Siempre se ha dicho que las mujeres en Galicia tienen fama de luchadoras tenaces, ejemplos de una energía estoica e infatigable. Al igual que las rocosas costas de su tierra, el carácter de sus mujeres se ha forjado a prueba de las inclemencias de la vida. Fueron ellas las que se hicieron cargo de lo que pasaba en tierra mientras sus hombres marchaban a faenar en alta mar, penélopes norteñas que aprendieron a gobernar en su ausencia y a establecer su propio matriarcado. También fueron ellas quienes pusieron en jaque a los narcos más poderosos de nuestro país cuando nadie más se atrevía a toserles.
El mito de la mujer gallega se ha sustentado en figuras como Rosalía de Castro, Concepción Arenal, Emilia Pardo Bazán o Maruja Mallo, entre tantas otras. Aunque menos conocido es el ejemplo de aquellas anónimas que, día tras día, resisten sin el reconocimiento de los grandes cronistas. Quizá por eso Álvaro Gago ha querido dedicar su ópera prima, Matria, a contar su historia.
Para ello, Gago se inspira en Francis, la mujer que cuidó de su abuelo mientras este pasaba un delicado el luto por la muerte de su esposa. El cineasta vigués encontró en su ejemplo la mejor de las razones para construir su Matria, un homenaje a todas esas mujeres que hacen del verbo cuidar una filosofía de vida. Para no perder autenticidad, Francis estuvo presente durante los ensayos y participó activamente en la creación de la película.
Matria viene de estrenarse con éxito en la sección Panorama del Festival de Berlín y de triunfar en el de Málaga con un aplaudido debut y el Biznaga de Oro para su protagonista, María Vázquez. Vázquez da vida a Ramona, una mujer desgastada por unas condiciones laborales precarias, absorbida por un ambiente hostil en casa y una relación tormentosa con su hija. En sus menudas pero poderosas espaldas, carga con sus propios problemas y también los de los demás, sin esperar nada a cambio o, por lo menos, sin atreverse a reclamarlo. Ramona es fuerte y sensible, no es ninguna heroína aunque tampoco una mártir. Puede ser áspera en sus formas, pero también tiene un gran sentido del humor que funciona como boya salvavidas para no hundirse en la desesperación.
Este drama social sigue la frenética estela de su día a día, sin apenas un momento para respirar, haciendo al espectador partícipe de una desasosegante sensación de asfixia. Aunque, más allá de recrearse en su miseria, también hay hueco para la esperanza y la alegría que refleja la luminosa sonrisa de Ramona.
Álvaro Gago se aleja en su primer largometraje de ese cine social que viste el realismo de pornografía sentimental. Prefiere la sugerencia empática al martirio explícito, la humanidad de su Ramona no se limita a hacerle pasarlo mal, sino a la representación de una vida sencilla con problemas complejos en una continua búsqueda por salir adelante con más o menos fortuna.
La matria de Ramona se sustenta gracias a su capacidad para sobreponer la vitalidad al dolor, iluminando así la crudeza de una vida marcada por sus errores y limitada por sus aciertos. Ramona es asertiva, decidida y valiente, pero no es perfecta y sigue pagando los errores de una maternidad conflictiva y una relación abusiva con los hombres.
Gran mérito de la ternura y humanidad que atesora esta película es gracias a la interpretación de María Vázquez. La gallega logra transmitir el nervio y la simpatía de una mujer en continua lucha contra sus circunstancias. Un personaje que esconde grandes contradicciones, que no se rebaja ante un patrón injusto, pero soporta cada noche las faltas de un hombre borracho, que cuida con cariño de un viudo desolado, pero es incapaz de conectar con su hija.
La Matria que han conformado entre Álvaro Gago y María Vázquez es una auténtica humanización de ese mito que envuelve a las mujer gallega, demostrando que aparte de ser fuertes y luchadoras, también pueden ser tiernas y sensibles, pues puede que en Galicia llueva mucho, pero precisamente por eso cuando sale el sol, parece brillar con más fuerza que nunca.