A la vuelta de Semana Santa, y tras la moción de censura fracasada de Vox, el PSOE había recuperado confianza en sí mismo. Había precampaña. Solventada la durísima crisis en el Gobierno por la reforma del sí es sí, Pedro Sánchez logró marcar la agenda gracias a disparos propios y traspiés ajenos. La ley de vivienda y la defensa de Doñana como agentes movilizadores —sobre todo de los jóvenes— y como armas para golpear a la derecha. Y anuncio tras anuncio, medida tras medida. Pam, pam, pam, para dejar sin espacio al PP. Pero todo comenzó a torcerse. El choque inédito con Isabel Díaz Ayuso el Dos de Mayo que computó a favor de la presidenta madrileña era el aperitivo del cambio en la dirección del viento. La polémica por las listas de Bildu, una semana después, recrudecieron la tempestad para los socialistas, justo en el arranque ya de la campaña del 28-M. El «regalo», así lo creen en el partido, que la izquierda abertzale hizo al PP, se comió más de diez días del viaje hacia las elecciones autonómicas y municipales. Luego llegó el duelo del ecuador, con el contraste de las fotos de los grandes mítines de socialistas y populares en Valencia, enseguida se sobrepuso el caso Vinicius y, casi atropelladamente, la traca final del reguero de presunta compra de votos en distintos puntos de España y la posible imputación por inducción al secuestro del número tres del PSOE andaluz.
Es, a grandes pinceladas, el curso de una campaña del 28-M en la que tanto en Ferraz como en los territorios reconocen que no han llevado la delantera y tras la que queda un enorme pozo de incertidumbre porque la batalla es ajustadísima y a muerte. «Demasiados cisnes negros en muy pocos días», admite una dirigente federal. Han sido dos semanas muy adversas para el PSOE, casi sin resuello, que culminaban este viernes. La dirección persiguió mantener el rumbo, no deslindarse de su camino, llevar la batuta con la pedagogía de las medidas del Ejecutivo, continuar con la estrategia de anuncio, anuncio, anuncio. Con la convicción de que los ciudadanos valoran las propuestas «en positivo«, las soluciones a sus problemas cotidianos —lo que se ventila en unos comicios autonómicos y municipales—, el esfuerzo de un partido que mira a la «mayoría social» frente a la «nada» que ofrece el PP.
Pero el PSOE sabe que necesita a esos ciudadanos activados. Y la desmovilización de los electores progresistas es su mayor riesgo, como revelaba la encuesta flash del CIS: apenas el 61,5% de los que apostaron por el partido en las locales de 2019 pensaban volver a votarlo el 28-M, una cifra que contrastaba con la alta fidelidad de la feligresía de la derecha (70,7%). Además, la teórica ventaja respecto al PP se achicaba a la mitad. Los primeros compases de la campaña, los que podían reflejar los sondeos antes del apagón demoscópico impuesto por la ley electoral, los que quedaban teñidos por completo por la polémica con Bildu, habían sentado mejor al PP.
El barrizal de las últimas jornadas ha obligado a Sánchez a reforzar su llamamiento a la participación, para que los suyos no se desanimen, para que luchen en las urnas. «Aquellos que quieren hacer de la vivienda un pelotazo urbanístico, aquellos que quieren hacer y que buscan de la sanidad pública y la educación pública un negocio, lo que no quieren es que vayamos a votar el 28 de mayo, quieren que nos alejemos de las urnas, que no acudamos a nuestros centros electorales. Por eso embarran la política, insultan, descalifican, porque conocen muy bien las consecuencias del poder del voto. Por eso os pido que el próximo 28 de mayo vayamos en masa a votar al PSOE para defender lo que importa«, clamó el presidente este viernes en su primer acto del día, en Tarragona, plaza que el PSC aspira ahora a recuperar.
Por la tarde, junto a José Luis Rodríguez Zapatero, echó el telón en el Pavelló de la Vall d’Hebron, ante 4.000 militantes y simpatizantes, según cifras de Ferraz, absolutamente entregados. El presidente fue elogiado por su política de distensión con el independentismo, una cuestión que en absoluto ha centrado la campaña, y él simplemente pidió el voto para los socialistas para «avanzar en convivencia y derechos» en Cataluña y en el conjunto de España, frente a un PP que solo aspira a «derogar».
Barcelona demostró el excelente tono del PSC en este momento tras la larguísima travesía en el desierto a la que le condenó el procés. Un público motivado, eufórico por las buenas perspectivas que avanzan las encuestas, cálido y agradecido al presidente por esa «valentía» que resaltó Zapatero. Pero la seguridad que proyecta el PSC no es la del partido hermano.
Hasta en la Casa Blanca
Y eso que el estado de ánimo que se palpa en el PSOE no es de pesimismo. Ni de abatimiento. Ni de brazos caídos. Ni de derrota, como ocurría en las autonómicas andaluzas. Es de máxima prudencia. El alma en un puño. Todos los dirigentes consultados, en Ferraz y en las federaciones, este viernes y en los últimos días, insisten en que los números están ajustados, que la competición con el PP en muchos puntos se ventilará por muy pocos votos, pero que ellos van por delante y que lograrán retener la mayoría de sus gobiernos. Que las urnas irán mejor que las encuestas. Pese a todo, pese a todos. Es total la confianza en el desempeño de sus presidentes autonómicos y sus alcaldes, en que los ciudadanos premiarán la gestión realizada por ellos y la desplegada por el Ejecutivo central. Es inequívoca la confianza en que los votantes se abstraerán de las dinámicas nacionales en las que tanto ha puesto el acento el PP, volcado en el mensaje único de la «derogación del sanchismo».
Pero nada es seguro, reconocen. Nada está amarrado. Fuentes de la dirección federal señalaban este viernes que, de las diez comunidades que gobierna el PSOE —nueve de ellas las preside y en la décima, Cantabria, comparte el Ejecutivo con el PRC—, en tres hay «batalla» muy dura: en la Comunidad Valenciana, la plaza que decidirá la suerte del 28-M; en Baleares y en La Rioja. En Aragón, la contienda es también apurada, pero los socialistas creen que podrán aguantar el Gobierno de Javier Lambán con los votos de Aragón Existe, el partido de la España Vaciada. Ferraz y el PSOE andaluz creen asimismo que Sevilla, aunque muy justa, quedará salvada. Y el sueño es reconquistar Barcelona.
En el entorno de los presidentes Ximo Puig (Comunidad Valenciana), Francina Armengol (Baleares) y Javier Lambán (Aragón) son moderadamente optimistas y subrayan, que según sus trackings internos, el bloque de la izquierda aventaja al de la derecha, y en el de Concha Andreu (La Rioja) admiten las severas dificultades pero consideran que aún «hay partido». En Madrid, la lucha es por la segunda plaza, disputada con Más Madrid, y no está claro que se gane, sobre todo en la capital.
En el PSOE los dirigentes no ponen paños calientes a lo ocurrido en las últimas dos semanas. Admiten la campaña «adversa«, casi aciaga y dramática que han tenido que afrontar por el agolpamiento de temas contrarios que al final acababan marcando la agenda. Las listas de Bildu eclipsaron el lucido arranque en Washington, en la Casa Blanca —hasta allí le persiguió la polémica a Sánchez—, y centraron la actualidad informativa toda la primera semana. El presidente intentó esquivar el tema, pero salió a la ofensiva en Congreso y Senado frente al PP.
En el ecuador, el pasado fin de semana, intentó retornar a su senda de anuncios y situar el foco en la sanidad y en las políticas feministas de su Gobierno, llevando al último Consejo de Ministros de las urnas una lluvia de millones a reparto para las CCAA —en realidad, la distribución para la atención primaria y la salud mental ya se había acordado un mes antes, solo faltaba el desembolso de fondos— y el proyecto de ley de paridad, para remitirlo al Congreso. Pero el PP contraatacó con la poderosa foto de la plaza de toros de Valencia llena, exhibiendo músculo, llevando a ella a más de 10.000 personas. Ferraz renunció a una imagen igual de contundente porque prefirió aforos concurridos y completos a lo largo de toda la campaña y en todas las ciudades que pisaba el presidente. Y lo consiguió. Desde los 6.000 simpatizantes y militantes congregados en Valencia el sábado —la víspera del acto del PP— y en Badajoz el martes —ese día Feijóo reunió en Cáceres a mil—, hasta los 3.500 de Gijón el miércoles, los 2.500 en Madrid el jueves o los 4.000 largos en Barcelona de este viernes.
El lunes pasado, la actualidad caminó pegada a los insultos racistas en Mestalla contra el jugador brasileño del Madrid Vinicius Jr. Pero el terremoto final sobrevino el miércoles, cuando tras el escándalo serio de presunta compra de votos en Melilla, afloró otro supuesto fraude electoral en Mojácar que afectaba al PSOE. El partido reaccionó rápidamente, suspendiendo cautelarmente de militancia al número dos de la lista, Francisco Bartolomé Flores, y advirtiendo al cinco, Cristóbal Vizcaíno, sin carné del PSOE, de que sería apartado del grupo en caso de que recogiera su acta de concejal.
«Intento de pucherazo»
A partir de entonces, se desató un sarpullido de casos en pequeñas localidades —otro grave en Albudeite (Murcia), con 13 detenciones y que afectó a la candidata socialista a la alcaldía—, y denuncias cruzadas entre los partidos. La nube se hizo más espesa cada vez para el PSOE con imputaciones por secuestro en el horizonte (la del número tres del partido en Andalucía, Noel López), renuncias de candidatos por peleas (en Santa Cruz de Tenerife) o tras una detención (como el 20 de la lista por Valencia, miembro de los Latin Kings). El PP, que se ha volcado para hacer del 28-M unas elecciones plebiscitarias sobre Sánchez, se aprestó a exigir explicaciones, a hablar de «corrupción electoral«. Ayuso incluso subió el tono en el cierre de este viernes en Madrid, al acusar al presidente de «intento de pucherazo«. «Trumpismo en estado puro», había alertado horas antes un importante mando institucional.
Los socialistas han asistido atónitos a la secuencia de las últimas horas. Hablan de una actitud «a la desesperada» de la derecha que solo persigue desmovilizar al electorado progresista. «Nosotros estamos pendientes de defender lo que le interesa a la mayoría y la derecha siempre está pendiente de que esa mayoría no vaya a votar«, observó Sánchez desde Barcelona. En las conversaciones con varios dirigentes de distintos territorios el análisis es coincidente: la derecha política, mediática y judicial ha sacado toda su artillería contra los socialistas. Sobre todo, porque no es la primera vez que sucede: en 2019, informa EFE, se constataron 65 infracciones penales contra la ley electoral.
«Van a matar, Feijóo no tiene más que una oportunidad, han comprado a la prensa y así estamos», señala una veterana. «Me he quedado alucinada con la repercusión mediática de casos aislados, parece mentira que los medios lo compren todo siendo este el final de campaña y la derecha y la ultraderecha amplificando el mismo modus operandi, quieren desestabilizar no solo al PSOE, sino al sistema», apunta una diputada nacional. «Estamos muy serenos y esperando ganar el domingo y callar muchas bocazas —tercia un barón autonómico—. Ellos solo esparcen barro y barro porque saben que van a perder».
Indignación, rabia, eso sienten los socialistas. Pero, al mismo tiempo, todos los consultados creen que el efecto de la ola será limitado, que ha sido una campaña «accidentada» pero que no dejan de ser unas elecciones municipales y autonómicas en la que los votantes evalúan a sus alcaldes y sus presidentes y punto, que la burbuja de Madrid no deja ver todo el panorama, que no perciben «vuelco». «Hay nervios, naturalmente, y yo el primero —resume un dirigente madrileño—. La campaña empezó con bastante buen ánimo, estábamos claramente mejor que hace unos meses, la imagen era que el PSOE resistía. Pero la derecha mediática echó inmediatamente el resto para quebrar ese ánimo, y Bildu les regaló un buen titular. Los últimos episodios, que no surgen por casualidad a tres días de las elecciones, no moverán la aguja en un panorama tan polarizado, pero contribuyen a deprimir el ánimo, y de eso se trata: desmovilizar al adversario».
¿Se nacionalizó demasiado la campaña?
Es difícil anticipar qué ocurrirá el domingo y, sobre todo, qué consecuencias puede haber en el PSOE en caso de un resultado peor al esperado. Porque con las autonómicas andaluzas se daba por descontado. Ahora no. Algunos dirigentes creen que quizá Sánchez «nacionalizó demasiado» la campaña, entrando al juego que justo quería Feijóo, otros creen que no quedaba otra y que a fin de cuentas los candidatos socialistas también han contribuido a esa dinámica al ensalzar las políticas del Ejecutivo central.
No se atisban razones claras porque no se ve en ningún caso ningún derrumbe. Los más escépticos advierten de que pueden cederse al PP algunos feudos, pero en absoluto el 28-M emulará la debacle de 2011, cuando la pérdida absoluta del poder territorial, castigo ciudadano del manejo de la crisis económica por Zapatero, anticipó la debacle de las generales de unos meses después. De hecho, tanto en Ferraz como en las federaciones han venido destacando el ambiente en los mítines y su gran concurrencia, por encima de la normal, prueba de que los aparatos han funcionado pero también de que su gente, esgrimen, sí está enchufada, y es capital que lo esté para que su mensaje se replique.
En Ferraz, mientras, defienden su estrategia. «Hemos hecho una campaña de las que nos gustan, en positivo y propositiva, con educación al adversario y con un inmenso respeto a los ciudadanos a los que servimos», defendió Sánchez en Barcelona. «Hemos hablado de vivienda, de educación y sanidad, que son temas autonómicos, con competencias de las autonomías, en los que el Gobierno de España también puede ayudar y lo está haciendo —abundan en el comité electoral—. Con becas, con ayudas para los centros de atención primaria, con la implantación del olvido oncológico o con fondos para la salud mental».
Pero automáticamente en la cúpula recuerdan que frente a ellos han tenido un «un PP que ha hablado de ETA y de cuestiones que no tienen nada que ver con el día a día de los ciudadanos». Cuestiones como la «derogación del sanchismo», ETA, el Falcon del presidente o sus «mentiras» (el «tralará» que utilizó como eslogan el jefe de los conservadores). «No puede imaginarse nadie una campaña tan pobre, muy a la altura del nuevo liderazgo de Feijóo, que es Pablo Casado en su versión de Hacendado. Estamos muy orgullosos de las campañas autonómicas y locales, de la movilización, con más de 150.000 personas en los actos del PSOE por toda España, y unas 45.000 en los actos de Sánchez. Del ambiente que se ha respirado en los mítines, y de cómo ha respondido la sociedad a nuestras propuestas. Queremos que todo el mundo vote. El PSOE nunca ha hecho una campaña desmovilizadora. El PP parece que quiere que muchos no vayan a votar. El partido que confía su éxito en la abstención no merece gobernar ni en su propia casa», concluyen.
Acaba la campaña del 28-M, si es que alguna vez empezó. Empieza la jornada de reflexión y los votos. Las urnas que han de probar si las sensaciones optimistas que albergaban en el PSOE se corresponden con la realidad o no eran más que un deseo. Las que deben decir si el camino hacia las generales, que ya ha empezado, continúa con ciertas garantías o ya muy herido. Si Sánchez y su partido, en definitiva, resisten o se vislumbra el cambio de ciclo que ansía el PP.