El 14 de agosto de 1945, apenas unos meses después de la capitulación alemana en la Segunda Guerra Mundial, llegó Wim Wenders (Düsseldorf, 1945) al mundo, destinado a una generación que crecería en el vacío histórico de un pueblo condenado a vivir su pasado inmediato. El cineasta nació en una Alemania en silencio, avergonzada y fragmentada, con la necesidad de reconstruirse sin tener muy claros cuáles eran sus referentes.
Esta orfandad cultural fue un precipicio con vistas al desierto del que Wenders se salvó mirando hacia el oeste. Allí descubrió el colorido de Hollywood y, sobre todo, la liberadora energía del rock and roll.
«Creo que el rock and roll dio a mucha gente, por primera vez, sentido de la propia identidad. Con el rock and roll empecé a pensar en la fantasía, o en la creatividad, como algo relacionado con el placer: la idea de tener derecho a disfrutar de algo». En estas declaraciones confluyen dos de los temas que han marcado su trayectoria en séptimo arte, la influencia americana y la búsqueda de la identidad.
«El rock es algo totalmente opuesto al capitalismo y al imperialismo. En cierto modo, es el único paso necesario para la rebelión»
Wim Wenders
En su Düsseldorf natal, venía de un modelo de educación «a la antigua», es decir, muy católica y muy consciente de lo que significa ser alemán. En su adolescencia albergó deseos de convertirse en sacerdote, hasta que descubrió su pasión por el rock and roll. Tras el colegio, probó a estudiar medicina, como su padre, sin terminar la carrera se metió a filosofía, con idéntico resultado, porque sus inclinaciones artísticas hicieron que coqueteara con la pintura antes de optar definitivamente por el cine.
En respuesta a la crisis de unos referentes ausentes, el imperialismo americano se vio favorecido por las dificultades de los propios alemanes para ubicar su pasado. Pero el milagro económico se olvidó de la cultura, había una gran brecha entre los artistas previos al nazismo y los creadores que aparecieron en los años posteriores. De hecho, no fue hasta los años 60, cuando esa generación nacida en la posguerra germinó en el Nuevo cine alemán, escuela a la que pertenecieron los Fassbinder, Herzog o el propio Wenders.
Sin embargo, el autor de Paris, Texas siempre se ha definido como un «individualista» y es que su cine es «el menos alemán» de esta nueva ola de directores germanos, de hecho Wenders siempre cuenta que no conoció a Fritz Lang hasta que no se fue a estudiar a París.
Es cierto que los temas en las películas de Wenders no son tan políticos incomunicación humana, los conflictos personales, los familiares y los viajes iniciáticos para conocerse a uno mismo. Su cine tiene mucho que ver con la ausencia.
¿Qué le pasa a la paz que no le entusiasma durar y que apenas se deja contar?
‘El cielo sobre Berlín’ (1987)
La no-relación de los personajes, la parvedad de los diálogos, la ausencia de la mujer, la dificultad de tomar decisiones cuando todo puede resultar un paso en falso. los falsos movimientos y las relaciones frustradas, rasgos generalizados de los tiempos que corren
La mirada como los ojos de un niño Reflejo de las crisis humanas. los personajes son para observarlos, no para interpretarlos. relevancia de objetos y de paisaje, escasez de primeros planos. Planos fijos de larga duración, ciudades solitarias.
E BCN Film Fest rendirá homenaje a Wenders otorgándole el premio de Honor y además será el protagonista de una amplia retrospectiva que reúne sus principales obras: El miedo del portero ante el penalti, El amigo americano, Cielo sobre Berlín, ¡Tan lejos, tan cerca!, Buena vista club social o la mítica París, Texas, película que también se podrá ver el sábado en los Verdi de Madrid, con posterior coloquio con el director.