El gran Pablo Iglesias, que una vez quiso cambiar el mundo, ahora tiene público como de coro de amas de casa. Esperaba uno volver a ver a Pablo Iglesias en plazas crujientes como patíbulos, con rugido de juventud y pisotones de botas en las mochilas, pero eso ya no pasa. Aún recuerdo cuando volvió de su permiso, que hasta anunciaron su vuelta como la de una colonia de Navidad, como cuando vuelve Brummel. Aquello todavía era un mitin o una hoguera, pero ahora Podemos sólo hace funciones escolares para viejos, con esa gran tristeza que dan los viejos haciendo de niños. En el recinto pequeñito, multicolor, caluroso, que tenía algo de caseta de feria con tablao para Los del Río, me di cuenta de que Podemos se ha encogido y envejecido a la vez que su gente, que aquel funcionariado de pelo rosa ya sólo es funcionariado de pelo cano, que toda la juventud está en las listas, en los carteles, en los debates como concursos de camisetas mojadas, pero lo que queda de las bases y la afición ya sólo son señores y señoras de Juan y Medio. Podemos es un partido avejentado y escacharrado, como el mismo Iglesias, que parece un DJ del bakalao, sonado de odio y pirulas.
Por culpa de la amenaza de lluvia, el acto se tuvo que trasladar desde la Plaza de Arturo Barea al Espacio Rastro, bajando por esa Ribera de Curtidores donde Madrid sigue vendiendo barquillos, como si vendiera sus columnas dóricas, y cuadros o discos de la abuela, o a la misma abuela metida en un jarrón o un baúl. O sea que la lluvia había arrastrado todo el mitin como una riada de somieres y armaduras. No pude evitar pensar, viendo la fiesta de abuela que le habían montado al mesías y antaño vicepresidente todopoderoso, que Podemos ya es como un palacete desmantelado, como cuando se desmantelaban los palacetes de la Castellana y se veían luego, desguazados o atufados en el Rastro, los Riberas falsos, los sofás de Josefina también falsos, las griferías falsas del Titanic, las mesitas de pata de león con reloj luisino encima, y esas cosas que dan los palacetes o da Podemos. La gente decía eso de “sí se puede” y sonaba como si dijeran “si bebes, no conduzcas” o “la chispa de la vida”. Yo creo que el partido y sus forofos sólo se hacen ya compañía mutuamente en la melancolía y la decrepitud, levantando el puñito como si bailaran aquello de Los pajaritos. Su gente no se da cuenta, pero existe sólo para que siga existiendo Iglesias, que yo creo que es en realidad más Juan y Medio que el Ferreras o el José María García que él se imagina.
Esperaban a Iglesias, a Alejandra Jacinto, a Roberto Sotomayor y a Carolina Cordero, pues, una gente que parecía que esperaba a Mocedades. Me sorprendió mucho y me pasé un buen rato dando vueltas buscando juventud guerrillera, de las de negro y hierro, que no es que no hubiera pero parecía que estaba ahí para acompañar a sus mayores y sostenerles el bastón mientras aplaudían. Es cierto que se quedó gente en la calle, y que en el autobús que ya es Podemos es normal que se sienten los mayores y la chavalería se quede jugando a las chapas en la calle. Pero a mí me pareció la gran revelación. Señores con el mismo pendiente que ya tenían cuando Felipe González o los electroduendes, y abuelos con sombrero y tirantes como rocieros, y calvos ideológicos, o sea que se habían ido quedando calvos de dogma, de revolución, a lo largo de las décadas de lucha y decepción. Cuando veía a alguna chavala de piercing en la nariz sólo parecía una cuidadora marchosa de los abueletes. Yo creo que es así porque, al contrario de lo que se creía, Podemos ha terminado diluido en IU, no al revés, así que lo que yo veía eran los viejos heavies de la izquierda, como moteros viejos de la izquierda, que llevan así desde que Ana Belén cantó en la fiesta del PCE.
¿Qué queda de Podemos, pues? Yo creo que queda una primera fila de sillas de juventud, así como una primera fila de tomates en la pila de tomates pochos, con Lilith Verstrynge con algo de Ana de las Tejas Verdes, y esos candidatos de mocedad desvergonzada que nos han puesto, y que hacen campaña con chincheta en el sillón del profe, como si fuera una campaña para delegado de clase. Queda también una tradición de rastrillo ideológico, de candelabro del pasado, en esos libros que veía en una mesita, a la entrada, junto con chapas de estrellas revolucionarias como meteoritos exterminadores, libros revolucionarios que yo creo que ya estaban cuando Iglesias volvió con la colonia y hasta cuando Carrillo perdió la peluca. Queda también la ironía, como en esa camiseta que también se veía en esa mesita y que decía “la izquierda al gobierno, el pueblo al poder”. Sin duda, han olvidado que están en el Gobierno. También Roberto Sotomayor, el candidato a la alcaldía, nos enseñó su camiseta, que ponía “la vida de las personas negras importa”. Yo justo recordé que sólo había visto a una persona negra allí, en el centro del público, brillando como una gema valiosísima. Pero quizá, una vez más, lo simbólico bastaba. Hasta Alejandra Jacinto dejó algo de ironía, apareciendo con un patriarcal ramo de flores al lado de un Monedero que, quizá por eso, parecía abejear como nunca. Alejandra Jacinto, por cierto, al natural, de viva voz, es lo más pijo que he encontrado desde Yolanda Díaz, que yo creo que deben de ser compiyoguis por lo menos.
¿Queda algo más de Podemos? Claro, queda Pablo Iglesias. Allí estaban los candidatos, un poco indistinguibles, un poco orillados, esperando como todo el mundo a Pablo Iglesias, que sin coleta y con la cosa bakalaera que ya he dicho que se le ha quedado parecía Chimo Bayo ante sus viejos fans de ruta y desmadre. La vicepresidencia no le pareció muy atractiva ni útil, pero le sigue encantando el megáfono, y no se resistió a hacer, todavía en la calle, su solo de megáfono, como el niño repipi con clarinete que te tiene que hacer el solo de clarinete. Iglesias nunca fue un político, es un mago, sigue siendo un mago y necesita su escenario de mago, su espacio de mago, su guion de mago, su efecto de mago. Habló el primero, y, como los profetas, en parábolas. Era como un cantajuego siniestro que contó un cuento de brujas para abuelas. Estaba, con su Operación Chamartín y su Florentino Pérez, con su mafia y su Ferreras, entre Supergarcía y Teresa Rabal.
Iglesias ya ha renunciado a la política, ahora sólo se dedica a limpiar la ciudad, a limpiar Madrid, a limpiar el pueblo del Oeste, o a decir que lo hace desde su minarete. Iglesias, ya digo, empezó a hablar el primero, ahí paseándose por su jaula de tigre, y contando, con forma de guion de serie, la novela negra de la mafia de Madrid (mafia yo creo que es la palabra que más repitió, más que derecha aunque menos que Florentino). La mafia de los poderosos que ponen y quitan políticos y periodistas, pero que nunca podrán con él, curiosamente contratado como periodista por otro poderoso. La verdad es que yo puedo contar historias aún más truculentas y cinematográficas de mi pueblo (la política local no deja The Wire, sino más bien Fargo, que es todavía mejor) o sin salir de la Andalucía socialista, pero eso no lo hace a uno ni guionista ni gobernante. El poder nunca ha sido inocente, ni la política tampoco, pero hacer política contra los poderosos tiene que ver más con aprovechar que uno es vicepresidente del Gobierno que con aprovechar para hacer podcasts. Aunque seguramente de los podcasts cobra más.
Podemos apenas tiene a Iglesias e Iglesias tiene su podcast, tiene a Florentino con sus mamachichos ninja, tiene a Ferreras como el nibelungo que es, pero los tiene no como enemigos sino como inspiración
A Iglesias ya sólo le queda el oyente de madrugada, el indignado con insomnio o angurria, la venganza empijamada, el adicto al Loco de la colina, con filosofía de cenicero y justicia de sofacito, perfectamente adaptados a su culo, a sus prejuicios, a su miserabilidad. Todo Podemos parece ahora, simplemente, público para su podcast, que eso es lo que hizo en el acto, soltar un podcast. Podemos apenas tiene a Iglesias e Iglesias tiene su podcast, tiene a Florentino con sus mamachichos ninja, tiene a Ferreras como el nibelungo que es, pero los tiene no como enemigos sino como inspiración. Él lo que quiere es tener el poder de Florentino (el otro poder, el político, ya lo tuvo, y no sabía que hacer con él) y la influencia de Ferreras con su Canal Red, del que hizo por supuesto publicidad nada más empezar el podcast, como una cortinilla.
Podemos sólo tiene a gente despistada del siglo y el podcast de Iglesias contra la mafia, su mafia como el Kaos del Superagente 86. La campaña de Podemos en Madrid es ese mismo podcast, que sus propuestas estrella son el hermano de Ayuso y la colleja de Florentino a Almeida, que les han inspirado a ellos dos cartelones que les parecen la Capilla Sixtina de la política. Allí estaban, para demostrarlo, Alejandra de Jacinto, que sigue siendo alguien a quien se le ha quedado cara de percha de la familia Ayuso, y Roberto Sotomayor, como una especie de sensei para ponernos en forma contra las mamachichos ninjas de Florentino o el propio Florentino, que pega collejazos como de Rumasa, como de José María Ruiz-Mateos, con todo el capitalismo concentrado en un solo punto de energía.
En realidad, después del show, del podcast, de la exhibición de irreductibilidad de un político que demostró que era inútil en la política y prefiere hacerse empresario de comunicación o estrella de Las Vegas, lo que uno tiene claro es que lo que queda de Podemos es la clientela de Iglesias. Clientela para el podcast, para el señalamiento, para la justicia de sus huevos y tal. Volví a mirar a aquellos viejos rojos, que quizá fueron rojos de verdad o todavía lo son, y ahora sólo parecen una secta de adoradores de un vendepeines, y pensé que eran como japoneses que no se habían dado cuenta de que habían perdido la guerra civilizatoria, de que ya sólo participan en el negocio de una iglesia de ruló, con faquir aleteante. Ni siquiera Iglesias cree en la revolución. Sólo en la audiencia. Tiene ya hasta un guion con J.R., que es algo antiguo pero su clientela es antigua, más que el bakalao. Incluso si Podemos se hunde, Iglesias sobrevivirá. Sobrevivirá incluso mejor, como tradición de piedra, como santo en el Cielo, como promesa futura, como mesías milenarista, si Podemos se hunde. Que es lo que está a punto de pasar, para que así haya muchas temporadas de su serie.