Solo los grandes maestros saben despedirse a tiempo. Carlos Alberto Montaner, nacido en La Habana hace 80 años, ha firmado su última columna. Es la número 286 de las publicadas en El Independiente. En el artículo nos cuenta que deja lo que ha sido su pasión y su oficio debido a una enfermedad neurodegenerativa. Aún podría continuar pero se retira por respeto a los lectores y por coherencia personal. Son dos de sus virtudes, entre otras muchas.
«Dar ejemplo es lo más difícil en esta vida», decía su gran amigo Federico Jiménez Losantos en el reciente homenaje de la Fundación Internacional para la Libertad. Carlos Alberto Montaner es un referente moral sin pretenderlo. Con la humildad de quien dice «hice lo que pude» para resumir una trayectoria brillante como periodista, escritor, y sobre todo como ciudadano fiel a sus principios, pero tolerante con los ajenos.
En Cuba nació y vivió apenas hasta los 18 años. Fueron años de gran intensidad vital. De niño vio alguna vez en su casa a Fidel Castro, aunque de poco le sirvió cuando cayó preso. Antes de los 18 años, ya sabía por qué derroteros iba la isla con Castro al mando y ya se había enamorado de Linda, la brillante mujer que sigue siendo su faro. Fue encarcelado y acusado sin pruebas por alojar a un amigo. Conoció pronto lo que era la traición y la persecución. Tuvo suerte y pudo fugarse, primero se refugió en la embajada de Honduras y luego salió hacia Miami.
Con el intervalo de una estancia en Puerto Rico, forjó su vida entre Estados Unidos y España. En nuestro país primero fundó la editorial Playor y luego se volcó en la política. «Fueron las circunstancias las que me llevaron a la política, pero sin afán de protagonismo», confesaba al referirse a sus memorias, tituladas con el título Sin ir más lejos.
Su origen cubano le ha marcado profundamente, tanto que durante mucho tiempo su sueño era volver a la isla. «Quería que Cuba tuviera una transición a la española», añadía entonces. La caída del Muro de Berlín alentó sus esperanzas y fundó en 1990 la Unión Liberal Cubana. Junto a exiliados democristianos y socialdemócratas crearon la Plataforma Democrática Cubana. Si la caída de la URSS hubiera derivado en el fin del castrismo, Carlos Alberto Montaner habría desempeñado un papel crucial en su camino hacia la democracia.
El régimen lo acusó de ser de la CIA en repetidas ocasiones, pero siempre ha dicho que su única pretensión era «una transición pacífica, sin vencedores ni vencidos». Su credo es la libertad y por ello critica con argumentos a los fanáticos de cualquier ideología o confesión. Ni Donald Trump ni Nicolás Maduro entenderán sus códigos.
A la política arribó por convicciones, y al periodismo por su pasión por explicar el mundo del que ha sido testigo. Carlos Alberto Montaner, hijo, padre y abuelo de periodistas, disfruta escribiendo. Como novelista es autor de una treintena de títulos, y como columnista son miles sus artículos publicados en los principales diarios de Latinoamérica y España. Sus textos son una muestra más de su honestidad intelectual: ilustra sin dogmatismos y siempre está a la escucha.
En sus obras, y un ejemplo son sus memorias aunque también sus columnas, deja siempre rastro de su agudo sentido del humor. La forma en que recuerda cómo sus padres se conocieron cuando velaban a un muerto es tan tierna como hilarante. Y no menos extraordinarias fueron las circunstancias en las que vio por primera vez a Linda. Tuvo que poner a salvo a la joven y sus hermanos tras un atentado en el hotel Comodoro de La Habana. También alude en sus columnas a su edad o la cercanía de la muerte con una lucidez asombrosa.
Ya ha asumido que su sueño de volver a Cuba quedará como tarea pendiente para sus hijos Gina y Carlos, y sus tres nietas, Paola, Gabriela y Claudia. Sin embargo, como ha dicho de él su amigo Mario Vargas Llosa, nunca se ha dado por vencido. «Es un caso extraordinario, un referente para las generaciones futuras porque no sabe lo que es la derrota». Es su dignidad lo que hace de Carlos Alberto Montaner un maestro. Gracias por servirnos de guía.