De las cenizas de la moción de Tamames, cenizas de pipa, de tocón, de tomo del Quijote, de huerto o de hueso, se ha levantado Feijóo sacudiéndose el pelo ceniciento y el esperpento, que es la palabra que más se sacude en España estos días, como la manta zamorana de nuestra política tópica. Feijóo no se ha equivocado, el PP no podía votar otra cosa que la abstención para no dar la razón a uno de sus adversarios (era preferible dejarlos a los dos a medias), ni tampoco podía estar en el Congreso de paloma en el gallinero, que es una forma de recalcar que no está allí o que aún no está en ningún sitio. La única manera de estar hubiera sido con su propia moción de censura, a lo Felipe González contra Suárez, pero ya se le ha hecho tarde mientras fichaba a Toni Nadal para su nueva fundación o para motivarlo a él, como si Feijóo fuera aquel Rocky con ojos tristes. Feijóo marca distancias, no ya con Vox sino con todo, aunque es Ayuso la que va rompiendo con la derechaza de cripta, crucifijo y sello colombino.
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