Juan Carlos de Borbón, hasta entonces príncipe de España, se enteró de que se había convertido en rey alrededor de las cuatro de la madrugada del día 20 de noviembre, hoy hace 47 años, cuando le avisaron por teléfono que acababa de morir Franco. En teoría, tendría que haber sido Carlos Arias Navarro, a la sazón presidente del gobierno, quien le avisara, pero las relaciones entre ambos ya eran por entonces muy tirantes y Arias delegó tan importante tarea en un simple ayudante. Este le dijo al nuevo rey: «Acaba de morir Franco«. Escueto y directo. Eso fue todo.
Juan Carlos, aún con los ojos hinchados por el sueño, contestó: «Bueno, pues voy para La Paz«. «No, no hace falta», le comentó. «No es necesario que venga aquí. La familia prefiere que venga cuando el cuerpo esté ya en El Pardo«. Y colgó. Juan Carlos se mosqueó por el desdén que le estaban mostrando, pero su mujer, Sofía, intentó calmarlo: «Es mejor que duermas», le vino a decir. «A estas horas no puedes hacer nada y tienes que descansar porque te vienen días muy intensos». Juan Carlos le hizo caso, pero antes de volver a dormir, marcó un número de teléfono y le ordenó a sus ayudantes que lo despertasen a las siete y media. Quería ir muy temprano a El Pardo a presentar sus respetos.
Un desenlace largamente esperado
Nadie sabe lo que se le pasó por la cabeza a Juan Carlos en aquel momento, pero debió ser un momento de tanta incertidumbre como incredulidad como nervios y miedo. Tanto lo podían coronar como detenerlo. Nadie sabía lo que iba a pasar. La ya reina Sofía, mucho más calmada, que por algo tiene ascendencia prusiana, le confió a su biógrafa oficial, Pilar Urbano, que simplemente pensó: «Bueno, pues ya ha ocurrido». «Era un desenlace largamente esperado», añadió Sofía. «Es curioso, pero no pensaba en nosotros. Pensaba en los Franco».
Desde luego, en aquel momento a los Franco se les vino el mundo abajo. De ser la familia más todopoderosa de España, la que había regido con mano de hierro los destinos del país durante décadas, tenían que pasar a ser algo distinto, sin poder, al menos no ejecutivo. Tenían que dejar el Pardo, dejar el protagonismo, el palio, todo. Su era se acabó aquella noche: el acta notarial que se hizo pública aseguró que la muerte de Franco fue a las cinco y veinticinco minutos. Pero nadie hoy en día se cree semejante dato. Algunos creen que la muerte de Franco fue a última hora del día 19; otros defienden que se dio a las tres y cincuenta minutos, más o menos.
Mantener a Franco con vida como fuese
En lo que todos están de acuerdo es que, en los últimos días, entre el Pardo y la clínica La Paz se habían vivido momentos entre un thriller y una película gore. Ahora que se conocen los detalles a través de los múltiples testimonios, la verdad es que da escalofríos pensar en cómo intentaron a la desesperada, por motivos políticos, mantener a Franco con vida lo máximo posible.
La tesis más extendida es que muy pocos se habían creído aquello de que Franco lo dejaba todo «atado y bien atado» y que tenían pánico a las posibles represalias. De ahí que muchos en el círculo más íntimo del dictador lo quisieran mantener con vida hasta el día 26 de noviembre. Ese día cesaba Alejandro Rodríguez de Valcárcel como presidente de las Cortes y del Consejo del Reino. No estaba claro que tuviera los suficientes votos para seguir adelante y, además, se intuía que Juan Carlos quería a su preceptor Torcuato Fernández Miranda en ese puesto, algo que podía tener consecuencias impredecibles. Miranda había ostentado cargos muy importantes dentro del régimen, pero tenía muchos enemigos y algunos incluso sospechaban que, una vez muerto Franco, pondría en marcha reformas para apartar a muchos pesos pesados del franquismo de la primera línea. Algo que no podían tolerar. Y decidieron algo macabro: mantener a Franco con vida fuese como fuese para que, de algún modo, el dictador pudiera ordenar la prórroga de Valcárcel y así el núcleo duro del búnker siguiera intacto. Todos tenían que seguir mandando. Esa era la consigna. Para ello, a Franco se le sometió, prácticamente, a un descuartizamiento.
La salud del dictador, todo hay que decirlo, era ya pésima desde hacía tiempo y El Pardo, su residencia oficial, parecía desde hacía meses un pequeño hospital a tenor de la cantidad de médicos que allí trabajaban: 38 en turnos de ocho horas. Entre ellos estaba el yerno de Franco, Cristóbal Martínez Bordiu. El equipo estaba capitaneado por Vicente Pozuelo, el cual años más tarde publicó su biografía, Los últimos 476 días de Franco (Planeta), en donde dio cuenta del calvario de los últimos días del dictador.
El principio del fin
Ya a finales de octubre, el caudillo sufrió numerosos problemas de corazón, de infartos de miocardio a ataques anginosos. El público, por supuesto, no sabía nada y, aunque las últimas imágenes de Franco habían manifestado a un hombre ya muy mayor y consumido, muchos querían creer que aún aguantaría unos cuantos años. Pero los que trabajaban en El Pardo sabían perfectamente que su final estaba cerca y que podía darse en cualquier momento. Por si acaso, el día 25 de octubre el obispo de Zaragoza le administró la extrema unción.
Pero la muerte no le sobrevino hasta semanas más tarde. El 3 de noviembre, Franco sufrió una hemorragia gastrointestinal tan grave que entró en coma. Los médicos los abrieron e intentaron taponar la herida, pero era imposible sin equipamiento especializado. Había que llevarlo a un quirófano: el sitio más cercano era el dispensario del Pardo. Como la camilla era más grande que la escalera, se decidió envolver a Franco en una alfombra y así, medio desnudo y sangrando, se le trasladó a toda prisa. Dicen que, a su paso, iba dejando un reguero de sangre por palacio. Ya en el improvisado quirófano se procedió a taponarle la arteria rota. En medio de la operación fallaron las luces y no quedó otra que iluminar la estancia con linternas.
Sorprendentemente, salió de aquello con vida pero los médicos decidieron que Franco no podía seguir más tiempo en El Pardo. En cualquier momento se daría una nueva hemorragia y se necesitaría un quirófano en condiciones. El 7 de noviembre, fue trasladado a La Paz. Lo acompañaban diez coches.
Las últimas horas
Enseguida hubo que someterlo a una nueva operación a vida o muerte. Franco tenía úlceras sangrantes y había que quitarle el estómago. La operación fue el día 14. De nuevo sobrevivió contra pronóstico, pero los médicos creyeron que su muerte era cuestión de horas. De hecho, un equipo de embalsamadores ya había sido puesto sobre aviso para que pudieran personarse en cualquier momento.
No se les llamó hasta el día 20. Muchos aseguran que, para entonces, Franco ya llevaba horas muerto. Seguramente se le retiraron los tubos el día 19 y se le interrumpió la respiración asistida poco después. Sea como fuera, comenzó rápidamente el rumor de que se había esperado a anunciar la muerte el día 20 para hacerla coincidir con el aniversario del fallecimiento de Jose Antonio Primo de Rivera.
Murió Franco y con esa muerte comenzaba la agonía del franquismo. También comenzaba una dura etapa que luego se conoció como Transición y que ahora muchos niegan o creen finiquitada.