La literatura, como todas las artes, debe cumplir con dos máximas que se podrían resumir en fondo y forma para ser considerada como tal. Para ponerse a escribir algo que merezca la pena ser leído es necesario tener algo que contar y saber cómo contarlo y esto es lo que ha conseguido Alana S. Portero (Madrid, 1978) en La mala costumbre (Seix Barral). La novela debut de la escritora, dramaturga y activista LGTB fue la gran revelación de la última Feria de Fráncfort, que antes de su ver la luz en español, ya tenía asegurados los derechos de publicación en una decena de países que incluye Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania, entre otros.
A pesar de este entusiasmo inicial por la novela por parte de los editores, Portero prefiere mantener la prudencia. «Es importante que el libro se lea y se defienda por sí mismo. Muchas de las cosas buenas que le han sucedido han sido a priori, el éxito que pueda tener lo veremos a partir de ahora».
La mala costumbre narra en primera persona el crecimiento de «una niña atrapada en un cuerpo que no sabe habitar». Con crudeza, humor y cariño, esta historia construida a modo de viaje iniciático recorre la difícil adolescencia, la incomunicación crónica, el miedo y la vergüenza de quien no encuentra la forma de reconocerse en sí misma. Ambientada en el Madrid obrero y periférico de los ochenta y los noventa, esta historia pasa revista a aquellos años en los que la heroína y el sida eran una peligrosa mezcla pandémica que solo parecía atacar a los excluidos. A través de numerosas referencias bíblicas, mitológicas, mágicas y también pop, la prosa hábil y sugerente de la escritora madrileña realiza un inspirador viaje vital hacia ese puerto de llegada que es el abrazo a lo femenino.
Puede que Madrid no sea especialmente bonita y grandilocuente pero hay callejones que ya los hubiera querido J.K Rowling para Harry Potter
Reconociendo en el estilo de Truman Capote una aspiración personal, «por esa manera de ver lo mágico dentro de lo mundano» y acompañada por la manera de narrar de Carmen Martín Gaite como dos de sus principales influencias, Portero ha querido escribir en su primera novela también una carta de amor a su barrio y a su ciudad, porque como ella misma apunta, «puede que Madrid no sea especialmente bonita y grandilocuente pero hay callejones que ya los hubiera querido J.K Rowling para Harry Potter«.
Ante la duda de si se trata de un relato sobre «lo trans», la intención de su autora es que el libro llegue a cuanta más gente mejor y se empeña en dejar claro que no se trata de una historia de nicho, pues se estaría cometiendo un error al pensar que se trata de una novela coyuntural y aprovechada. Por eso, Portero crítica la tendencia que suele haber a la hora de calificar la literatura que no está escrita por hombres blancos, como autoficciones, rarezas y temas menores. «No entiendo por qué lo universal no puede ser lo que cuenta una mujer trans. Dentro de lo que se quiere esconder debajo de unas siglas (de las que yo no reniego y estoy muy orgullosa), La mala costumbre es una historia más sobre cómo se desarrolla una vida y una imaginación».
Siempre he visto la masculinidad como algo indescifrable y ajeno, llena de rituales absurdos
En concreto, la escritora define su novela como «una historia fronteriza, obrera, identitaria y mágica sobre cómo llegamos a ser quienes se somos y cómo se habita una vida entre dos mundos». Y es que lo realmente interesante de que el relato esté contado desde esa primera persona es precisamente esa lucha contra una dualidad incomprendida. A través de sus vivencias, el lector es capaz de acercarse desde una nueva perspectiva que rechaza, por ejemplo, «la instrucción en la masculinidad». Una instrucción que Portero insiste en clasificar como triste y estrecha, asegurando que los hombres son las primeras víctimas de su propia masculinidad.
«Siempre he visto la masculinidad como algo indescifrable y ajeno, llena de rituales absurdos que no hacen bien a nadie y menos a quienes los practican». En contraposición con ese corsé que paradójicamente constriñe a los hombres, la autora pone en valor «el mundo de lo femenino, reflejo de sabiduría, calma, cuidados e intuición».
«Para mí lo femenino siempre ha sido el puerto al que llegar», defiende Portero. Por ello reconocer haber basado su novela en una especie de viaje a través de oráculos, brujas, sabias y diosas, que son esas mujeres que pasan por la vida de la protagonista y en cuyo ejemplo esa joven acaba reconciliándose consigo misma. «Me apetecía hacer las paces con esas generaciones de mujeres que han sido pisoteadas y de las que se recuerda muy poco. Porque de esto no se habla tanto, pero fueron ellas las que se llevaron la peor parte de la ley de peligrosidad social, cuando hubo la amnistía de presos políticos ellas se quedaron en la cárcel, incluso esos héroes políticos que salían de la cárcel entre vítores eran los que violaban a esas mujeres. Esas mujeres tienen que ser contadas en su grandiosidad y aquí quería hacerles un homenaje».
Y es que aunque La mala costumbre ponga sobre el foco el tema de la incomunicación y el problema de no querer ver lo que se tiene delante, ante todo es es una historia de amor sobre los lazos que se establecen con esa familia escogida que nos demuestra que en realidad no somos nadie sin nuestras alianzas y que no hace falta llorar a solas.