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Luca Guadagnino deja con hambre a la Mostra con su crudo menú caníbal

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El director italiano se arriesga en ‘Bones and all’ a explorar los límites del deseo en una fábula antropófaga tan deslumbrante y atrevida por momentos como finalmente desenfocada

Tráiler de “Bones and all” de Luca Guadagnino/Vídeo: Luca Guadagnino

Cuando uno entra en un restaurante espera que el cocinero se haya tomado el trabajo de cocinar. Y si lo hace bien, mucho mejor. Hasta el más crudo tartar lleva su tiempo de preparación. Se diría que incluso más. Digerir lo crudo, en sentido más amplio que el simplemente gastrointestinal, exige vencer la barrera que impone la educación siempre cocida en su propio jugo civilizatorio. Luca Guadagnino es ya desde hace tiempo un director enamorado de las recetas con ingredientes primarios. Los platos estrellas de su carta siempre son el deseo, la carne y hasta los melocotones ofrecidos tan cual, sin la más mínima cocción. Ni siquiera vuelta y vuelta en la sartén.

‘Bones and all’, su última receta (digámoslo así) presentada en la Mostra de Venecia, es lo más elementalmente crudo que se pueda imaginar. Sobre la novela de Camille DeAngelis del mismo título, el guionista y colaborador habitual del cineasta David Kajganich adapta una historia de caníbales, que también quiere ser una investigación de los límites del mismo del deseo: lo que está más allá de lo cocido. Aquello que decimos a nuestra pareja en las noches más inquietas de que la comeríamos toda, pero toda, pues ahora en el sentido literal. Digamos que se trata de un tartar, pero de pura pasión (o carne humana), que no de atún.

Timothée Chalamet, hoy en Venecia.
Timothée Chalamet, hoy en Venecia.MARCO BERTORELLOAFP

Localizada en lo más profundo de un Estados Unidos sin teléfonos móviles (estamos en los 80 de Ronald Reagan), la película sigue a dos adolescentes envenenados de un secreto íntimo que les condena. Los intérpretes Taylor Russell y el ubicuo Timothée Chalamet se lanzan a la carretera sin tener muy claro de lo que huyen. En realidad, como es fácil deducir, su fuga es de sí mismos. Y ahí, en los márgenes de todo, fuera de cualquier atisbo de civilización, abrazando el calor ardiente del tabú más innombrable de todos, se esfuerzan en encontrar su sitio que, en verdad, es, en sentido estricto, un no-sitio.

Dice Guadagnino estar fascinado por los personajes marginados, los crudos. Mantiene el director de ‘Call me by your name’ que le interesan todos aquellos impulsos y deseos que nos llevan a cuestionarnos, que nos obligan a perder el control. Y, por último, insiste el cineasta de acuerdo con buena parte de su trabajo anterior que todo consiste en dar con la mirada del otro, como radicalmente diferente. Lo que nos cuestiona, lo que nos hace temblar, es lo que mejor nos define.

Fans de Timothée Chalamet, hoy en Venecia.
Fans de Timothée Chalamet, hoy en Venecia.Vianney Le CaerAP

Digamos que todo está ahí. ‘Bones and all’ es frontalmente caníbal por lo que tiene de marginal, de descontrolada y de distinta. Pero, justo es admitirlo, en su vocación declaradamente inasible e inclasificable acaba por acercarse peligrosamente a lo arbitrario. El problema fundamental es la falta absoluta de fe que Guadagnino demuestra en eso que la tradición ha dado en llamar cine de género. El canibalismo, en efecto, posee una larga tradición cinematográfica que igual llama al estupor que a la reflexión. En ‘Crudo’ de Julia Ducournau, por poner el ejemplo más cercano y evidente, el hambre de carne humana quería ser metáfora de lo oculto que vibra en un cuerpo adolescente que se transforma. Y el resultado impresionaba con la misma claridad que acertaba describir con nuevos bríos la pulsión de siempre. De la saga ‘Crepúsculo‘ no hablamos, pero ahí está como testimonio de lo obvio, de lo demasiado obvio quizá.

Guadagnino en verdad utiliza el canibalismo como accidente antes que como argumento o cuanto menos excusa. Los personajes están impelidos a consumirse por su naturaleza antropófaga tan caprichosamente como, llegado un momento, se olvidan de ello para entregarse a actos amorosos más cocinados (algunos precocinados incluso). Digamos que la voluntad del director por no plegarse a ninguna regla acaba por jugar en contra, por desenfocar la impactante propuesta inicial hasta dejarla ligeramente inane. Al final, se tiene la sensación de que los jóvenes protagonistas son caníbales como podrían ser celiacos, y eso, aunque sólo sea por respeto al maître, está mal.

Hay algo intrínsecamente incomprensible en todo lo que carece de contrario. Distinguimos a fuerza de comparar, de medir, de oponer. Y desde ahí trazamos los límites (y los tabúes) para desembarazarnos de lo sencillamente incomprensible. Decía Lévi-Strauss que las tribus que no conocen lo cocido no tienen por añadidura la más mínima noción de lo crudo. Y esa certeza le servía para deducir, entre otras muchas cosas, que sólo se alcanza a entender aquello que dispone de algo con lo que ser enfrentado. De otro modo, y simplificando mucho, para alcanzar lo real, para entender algo de lo que nos rodea, es preciso antes hacer abstracción de lo vivido y hasta olvidarse de la propia realidad. Guadagnino nos invita a reflexionar de forma radical sobre lo crudo y eso, siempre según la ciencia antropológica estructural, es el mejor camino para entender el extremadamente cocido mundo en el que vivimos. Más allá de gestos fallidos, la intención siempre es buena. En crudo.

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