Si hay un elemento crucial en toda monarquía y dinastía, esa es la cuestión de la sucesión al trono. Reyes y emperadores, príncipes reinantes y duques siempre han tenido como deber primordial engendrar un heredero y, durante siglos, la obligación llevaba como corolario que el heredero fuera varón.
La obsesión por la descendencia llegó a veces a niveles curiosos y nos ha legado miles de anécdotas que ahora se recogen en un libro fascinante, Embarazos y partos de las reinas de España (Esfera de los Libros), escrito por los médicos y divulgadores científicos Pedro Gargantilla y Berta Martín. La obra rastrea la historia privada que hasta ahora no se había contado. O, al menos, se había contado con cuentagotas: el de la gestación y ginecología de la Casa Real, de los embarazos de Isabel la Católica –la cual, por cierto, fue la pionera en poner de moda lo de parir delante de la corte–, a los partos de Letizia –que resulta que fueron los primeros por cesárea que se han registrado en la Casa Real–.
Un merecido homenaje a las parteras
El libro es original y, sobre todo, muy ameno. Uno de sus grandes aciertos es que comienza rindiendo un más que merecido tributo a las matronas, «la profesión más antigua de la historia», las mujeres que ayudaban a otras mujeres a parir.
Algunos datos interesantes: según los autores, «desde el siglo XV existen en los reinos castellanos referencias legales sobre la formación y práctica del oficio de matrona». Además, en el año 1434, y gracias al buen hacer de la reina María de Aragón, reina de Castilla y esposa de Juan II, las Cortes de Zamora promulgaron cartas de aprobación a matronas para que pudieran desempeñar su labor. A finales del siglo XV, los Reyes Católicos promulgaron una pragmática que regulaba el ejercicio profesional de matrona, lo cual incrementó notablemente el prestigio de la profesión (Felipe II, desgraciadamente, la abolió).
También se publicaron numerosos libros de instrucción de parteras: el primero fue el «Libro del arte de las comadres o madrinas y el regimiento de las preñadas y paridas y de los niños», de Damián Carbón, publicado en 1541.
Las viagras medievales
El libro nos adentra en los aposentos reales en el momento mismo de la concepción. Es increíble descubrir algunos datos como que Fernando VII tenía unos genitales tan superiores a lo habitual que durante el coito necesitaba una «almohada mágica», con un agujero, para no destrozar a su esposa.
La obsesión con la virilidad de muchos reyes del pasado y la amalgama de recursos, a cada cual más surrealista, a los que recurrieron también resulta, cuando menos, curiosa. Por ejemplo, el propio Fernando el Católico, cuando enviudó de Isabel y se casó con Germana de Foix, comenzó a tomar una especie de «viagras medievales». En el momento de los esponsales, él tenía cincuenta años; ella, dieciocho. Fernando se tomó unos cuantos polvos de «mosca española» –un excremento de escarabajo que se secaba y se machacaba– para poder culminar con éxito la noche de bodas y engendrar a un nuevo hijo.
Partos en el baño
Otros datos curiosos que recoge el libro son, por ejemplo, que Juana –mal llamada «La Loca»– dio a luz a Carlos, el futuro emperador Carlos, en el excusado –o, para ser más precisos, en el orinal que se ponía sobre una silla. Fue en medio de una fiesta palaciega en Flandes y la reina no había querido excusar su asistencia para vigilar a su marido, Felipe el Hermoso, el cual era un mujeriego de cuidado. En medio de la fiesta, Juana sintió molestias, fue al excusado pensando que sería para excretar y acabó dando a luz a su hijo.
Hablando de aventuras extramatrimoniales: el libro también relata los embarazos fuera del matrimonio. Se habla con bastante detalle de los amoríos secretos de María Cristina de Borbón y se detallan los veinticuatro embarazos extramatrimoniales de María Luisa de Parma.
¿El verdadero secreto de Las Meninas?
Otra cuestión bastante curiosa del libro, seguramente la que más, tiene que ver con el famoso cuadro de Velázquez y una de sus grandes protagonistas, la infanta Margarita Teresa de Austria. Según los autores, es más que probable que la princesa padeciera una enfermedad que se conoce como Síndrome de McCune Albright, que provoca una pubertad precoz. Todo parece indicar que la pequeña infanta ya menstruaba de muy pequeña y que, por ello, una de sus meninas le ofrece un búcaro de barro. Resulta que en aquella época se creía que comer barro paraba la regla.
Y hasta aquí podemos leer.