invernadero (GEI) que causan el cambio climático no dejan de acumularse. Aunque fuéramos capaces de alcanzar mañana el objetivo de cero emisiones, estas permanecerán durante cientos de años en la atmósfera. No hay otro camino: debemos reducir emisiones, dejar de emitir GEI y capturar y absorber las emisiones acumuladas en la atmósfera. 

Teniendo en cuenta las fuertes dependencias de los combustibles fósiles que tenemos, existe el peligro claro de que el miedo, el derrotismo o el pesimismo nos desborden ante el reto que viene. Pero no podemos olvidar que somos la generación que más está contribuyendo a agotar los recursos naturales y a emitir GEI, y también somos la generación que acumula mayor evidencia científica y conocimiento, con acceso a tecnología puntera e innovación, para revertir este proceso y lograr los cambios necesarios. 

Para que el temor y el sentimiento de impotencia no nos paralicen, tenemos que buscar un equilibrio entre los gases de efecto invernadero que emitimos y los que el planeta es capaz de absorber, incrementando los sumideros de carbono naturales e innovando en distintos sistemas de captura de carbono. Es, en definitiva, el equilibrio entre la gran responsabilidad que tenemos y los enormes medios con que contamos. El cambio a un modelo de producción de energías limpias es esencial para frenar el calentamiento global y mantener un balance ecosistémico del planeta que garantice nuestra calidad de vida. 

La acción política y la coherencia de todos, sobre todo de los gobiernos, es decisiva para reorientar el debate energético. En estos meses se ha escuchado mucho hablar a los medios de comunicación de la enorme dificultad de sustituir energías baratas de suministro garantizado, como las energías fósiles, por las renovables, que dependen del agua y el viento y necesitan inversiones en investigación para encontrar sistemas de almacenamiento. Pero sabemos de sobra que cuando las energías fósiles dependen de tiranos como Vladimir Putin, la seguridad de suministro se convierte en chantaje, extorsión y dependencia que pone en peligro nuestras democracias y libertades. 

Los países están destinando el triple de ayudas públicas a energías fósiles que a las de bajas emisiones o cero»

El precio barato de estas energías también es otra mentira. Además de no incluir en ese precio los costes directos e indirectos de los daños ambientales que generan, existe una gran opacidad sobre las inmensas subvenciones que reciben. Es una verdad incómoda de la que casi nunca se habla, pero seguimos financiando con dinero público el mismo problema que origina el cambio climático. Según la OCDE, solo en 2020 las ayudas al petróleo, el gas y el carbón sumaron más de 375.000 millones de dólares, mientras que el apoyo público a las renovables ronda los 130.000 millones. Los países están destinando el triple de ayudas públicas a energías fósiles que a las energías de bajas emisiones o cero.

Es un desequilibrio insostenible que las renovables –hoy por hoy más baratas y competitivas –jueguen en inferioridad de condiciones con las fuentes fósiles. Pero el asunto va mucho más allá.  Las subvenciones a los combustibles fósiles sabotean la urgencia hacia un futuro más sostenible, más independiente de tiranos y más limpio; son una carga para los presupuestos públicos, ya que se asignan, de manera ineficiente recursos que podrían destinarse a la transición y la independencia energética; y maquillan y distorsionan el precio real de estas energías fósiles, aumentando la desigualdad entre fuentes al estimular su consumo. Pese a todo ello y a los posibles círculos virtuosos que podrían derivarse de su eliminación, los gobiernos siguen tratando esta realidad incómoda como un tabú, y su inacción nos desorienta. 

Ya el Séptimo Programa de Acción para el Medio Ambiente, aprobado en 2013 incluía compromisos de 2020 para la eliminación gradual de subvenciones de las energías fósiles. ¿Se ha conseguido? No. De hecho, estamos muy lejos de alcanzarla. Según una investigación de la Comisión, las subvenciones a los combustibles fósiles en la UE ascendieron a 50.000 millones de euros en 2018, sin que se prevea una reducción significativa. Fue precisamente este punto -las fechas de eliminación de las subvenciones- el de mayor controversia en la negociación del Octavo Programa General de Acción de la Unión en materia de Medio Ambiente hasta 2030 (8PMA) y que hizo que finalizásemos las negociaciones a altas horas de la madrugada. 

El Consejo, representando a los gobiernos, se negaba a avanzar; gracias a la insistencia de los eurodiputados que estábamos allí presentes se consiguió impulsar un marco normativo para eliminar los subsidios a los combustibles fósiles y establecer una fecha límite para su fin. 

Diez años más tarde, seguimos con el mismo compromiso político, pero el IPCC nos advierte de que la ventana para evitar riesgos peligrosos se está estrechando. Las decisiones que tomemos ahora, en plena crisis energética, serán criticas para mejorar nuestra autonomía energética al tiempo que reducimos emisiones. Por eso, la intervención de emergencia para reformar el mercado eléctrico – que ha anunciado la Comisión Europea este martes – no puede tomarse a la ligera.

Sí, necesitamos resolver la dramática subida de precios de la energía, pero debemos ser coherentes con los objetivos de reducción de emisiones para 2050″

Sí, necesitamos resolver la dramática subida de precios de la energía, pero a su vez debemos ser coherentes con los objetivos y esfuerzos que ya estamos realizando para cumplir nuestros compromisos de reducción de emisiones para 2050. No deberíamos caer en la tentación de dar pasos atrás en el Pacto Verde europeo. Las medidas adoptadas no pueden incurrir en la misma lógica que las subvenciones a los fósiles, maquillando su coste real, fomentando y aumentando su uso. 

Tenemos por delante una década decisiva, de retos, pero también de grandes oportunidades para afrontar el cambio climático, la degradación de los ecosistemas y la pérdida de biodiversidad.  Las decisiones políticas pueden hacer mucho. El Fit for 55 y el Green Deal -las medidas destinadas a conseguir la neutralidad climática– son una parte de la solución. La otra es dejar de subvencionar el problema que origina el cambio climático y reorientar los millones de dólares anuales que se utilizan para subsidiar energías fósiles a financiar la transición hacia una economía baja en carbono. 

Sin miedo, sin paralizaciones insensatas, vayamos más deprisa hacia las energías limpias con los recursos que absorben las energías sucias. 


Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento Europeo en la delegación de Ciudadanos

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