El espectador corriente que envida por una corrida determinada que luego acaba como acaba sigue haciendo la misma pregunta al aficionado abonado que envida por toda la feria: «¿Y por qué los toros fallan si los eligen los toreros?».
En estas tardes de relumbrón y entradas agotadas hace días, cuando la cosa acaba como acaba, esta pregunta se reproduce por los corrillos, de Abanto -antiguo Leandro- a La (neo) Tienta, agrandada en tiempo récord, al otro lado de Alcalá.
Si a Morante el toro de Garcigrande del primer día se le anclaba en las líneas del tercio sin solución real de movimiento o el primero de Alcurrucén de ayer pasaba delante de los banderilleros mirando a la grada, ese espectador ocasional se pregunta en silencio por qué ha elegido a esos mansos. Y por qué le toca en la corrida a la que ha decidido ir.
La buena voluntad queda demostrada cuando, a poco que el cuarto Alcurrucén metió la cara, Morante se tuvo que percatar de lo que la gente le quiere en Madrid. Ni una mala palabra se profirió entonces desde los tendidos, rugiendo con el quite o con la tanda y media que apenas se dejó el apagado ejemplar con el hierro de PL (Pablo Lozano). Público disfrutón, en su gran mayoría.
La feria va ganando enteros para el genio de la Puebla, que degustaba antes del paseíllo un habano para esos ratillos de hormigueo y que al final saludó la ovación desde el tercio con cierta timidez. Sin un solo alarde populachero ni de soberbia, tan cabal y concentrado como la primera tarde, siempre pendiente capote en mano desde del burladero por si el maldito viento hacía un desarreglo a sus compañeros.
Se le vio, además, charlando en el ruedo con El Juli, viejo rockero como él que está echando una feria maciza, aun sin goles por la espada. Impecable.
«¿Y por qué los toros fallan si los eligen los toreros?». En esos insondables misterios nos debatimos y movemos para volver a la plaza. Nada está predeterminado. Las reglas matemáticas carecen aquí de sentido. No hay una fecha marcada de Puerta Grande, por mucho No hay billetes que se cuelgue.
En este ágora, además, todo se escucha, por lo tanto todo influye. Una corrida preciosa, ensillada en Núñez, con el peso justo, tiene la réplica solitaria, aplaudido por 30 o 40, del que se queja del afeitado de los pitones. Más libertad imposible en una plaza de toros. Más sinsentido también en ocasiones.
Seguiremos intentando dar respuesta a la pregunta, y a veces lo tenemos tan fácil como sucedió con el tercero de Alcurrucén, que no falló, que embistió codicioso y alegre y se llevó la única ovación en el arrastre. Como no hubo acople, la tarde no terminó de romper.
Hasta que Morante hizo cuatro cositas para que ya descontemos a la espera del 2 de junio.