Muchos políticos europeos intentaron en el pasado llegar a un acuerdo con Rusia. Todos fracasaron. Una realidad que no se debe a que los políticos occidentales fueran terribles diplomáticos. Se debe a que creían en el compromiso -incluso en los más duros y complejos- y Rusia sólo cree en su poder. El poder de la mentira.
Hay diferentes escuelas de diplomacia. La escuela de los diplomáticos agresivos y la escuela de los encantadores. Algunos diplomáticos te encandilan para luego apretar y otros te hacen temer su supuesta fuerza, sólo para obligarte a aceptar un trato peor. Pero todos los diplomáticos creen en el poder de las palabras. Puede que eviten hacer promesas, pero una vez que se ha hecho una promesa, hay que cumplirla. Pacta sunt servanda: los tratados deben respetarse. Esta es la base del derecho internacional y de las relaciones internacionales.
Creen que los que son poderosos necesitan mentir repetidamente para humillar a los demás
El caso de la diplomacia rusa es diferente. Los diplomáticos rusos y los políticos rusos, hasta el propio Vladimir Putin, no sólo mienten sin vacilar. También creen que las mentiras les hacen poderosos. Y creen que los que son poderosos necesitan mentir repetidamente para humillar a los demás. «Un hombre tiene su palabra de hombre» es la primera parte de un famoso dicho ruso. «Te di mi palabra, y como hombre, puedo retirarla» es la segunda, que Occidente prefirió ignorar.
Veamos de cerca las famosas palabras del hombre más masculino de Rusia, Vladmir Putin. El 28 de agosto de 2008, tras el ataque ruso a Georgia, Putin concedió una entrevista explicativa al canal de televisión más importante de Alemania, ARD. El jefe de la oficina de ARD en Moscú, Thomas Roth, preguntó a Putin si la próxima víctima del ataque ruso podría ser Ucrania. «Por supuesto que no», respondió Putin. «Crimea no es un territorio en disputa. A diferencia del caso de Georgia y Osetia del Sur, allí no ha habido ningún conflicto étnico. Rusia reconoce desde hace tiempo las fronteras de la actual Ucrania. En general hemos concluido nuestras conversaciones sobre la frontera. Ahora tenemos que ocuparnos de la demarcación, pero se trata de una cuestión técnica».
Por supuesto, estas declaraciones eran una mentira. Rusia estaba preparando su ataque a Ucrania ya en 2008. La revista política ucraniana Tyzhden publicó un análisis sobre esta próxima invasión ya en septiembre de 2008, diciendo en la portada: «Ucrania será la siguiente«. En apenas cinco años, las tropas rusas se pusieron en alerta y en febrero de 2014 comenzó la invasión rusa de Crimea.
No queremos una partición de Ucrania, declaró Putin en 2014
¿Qué le dijo Putin al mundo entonces? El 18 de marzo de 2014, días después de la anexión de Crimea, Putin pronunció su discurso de celebración en Moscú, diciendo entre otras cosas: «No creáis a quienes intentan asustaros con Rusia y que gritan que después de Crimea vendrán otras regiones. No queremos una partición de Ucrania». Mintió. Exactamente igual que en 2008 mintió diciendo que se detendría en Osetia, mintió en 2014 prometiendo que se detendría en Crimea.
En realidad, «esta es mi última conquista, me detendré ahora» es la mentira más popular entre muchas personas agresivas, no sólo dictadores, sino también acosadores, ladrones y chantajistas. Un marido violento dice que «nunca más» golpeará a su mujer y a sus hijos. Adolf Hilter prometió a Occidente «parar» muchas veces: después de Austria y después de Checoslovaquia. Putin también ha utilizado repetidamente esta mentira.
Como sabemos, en solo unas semanas después de que Putin prometiera parar en Crimea, Rusia atacó otras regiones de Ucrania, invadiendo el Donbás y comenzando una guerra de 8 años. Pero siguieron repitiendo sus mentiras sobre «esto es lo último que tomamos» porque sabían que esta es la mentira que los políticos occidentales quieren escuchar y creen que pueden llegar a algo con la diplomacia.
¿Sirvió este enfoque para algo más? No. Solo dos meses antes de la próxima invasión a gran escala con ataques de misiles en todas las ciudades de Ucrania, antes de la violación en masa y antes de la aniquilación de las regiones enteras, Rusia elevó sus mentiras ha el máximo nivel. El 8 de diciembre de 2021, hablando en una conferencia de prensa en medio de una visita del primer ministro griego Mitsotakis, Putin calificó una pregunta sobre un posible ataque a Ucrania como «una provocación» y dijo que Rusia es «un estado pacífico».
Sus secuaces jugaron al mismo juego de mentiras. El 19 de enero de 2022 el viceministro de Asuntos Exteriores ruso, Ryabkov, declaró que Rusia no tiene «ningún plan para ninguna acción agresiva». «No atacaremos, golpearemos ni invadiremos Ucrania», agregó. El 20 de febrero de 2022, cuatro días antes de la invasión, el embajador ruso en EE.UU., Antonov, dijo que Rusia reconocía al Donbás como parte de Ucrania y no tenía ninguna reivindicación en tierras ucranianas ni planes de ningún ataque. Consideraba, además, que la cuestión de Crimea estaba cerrada.
El único resultado de esta ceguera fue que Vladimir Putin se alegró de cómo había engañado a los estúpidos políticos occidentales y ordenó atacar a Ucrania
Muchos políticos occidentales siguieron tragándose con gusto este bocado. Cuando el canciller federal alemán Scholz visitó Moscú justo una semana antes de la invasión rusa, la presidenta del SPD, Saskia Esken, alabó su ingenuidad con un tuit aún más ingenuo, diciendo que «este es el primer resultado de la impresionante diplomacia de crisis del gobierno del semáforo y del Canciller Federal». En realidad, el único resultado de esta ceguera fue que Vladimir Putin se alegró de cómo había engañado a los estúpidos políticos occidentales, y ordenó atacar a Ucrania.
Pero, ¿es la guerra contra Ucrania el único caso de mentiras descaradas de Rusia? No. Rusia y Putin mintieron precisamente a la misma escala en otros temas. Veamos, por ejemplo, el caso de Siria. El 28 de septiembre de 2015 Putin señaló en su entrevista con la BBC que Rusia no tenía planes de involucrarse en la guerra de Siria. Por supuesto, mintió y envió sus tropas a Siria. Dos años después, el 11 de diciembre de 2017, Putin dijo que las tropas rusas habían cumplido su misión en Siria y dio la orden de que regresaran a Rusia. Volvió a mentir. Las tropas rusas siguen presentes y luchando en Siria.
Los ataques de hacking ruso, el uso ruso de agentes de gas nervioso en el Reino Unido, el chantaje del gas ruso… No hay temas cruciales en los que Putin no haya dado su promesa y haya mentido. En realidad, no es un problema en sí mismo. Algunos políticos creen en las mentiras. El ministro de Asuntos Exteriores de Hitler, Ribbentrop, dijo que estaba orgulloso de que el número de tratados que firmó -y rompió- era de récord. Putin hace lo mismo.
El verdadero problema es que Occidente sigue ignorando que ninguna promesa hecha por Putin es digna de ser considerada siquiera como algo en lo que se puede confiar ni siquiera un segundo. ¿Por qué creemos ciegamente que «las promesas hechas a ese nivel tienen que valer algo»? Sabemos que no es así.
Rusia siempre encuentra excusas para sus mentiras. Ataca a Occidente porque «fue provocado» (otra mentira). O atacó a Ucrania en 2014 porque «después de que Víctor Yanukóvich abandonara el país, ya no existía ningún Estado» (esto no tiene ningún sentido jurídico, pero curiosamente, la misma argumentación fue utilizada por Moscú en 1939, ya que era aliado de los nazis y atacó a Polonia). Rusia miente. Y viola cualquier tratado. Esta es la realidad.
Ahora imagina que tienes un socio comercial que siempre miente. Que incumple todas las promesas, que te roba el dinero, no paga el servicio, daña tu propiedad y vuelve a mentir. Cuando aportas pruebas, las ignoran. Cuando les propones un nuevo acuerdo, lo aceptan, sólo para volver a romperlo.
La única forma lógica de tratar con Rusia es crear condiciones en las que Rusia no pueda actuar de forma agresiva
¿Seguirías haciendo negocios con ellos con la vaga esperanza de que la próxima vez sea diferente? Por supuesto que no. Entonces, ¿por qué queremos juzgar a Rusia con otra escala de la que juzgamos a un estafador criminal poco fiable? La única forma lógica de tratar con Rusia es crear condiciones en las que Rusia no pueda actuar de forma agresiva. Tener un ejército fuerte, imponer sanciones por cualquier violación, obligar a Rusia a volver a la normalidad. Esto funciona perfectamente en nuestra sociedad, que sabe cómo lidiar con los sociopatas.
Y también funcionará perfectamente con Rusia, que no es un país «especial» con «alma misteriosa». Es un Estado delincuente, un mafioso malcriado, que acostumbra a intimidar a sus vecinos y a sobornar a políticos influyentes. La buena noticia es que se le puede poner en su sitio muy rápidamente. Basta con dejar de buscar la solución en la diplomacia. Nunca funciona así con Rusia.
Sergej Sumlenny es experto en Europa del Este afincado en Berlín. Fue director de la Fundación Heinrich Böll y ha trabajado durante más de una década en Ucrania, Rusia y Bielorrusia.