Todos conocéis mi fascinación por Leonardo da Vinci y todas las personas que viven intentando aprovechar todos sus talentos, hoy he tomado café con alguien que vive y disfruta de todos sus talentos y fortalezas. Valerio Rocco Lozano contiene en sí mismo una combinación que me resulta explosiva y sugerente a un tiempo: es profesor de Filosofía y director, desde 2019, del Círculo de Bellas Artes.
Su último proyecto, ‘Failure’, persigue un objetivo tremendamente audaz. estudiar el concepto de fracaso en nuestras sociedades y sus diferencias entre unos países y otros, entre unas culturas y otras.
Rocco coordina a expertos de diez países en una tarea que a muchos puede antojarse como trivial o desconcertante, pero que es hercúlea, en mi opinión. ¿Cómo puede un hombre de un perfil puramente humanista acometer, día a día, y compatibilizar una pura labor de gestión de una Institución tan prestigiosa como el Círculo de Bellas Artes de Madrid mientras coordina un proyecto tan sugerente? Hoy nos lo explica, en esta entrevista para los lectores de El Independiente.
Pregunta. Gracias, Valerio Rocco, por concederme esta entrevista que me apetecía muchísimo, aunque te confieso que se me hace raro, con un ‘medio español-medio italiano’ como yo, mantener esta charla enteramente en español.
Respuesta. Encantado de someterme a tus preguntas Euprepio, en el idioma que tú prefieras.
P. Cada vez que acudo al Círculo de Bellas Artes, sea cual sea el motivo, me parece un lujo, con lo cual no me puedo ni imaginar lo que debe suponer trabajar aquí cada día.
R. Es un lujo, ciertamente, para la vista y para los sentidos, llegar aquí cada mañana y disfrutar de estas vistas de la calle de Alcalá y de la Gran Vía. Aunque tengas un día difícil, es gratificante. Se siente el peso de la tradición. Ten en cuenta que son ya 150 años de historia de esta Institución, que tiene 2.500 socios y que es visitada, cada año, por más de un millón de personas. Es un lujo y un privilegio trabajar aquí.
P. ¡Un millón de personas! ¿Por qué, durante todo este tiempo, el Círculo de Bellas Artes se ha consolidado como una de las Instituciones culturales más importantes en España, si no la más importante? Me da la sensación de que, a pesar de esos 150 años de historia, se mantiene en plena forma…¡El Círculo de Bellas Artes NO pasa nunca de moda!
R. Hay un factor subjetivo; el cariño que siente la gente por esta Institución. A todo el mundo le ha ocurrido aquí algo emocionante: una primera cita que le cambió la vida, o tal vez una presentación de un libro que fue especial o una exposición que transformó su manera de ver el mundo. La gente te lo cuenta, y te explica como lo incorporó de una manera indeleble a su experiencia vital. Otras Instituciones carecen de esta característica. Juega en nuestro favor nuestra independencia política. No siendo una Institución pública sino privada, no tenemos detrás a ningún gran banco, no recibimos ‘telefonazos’… la gente lo sabe y lo entiende. Cuando hemos tenido, en algún momento de nuestra historia, alguna dificultad económica, la gente se ha volcado para salvar esta Institución. Lo ha hecho porque aprecia esa independencia.
P. ¿Cómo lo habéis conseguido? La independencia es dura y difícil de conseguir y de mantener, habida cuenta de que hablamos ya de un siglo y medio en el que ha habido períodos de todo tipo, algunos de bonanza económica y muchos de crisis económica-financiera además o política.
R. Por un lado, gracias a la estructura de la Institución que es una Asociación. El hecho de tener a los socios como propietarios de la Institución, y el hecho de que sea muy fácil, abierto y democrático el ser socio, ha permitido esos recambios generacionales. Es curioso que, cuando se funda el Círculo, en 1880, lo hacen unos cincuenta socios. Cuando se inaugura el edificio de la calle de Alcalá, en 1926, ya había 2.500 socios. Esa cifra se ha mantenido hasta hoy. No ha variado. No puede haber independencia política o institucional sin independencia económica, y sólo dependemos en un 7 por ciento de financiación pública. El resto lo generamos nosotros con nuestros visitantes, con las entradas por la programación, con los acuerdos y las colaboraciones. Durante estos años lo hemos logrado, no sin esfuerzo, porque la pandemia fue un momento dificilísimo. Hemos conseguido evitar que se convierta en un hotel más de lujo en el centro de Madrid, lo cual no es poco.
P. Explícame, llegados a este punto, esta tradición de la lectura continuada de ‘El Quijote’ que hemos tenido, un año más, hasta ayer.
R. Llevamos la friolera de 27 años, cada año en coincidencia con el día del libro, leyendo aquí, en el Círculo de Bellas Artes, leyendo ininterrumpidamente, tres días con sus dos noches, la gran obra de Cervantes hasta el final. No se para nunca. Hay gente todo el rato leyendo, gente que viene desde toda España, y es una demostración de amor por la cultura y para nosotros es un notable esfuerzo logístico. Son unas dos mil personas las que pasan por aquí, muchas autoridades, y es tradición además que inaugure el premio Cervantes, Rafael Cadenas, en el caso de este año. Este año empezamos este jueves 20 de abril y acabamos sábado 22, ayer.
P ¿Cuántas y cuáles han sido las principales personalidades que han pasado por aquí en estos años?
R. Todos los grandes intelectuales, todos los premios Cervantes, autoridades políticas, el pasado año, por primera vez el presidente del Gobierno participó y también las primeras palabras públicas de la hija menor de los Reyes fueron en esta lectura. Un regalo que nos hizo la Casa Real y lo valoramos mucho. Es libre; cualquiera puede venir y leer el pasaje que le toque.
P ¿Cómo llega un profesor de filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid a liderar una Institución cultural tan extraordinaria como el Círculo de Bellas Artes?
R. No soy el único. Somos ya un pequeño grupo: Guillermo Solana al frente del Museo Thyssen, Javier Gomá al frente de la Fundación March… poco a poco los filósofos vamos ocupando esos espacios.
P. ¡Me encanta! ¡Necesitamos más filósofos y menos economistas o abogados liderando instituciones de todo tipo!
R. Yo venía colaborando con el Círculo, en mi caso desde la Escuela de Artistas, conocía bien la Institución y cuando se marchó mi predecesor, Juan Baza, que había hecho un trabajo extraordinario, se abrió un concurso. Yo me presenté porque me pareció un reto bonito. Presenté un proyecto y la Junta Directiva tuvo la ‘mala’ idea de escogerme a mí, con un proyecto muy centrado en lo que el Círculo necesitaba en ese momento, que era juventud, internacionalización e innovación. A mí la gestión siempre me ha gustado. No tengo reparo alguno en decir que me encanta la docencia y la investigación, pero también la gestión, también en el ámbito universitario. Esto permitía seguir con esa faceta académica, intelectual y filosófica, y al tiempo, gestionar un gran espacio institucional y cultural.
P. Hablemos de tu faceta, no sé si de filósofo o de creador, porque una de las iniciativas más bonitas que he conocido de ti es el ‘Proyecto Failure’ y el libro ‘Glosario del fracaso’, un proyecto que tú lideras junto a otros expertos. ¿En qué consiste?
R. ‘El Glosario del fracaso’ es una de las publicaciones que hemos hecho en el marco de este gran ‘Proyecto Failure’. Es un libro que he coordinado junto a otros colegas y en el que hemos elegido veinte sinónimos del concepto de fracaso: declive, caída, bancarrota, ruina, tropiezo, suicidio… y muchos más. Hemos analizado todos esos sinónimos y en qué consiste, en general, fracasar. Hemos analizado también su etimología y su evolución a lo largo de los siglos. Es un proyecto muy complejo que agrupa a cien investigadores en todo el mundo. Nace a partir de esa idea tan manida de Samuel Beckett de ‘fracasar mejor’. Nosotros observamos que vivimos en una sociedad que no sabe fracasar, que no sabe enfrentarse a estos fracasos y lo que hacemos, a través de un estudio muy complejo, filosófico, antropológico, artístico, exploramos qué ha significado el fracaso a lo largo de la historia de occidente y cómo podemos ayudar a personas, a Instituciones y a grupos sociales a fracasar mejor.
P. En nuestra cultura, latina y cristiana, siempre nos ha costado analizarlo. Una de las cosas más interesantes es vuestro análisis de las diferentes interpretaciones que se hacen de este fenómeno, que al final todos experimentamos en la vida, en unas culturas o en otras, en unos países u otros. ¿Cuáles son las diferencias claves a la hora de enfrentarse al fracaso?
R. La gran diferencia, la más evidente, es la que se aprecia entre una cultura católica, del sur, que tiende a ocultarlo, a avergonzarse de él en sociedad, a considerarlo como algo imperdonable, frente al modelo del éxito que es el que se presupone que deberíamos alcanzar, frente a la consideración de una cultura como la anglosajona, protestante, con muchas imbricaciones empresariales. Esta última tiende a trivializar y exaltar ese fracaso, viendo en él un mero trampolín hacia el éxito. Lo hacen con discursos que muchas veces no son respetuosos con el trabajo ajeno. Conocemos ejemplos de estos grandes CEO de empresas que cuentan sus fracasos de una manera épica y que, sin embargo, se han podido permitir el lujo de fracasar porque tenían la posibilidad de hacerlo. Muchos en cambio, esto lo olvidan, sólo tenemos la posibilidad de permitirnos un gran fracaso en la vida. Esta es la primera gran diferencia. El fracaso mediterráneo, sureño, ocultado, y el norteño, ‘ostentado’.
Luego, cada idioma tiene su peculiaridad. Aquí recurrimos al término italiano ‘fracasso’, que significa ‘ruido ensordecedor’, que nos hace ver que al español no le importa tanto fracasar, sino que se oiga, que se escuche y se sepa que ha fracasado. Otros lo ven de manera más estratégica, por ejemplo, el francés, que utiliza la palabra ‘jaque’, extraída del ajedrez. La terminología alemana remite a un fracaso como ‘naufragio’, mucho más lento y melancólico. Cada país tiene pues su propia terminología, que evoca ya una forma muy diferente de verlo.
P. ¿Cuál es la realidad del fracaso hoy día en el sistema educativo español? ¿Cómo se vive entre los jóvenes y entre los niños’
R. No estamos preparando a nuestros jóvenes, en general, para el fracaso, por muchas razones. Muchas familias tienen una actitud comprensiva, sobreprotectora o de justificación de los fracasos o de los errores de los niños. Hay que explicarles que fracasar es muchas veces necesario, y hay que asumir y hay que vivir ese error con cierta madurez, según la edad de ese niño.
Luego está el sector educativo que tiende, a veces, a convertir algo puntual, una mala nota, en algo crónico. Suele atribuirse además no a un fenómeno social sino a la persona, culpabilizando directamente al niño de un problema que suele ser sistémico. Por un lado, vivimos en la ‘desresponsabilización’ del niño, por parte de las familias, y por el otro la ‘hiperresponsabilización’ del niño por parte de las instituciones educativas. Creo que hay que tratar el fracaso infantil de una manera mucho más compleja, teniendo en cuenta lo económico, lo social, lo educativo y lo cultural. Esa es una de las partes, creo yo, más interesantes de nuestro proyecto, de cuyas conclusiones esperamos sacar alguna solución.
P. ¿Cuáles son los objetivos que os habéis propuesto?
R. Que se hable del fracaso, y lo estamos consiguiendo, gracias a ti y a otras personas que se están interesando también en los diez países en los que el proyecto se ha propuesto. Esto nos dota ya de una atención internacional. Queremos hacer llegar a la ciudadanía nuestras investigaciones, que son académicas, no sólo mediante revistas de impacto, pero no siempre accesibles, sino a través de productos educativos o culturales de gran envergadura. Estamos preparando dos grandes cursos on line sobre el fracaso filosófico, por un lado, y sobre el fracaso institucional por el otro. Hemos hecho obras de teatro, encuentros -lo que llamamos las ‘mesas del siglo XXI’- que relacionan nuestras conclusiones del fracaso con los problemas sociales más acuciantes. A ello hay que añadir presencia en revistas de divulgación y en libros para todos los públicos. Me conformaría con que esos dos modelos de los que te hablaba, el fracaso ‘ocultado’ y el ‘ostentado’, llegaran a un punto medio y todos, al final, pudiéramos ‘fracasar mejor’.
P. Abramos un poco una ventana al mundo y a la política. Hemos vivido la llegada de un fenómeno para mí muy preocupante: el del populismo, que creo además que constituye una seria amenaza para las democracias. ¿Cómo lo has vivido como filósofo? ¿Es el populismo el fracaso de las políticas tradicionales y un peligro para la democracia?
R. Se debe a un fracaso de representación. Una de las fases más contemporáneas que estamos estudiando en el proyecto, muy distintas por cierto entre Europa y América Latina, es esta cuestión: la del fracaso de las instituciones y de la democracia como sistema de representación política. Ante un sentimiento de los ciudadanos de no sentirse escuchados por los políticos, ante momentos de tecnocracia en los que se ha visto -la anterior crisis fue un buen ejemplo porque se vio que había recetas sólo financieras o contables, pero no éticas ante el drama y el sufrimiento de los pueblos- se generó desconfianza. Hubo momentos en los que esa protesta se articuló fuera de las instituciones, con movimientos como el del ’15-M’ en España o ‘occupy Wall Street’. Cuando volvió a articularse desde dentro, produjo esos movimientos populistas que conectaron a los líderes de determinados partidos o movimientos con una base, más o menos, inventada o auto identificada. El éxito del populismo es el fracaso de la mediación, de la representación del partido, del sindicato, de la iglesia o hasta del club de barrio que permitían generar una conciencia colectiva que conectaban al individuo con el lugar del poder. Cuando se rompen esos mecanismos intermedios, el individuo necesita conectarse directamente. Ahí surge el populismo.
P. Hay otro fenómeno que me gustaría analizar: el de la felicidad. Sostengo, desde siempre y también en mi último libro, que el verdadero éxito es alcanzar esa felicidad. O mejor dicho, que felicidad y éxito, son lo mismo. Estamos sin embargo rodeados de modelos de exaltación de la fama, el poder, el dinero, que hacen que los jóvenes puedan sentirse, si se ven fuera de ellos, como fracasados, cuando ciertamente no lo son.
R. La felicidad es un éxito maravilloso, pero tiene un problema: no es fácilmente cuantificable. Desgraciadamente vivimos en una sociedad en la que impera la medición de todo. Este es un problema que empieza en la edad moderna con Descartes y con Leibniz: la manía de poder llevarlo todo a números. El dinero es cuantificable, claro. Pero intangibles como la fama también se han vuelto cuantificables. La felicidad es algo muy personal y por tanto muy intangible, no cuantificable. Una de las cosas que tratamos de hacer en el ‘Proyecto Failure’ es apostar por un modelo de éxito cualitativo y no cuantificable, no basado en la medición. No medir cuántos seguidores tienes en redes, cuánto dinero en tu cuenta corriente o cuántos kilos levantas en el gimnasio. Abandonar esa cuantificación es tarea de las humanidades, de las artes y de todos estos saberes injustamente despreciados porque, al igual que la felicidad, son difícilmente cuantificables.
P. Dime uno de tus fracasos, si es que has tenido alguno.
R. Muchos. Es entrar en un terreno personal. Es verdad que uno no puede estar al cien por cien en todo. Yo, en mi vida, he tenido que tomar una decisión general que, a lo mejor considero un fracaso pero que también considero la única manera de estar en el mundo, al menos ahora mismo: hacerlo todo al ochenta por cien de mis capacidades. Doy por hecho que, en casi todo lo que hago en mi día, en lo personal, en lo intelectual, en el terreno de la gestión, en el de mis relaciones personales y de amistad, llego al ochenta por cien. Lo siento porque estoy cuantificando y había prometido no hacerlo.
Me conformo con el fracaso de no llegar a la perfección en ninguno de los ámbitos. Hacer muchas cosas muy bien, pero sabiendo que ninguna será perfecta.
P. ¿Existe la perfección? ¿Es medible?
R. Todos los que nos hemos enfrentado a una tarea hercúlea, como la de hacer una tesis doctoral, sabemos que hay dos maneras de hacerla: tirándote diez años, investigando todo sobre el tema elegido, y será perfecta y otra que es la de los que hemos completado tesis doctorales muy buenas, en tres o en cuatro años, avanzando e innovando aún siendo conscientes de lo que falta. La renuncia a esa ‘perfección absoluta’ es una especie de fracaso autoimpuesto que nos permite totalizar todo lo que he explicado.
P. ¿Cuáles son las claves del liderazgo actual, desde tu punto de vista?
R. Le doy mucha importancia, en todos los aspectos del liderazgo actual, ya sea político, empresarial, al aspecto internacional. Creo que es un aspecto que la ciudadanía aún no lo valora lo suficiente porque no se da cuenta de lo globalizado que está todo. No hablo sólo de la política, o de la economía, me refiero también a la cultura. hemos pasado de un modelo muy nacional o nacionalista a otro muy transnacional de las relaciones culturales. Todavía hoy hay perfiles de líderes muy poco acostumbrados a salir de una esfera muy local. La posibilidad de desenvolverse en un ámbito internacional ofrece un resultado más incierto que, por ejemplo, para un político, en su pueblo, donde tal vez le votarían más. Por ello le doy mucho más valor.
P. ¿Cuál es el sueño más importante de Valerio Rocco?
R: Acercar todo lo posible el mundo de la Universidad y el de la Cultura. Vengo del primero, ahora estoy en el segundo y he vivido la distancia que hay entre ambos. Si consigo acercarlos será para mí una gran victoria personal y me permitirá ser más feliz. Sería una unión muy importante para los dos ámbitos y también para España.