En Cataluña, unos rebeldes con colores, pancartas y torbellinos de vuelta ciclista de las AMPA se han atrevido a pedir que las leyes se cumplan, o sea un escándalo. Pedían que el español fuera lengua vehicular en la enseñanza, cuando ahora es tratado como lengua extranjera, todo un descoque o toda una frivolidad. En realidad, la frivolidad es pensar en esto como un problema de currículos y claustros, como si los padres pidieran más ajedrez o más témpera. El catalán en las escuelas o en las ferreterías es sólo un frente, como lo es que la escuela en Cataluña sea esa iglesia nacionalista que sólo habla un latín asacristanado que se pega en el paladar como una hostia. El verdadero problema es que en Cataluña, pura involución, la ley se ha convertido en algo subversivo. Estos manifestantes, caricaturizados en la bandera futbolera, estanquera o sargentona, y que algunos ven como señoritos reivindicando la caza del zorro, sólo estaban pidiendo obviedades. Hasta Feijóo, aunque lejos del barullo (Feijóo huirá de todos los barullos, es como una alergia gallega que padece) pedía obviedades. Cataluña entera es una dolorosa obviedad ignorada.

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