En Qatar ha empezado un Mundial de fantasía e hipocresía, virtudes que son la base del negocio, de la política y de la vida, o sea que no sé por qué el personal se escandaliza. A estos feudalismos medievales, que son como un cuarto de baño alicatado de oro, teología y pelos de bigote, ya les compramos petróleo, gas y no sé si leche de camella. Con estos países chalé, estos países palmerita de neón, estos países grifito con gema, estos países de cabreros pontífices multimillonarios, tenemos negocios, turisteo, relaciones y correspondencia de reyes magos. Incluso les mandamos a nuestros propios reyes para que hagan allí como su portalito de reyes con armiño y cofrecito, o su recauchutado de Edén de viejos. El escándalo del Mundial, por lo visto, es que se haga allí fútbol, el negocio del fútbol, en vez de hacer el negocio del dinero enladrillado, del hidrocarburo balsámico o de la geopolítica de la babucha, como Sánchez en Marruecos. Ahora resulta que los futboleros son los únicos que no tienen derecho a la hipocresía, esa hipocresía fácilmente salvada con una paloma de miga de pan o un coro de niños con bengalitas.
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