Los centenarios siempre tienen algo de especial. Una cifra redonda de tres cifras, margen suficiente para identificar quiénes han sido nuestros referentes y maestros. En el caso de Joaquín Sorolla (1863-1923), cien años después de su muerte, el prestigio de su legado ha recorrido un irregular camino en el que la genialidad de su obra ha acabado por imponerse al efecto de las modas y complejos de su tiempo.
Cuando apenas restan unos días para pasar al 2023, los museos e instituciones comienzan a hacer sus preparativos para la conmemoración del artista valenciano. Mientras en Barcelona el Palau Martorell explora su lado más íntimo y desconocido, en Madrid el Museo Sorolla regresa a sus orígenes y el Museo del Prado ofrece una inédita muestra de su faceta como retratista de su tiempo con «Retratos de Joaquín Sorolla«.
En concreto, esta última exposición presenta el regreso de dos cuadros que salieron del país tras la guerra y destacan tanto por su valor plástico, como por su representación simbólica de dos hombres que ejemplificaron el desarrollo cultural en la España de principios del siglo XX.
Por un lado, está la reciente adquisición por 80.000 euros del retrato a Manuel Bartolomé Cossío, pedagogo e historiador del arte que dirigió la Institución Libre de Enseñanza (ILE) y también fue miembro del primer Patronato del Museo del Prado. Junto a él, el visitante podrá ver el retrato de Francisco Giner de los Ríos, antecesor y mentor de Cossío en la ILE y figura más relevante de la pedagogía española del siglo XX. Este último se encuentra en depósito temporal en el Prado después de que la Institución Libre de Enseñanza lo haya adquirido por 25.000 euros.
Ambos son representantes de «la bestia negra» del franquismo en materia de enseñanza, lo que podría haber propiciado su salida del país al acabar la guerra. La dictadura hizo a la Institución responsable de haber conseguido «arrancar del corazón de muchos maestros todo sentimiento de piedad cristiana y de amor a la gran patria española, ideales únicos capaces de hacer fecunda la labor docente».
En contraposición con esa visión reaccionaria, se trata de dos obras realizadas por otro optimista de la modernidad como fue el propio Sorolla. Entre ellos, también se pueden ver médicos, intelectuales, pintores o actrices que, como indica el comisario de la muestra Javier Barón, ofrece una «mirada a lo mejor de la España de ese momento».
Según Barón, en los retratos de Sorolla se observan no solo las referencias al Greco (en concreto en el lienzo de Cossío donde se ve al «Caballero de la mano en el pecho») sino que al mismo tiempo «se puede ver la herencia» de Velázquez y Goya. La herencia del sevillano palpable en los grises y los negros y el homenaje al maño en la indefinición de los fondos inacabados.
Sorolla a través de sus retratos
Impresionista para unos, academicista para otros, el estilo de Sorolla es, como ocurre con los grandes pintores, eminentemente personal. El desarrollo de las vanguardias opacó en cierto modo el prestigio de su obra tras su muerte, pero el tiempo se ha encargado de devolverle a su sitio.
Sus paisajes capaces de encapsular con extrema delicadeza algo tan etéreo como la luz hacen del valenciano un artista único. Pero su destreza no se queda ahí, también es capaz de conservar la personalidad e identidad íntima de los personajes a los que inmortaliza con un naturalismo tan estético como documental. Retratos donde la oscuridad solemne de los hombres contrasta con la sensualidad más viva y colorida de las mujeres, o la luminosidad inocente y espontánea de los niños.
En esta exposición, el homenaje a las personas que fueron objeto de estudio en Sorolla devuelve al ojo del espectador otra manera de acercarse al retratista. Un camino a la inversa en el que Sorolla se da a conocer a través de sus amigos y clientes.
El director del Prado, Miguel Falomir, define esta muestra como una inédita ocasión en la que es posible ver pinturas que «normalmente no están expuestas».
De esta forma, la sala 60 del edificio Villanueva, dedicada a la presentación de Colecciones de Siglo XIX, el Museo del Prado se adelanta a la celebración del centenario del fallecimiento del pintor de la luz, el maestro valenciano que también fue un retratista que en la primera década del siglo XX se convirtió en referencia internacional y cien años después nos sigue fascinando.