Sánchez y Feijóo se encontraron de nuevo en el Senado, ese cementerio político con pinta de cocina de formica en el que, justo antes, habían prometido el cargo Susana Díaz y Javier Arenas, que ya parecen viejas glorias del Un, dos, tres repescadas para una gala navideña. Feijóo deseaba el cara a cara a pesar de la desventaja que suponían ese escenario desplazado, como si cambiaran la caoba matrimonial del Congreso por un motel, y el formato descompensado, hecho más para que al presidente ceremonial le pidan trenes regionales que para intensos debates generales de tú a tú.
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