Durante años, fue el secreto a voces que todo el mundo creía que era una leyenda urbana. Siempre se dijo –o, más bien, se rumoreó– que Barbara Rey, una de las amantes que tuvo el monarca emérito Juan Carlos, había grabado conversaciones con el anterior soberano con contenido de alto voltaje.
Pues bien, resulta que esas cintas existían y, después de décadas escondidas, ahora por fin salen a la luz en una serie documental, titulado Salvar al Rey, que no va dejar indiferente a nadie. Los tres capítulos que la conforman, dirigidos por Santiago Acosta y emitidos por la plataforma HBO, se ven como una película de espías y la expresión no es, en absoluto, casual.
«Pues nada, mi vida, duerme y descansa», se escucha en una de las cintas. En otras Juan Carlos le envía besos y queda con ella para cenar. Pero no todo es ñoñería cariñosa. En los capítulos no sólo se puede escuchar por primera vez de viva voz cómo el rey Juan Carlos comentaba a Barbara Rey aspectos de la política nacional, sino también se desgrana cómo los servicios secretos se confabularon para que esas cintas no vieran la luz. También se explica como el CESID, como entonces se denominaba a los Servicios de Inteligencia, organizaba a Juan Carlos encuentros con sus amantes y proponía las tapaderas necesarias para que nadie se enterara. O, si lo hacían, que no hablaran.
Uno de los mensajes más explosivos es, sin duda, escuchar a Juan Carlos comentar lo mal que le caía José María Aznar. A Barbara Rey tampoco es que le apasionara el personaje –dice en una ocasión que es «un hombre sin tirón»– , pero lo de Juan Carlos tiene más miga. Después de escuchar sus comentarios, se tiene la impresión de que las audiencias semanales entre ambos no debían ser, por decirlo suavemente, fáciles.
Una nueva amante
Otra cuestión sorprendente de la serie es que, a estas alturas, se haya podido descubrir –o, al menos, ponerle nombre y apellidos– a nuevas amantes del emérito. Y digo sorprendente porque parece curioso que pudiera haber alguna más sin localizar. Pero no: en Salvar al Rey se habla de Queca Campillo, una famosa periodista en la época de la Transición que murió hace unos años, en el 2015, de cáncer. Tenía 65 años.
Antes de morir, Campillo pudo explicar a cámara cómo comenzó su relación con Juan Carlos. Ella tenía veintiocho años y era fotógrafa, muy guapa al parecer. Él se fijó en ella y, una noche, la telefoneó para que se vieran. Al cabo de poco tiempo se hicieron amantes. Por lo que se relata en la serie, la hacían entrar por una puerta trasera del monte del Pardo y se veía con Juan Carlos dentro de una furgoneta. Desde luego, un lugar poco romántico como nido de amor.
Queca Campillo conservó durante años cintas de cassette con los mensajes que el entonces rey le dejaba en el contestador automático (recuerden que estamos hablando de una época donde no había móviles). Y por el tono, se nota que hubo cierta complicidad, muchas confidencias y también el rey la usó para mediar con el resto de fotógrafos que lo seguían a todas partes. A través de ella se filtraban noticias a quien más convenía o se daban pistas de dónde querían que lo fotografiasen.
También se mantenía a raya a quien se sobrepasara. Un año, cuando un grupo de fotógrafos pilló al rey completamente desnudo en un yate, se les sometió a una sonora reprimenda.
Sentirse superior a los demás
La sensación desde el primer minuto de la serie –magníficamente bien orquestada, por cierto– era que Juan Carlos se sabía inmune e impune y hacía lo que le daba la real gana sin sopesar las consecuencias. Como muy bien se explica en la serie, en los primeros años de la democracia, el rey era sinónimo de la democracia y atacar al primero significaba intentar cargarse a la segunda. O, al menos, así lo creían muchos.
Pero no todos. El rey Juan Carlos se vio en más de una ocasión al borde de un gran escándalo que podría haber dado al traste con su reinado. Por ejemplo, la revista Tribuna intentó abrir la veda y destapar algún detalle, pero fue silenciada a tiempo. En numerosas ocasiones, los servicios secretos estuvieron allí para protegerlo. Para salvarlo, más bien, del escarnio público. Ahora, algunos espías ya jubilados han hablado por primera vez de cómo funcionaba aquella trama de auxilio real.
Sexo, dinero y traumas infantiles
Pero no solo han hablado ex-espías. También han hablado periodistas y personas que en su día tuvieron conocimiento directo de lo que pasaba. Uno de los grandes aciertos de la serie es que da voz a más de cincuenta testimonios, entre ellos el director de El Independiente, Casimiro García-Abadillo.
Entre todos ellos relatan a un emérito preso de sus propios delirios de grandeza. O de pura avaricia. Todos repasan la vida de un príncipe que nació sin un duro y que, como explica García-Abadillo, tuvo siempre la «necesidad de hacer acopio de bienes» por si acaso acababa en el exilio como su abuelo Alfonso XIII.
También de sentirse superior e intocable para compensar la soledad de niño. Juan Carlos emerge en la serie como un ser traumatizado, con muchas heridas de la infancia, pero también como un manipulador nato que no duda en apartar de un plumazo de su lado a personas que lo habían dado todo por él –véase su amigo del alma Manuel Prado y Colón de Carvajal–. O de usar a los Servicios Secretos cuando más le convenía. Que solía ser a menudo.