Javier Gomá (Bilbao, 1965) es el creador de la palabra que lleva persiguiendo a políticos y monarcas más de una década, el filósofo que llenó de significado el término ejemplaridad y que hace no mucho nos contó que era más realista ser digno que feliz.
Ahora, el primer volumen de su Tetralogía, por el que recibió el Premio Nacional de Ensayo, cumple 20 años y lo va a celebrar con una gran reedicción. Además, su nombre suena fuerte en los teatros. Desde que la vida se le quebró a los 50 años por la muerte de su padre, el filósofo ha encontrado en ellos un lugar agradable donde refugiarse. Su monólogo Inconsolable, donde relata el sufrimiento de la orfandad, es el texto más desgarrador de su trayectoria y con el que ha conseguido llenar salas y devolver infancias.
Conocido por todos ya sea como pensador, articulista, ensayista… Siempre habla claro e intenta hacerlo como filósofo y no como ciudadano. Además, es un profesional declarado del escurrebultismo y un campeón del chistemalismo.
Director de la Fundación March, al empezar la entrevista pregunta si tiene que ser breve y apagamos la grabadora después de una hora y cuarenta minutos.
Pregunta.- Se acerca gente a decirle que ha leído un texto suyo, que le ha encantado pero que no ha entendido absolutamente nada.
Respuesta.- Sí, es alucinante… Es gente sobre todo de clase alta ¿No les dará vergüenza? La gran diferencia de la clase alta española con la clase alta de otros países es que en otros países son agentes de la cultura y dentro de sus glorias está y estaba el tener sensibilidad para el arte, conocimientos filosóficos, oído para la música… incluso ser patrocinadores de esta. En cambio, la clase alta española tradicionalmente ha sido muy burra. No soy oscuro así que si alguien me dice que no me entiende es para que busque terapia, aunque tengo la sospecha que sí lo han entendido pero tienen esa pose.
P.- ¿La pose de no entender?
El intelectual era el que no llegaba a noble así que para demostrar que eras noble era mejor no tener esos achaques de leer libros»
JAVIER GOMÁ
R.- Esta pose viene de hace mucho tiempo. España tuvo una relación muy problemática con la modernidad, sobre todo sus clases altas que eran más bien partidarias de la resistencia a la modernidad. El intelectual era el que no llegaba a noble así que para demostrar que eras noble era mejor no tener esos achaques de leer libros y decir ideas, que eran de pobres. Otros países europeos no tenían ese antagonismo.
Pero claro, nosotros estuvimos siete años a caballo haciendo la reconquista y cuando ya habíamos terminado, en 1492, descubrimos América y seguimos a caballo. Mientras, los demás están haciendo industrias, están haciendo comercio, están creando instituciones… están concibiendo la gran cultura burguesa y de clase media característica de la modernidad.
Por eso, España apenas tiene científicos que estén en la historia de la ciencia, ni filósofos en la historia de la filosofía. Llegamos tarde a la economía de mercado y al mundo de la empresa, al concepto de la ciudadanía. No tenemos grandes compositores de ópera o de sinfonías… España en eso ha fallado.
P.- En 2016 dijo en varias ocasiones que vivimos (vivíamos) en la mejor época de la Historia, ¿lo hacemos también en 2023 tras el covid y la guerra de Ucrania?
R.- Ese juicio no está condicionado a lo que pase hoy o mañana, sería cierto aun cuando la guerra de Ucrania durase 10 años y murieran 7 millones de personas porque todo esto que para lo individual pueden ser desgracias estremecedoras no condicionan un juicio sobre la colectividad del mundo, refiriéndome sobre todo al mundo occidental.
Pero más que el mejor momento diría que es el momento menos malo, no sólo en lo material, para lo cual no se necesita argumentar demasiado – esperanza de vida, de sanidad, de riqueza, de condiciones humanas- sino sobre todo en un sentido moral que es el que más me importa distinguir y que diferencia mi punto de vista de los que llaman filósofos optimistas.
En los últimos tiempos entre los hombres y las mujeres hemos creado un artificio que se llama cultura, en virtud de la cual los más débiles son los que son más dignos de protección. Es decir, se ha producido el paso de la ‘ley del más fuerte’ a la ‘ley del más débil’. Entonces, si te acercas a alguna de las bolsas de los grupos tradicionalmente más discriminados por su debilidad -un pobre, un enfermo, una mujer, un anciano, un homosexual, un parado, un disidente político…- y les preguntas en que otra época les gustaría vivir, incluso el más rabioso de los antisistema no pueden por menos de reconocer que en esta.
¿Quiere esto decir que somos perfectos? No, pero somos el sistema menos imperfecto. ¿Quiere decir eso que somos felices? Tampoco, por alguna razón domina el descontento.
P.- Pero si estamos más protegidos, tenemos más recursos y vivimos en la época menos mala, ¿por qué no íbamos a serlo?
R.- La felicidad es un concepto anticuado, que pertenece a otra época. Hasta el siglo XVIII dependía de una visión del mundo que yo llamo cosmovisión, donde la interpretación de las cosas era una interpretación cósmica, lo que importaba era el conjunto. Si había un terremoto o se morían 1.000 personas en una batalla era un drama para ellos y para sus familiares, pero el universo seguía siendo bello, majestuoso, hermoso, amable, divino… Por tanto, nada realmente importante había sucedido para la realidad, sólo para esos individuos.
Ser feliz, entonces, era ocupar la posición que se te había asignado en el orden general, en el cosmos. Si eras emperador pues tenías que ser un buen emperador, si eras siervo tenías que ser un buen siervo, o eclesiástico o pastor, cada uno de acuerdo con la jerarquía establecida en el orden general y ser feliz era la realización de ese designio. Aristóteles dice con toda claridad que somos entelequias en el sentido de que tenemos una visión y nuestra felicidad se desprende de nuestra misión y no tiene nada que ver con la felicidad en el sentido de un estado romántico de euforia subjetiva, es más bien la sensación de un trabajo bien hecho.
P.- ¿Y cuándo empezamos a ser egocéntricos e infelices?
Habiendo sido el hombre una excepción a la naturaleza esta es bastante traidora y le destina al mismo fin que al mosquito o la polilla: el sepulcro»
JAVIER GOMÁ
R.- En el siglo XIX y es el cambio más importante en la historia universal, el paso de la visión de la realidad como cosmos a la visión de la realidad como individuo. El individuo empieza a sentirse embargado por la conciencia de su propia importancia porque se da cuenta de que posee una dignidad infinita y que es una excepción de la naturaleza.
La naturaleza tiene águilas, tiene montañas, tiene insectos y de repente tiene una cosa que se llama hombre o mujer que tiene una conciencia de su propia dignidad -algo absoluto, inherente al hecho de estar vivo e infinito- y sin embargo descubre que habiendo él sido una excepción a la naturaleza esta es bastante traidora y le destina al mismo fin que al mosquito o la polilla: el sepulcro.
Entonces, tienes una dignidad parecida a los dioses y estás destinado a lo mismo que un bicho. Esto es totalmente incompatible en la conciencia, en la esencia trágica del hombre, con el concepto de felicidad.
P.- ¿Y qué mueve al ser humano si no es la búsqueda de la felicidad?
R.- La dignidad. El propio Aristóteles dice que su concepto de felicidad vale mientras se reúnan algunos bienes. El pone el ejemplo de Príamo, el padre de Héctor en La Ilíada que fue testigo de cómo mataban a varios de sus hijos, y el filósofo dice: «Yo no le puedo pedir que sea feliz», es decir, la felicidad incluso para Aristóteles está condicionada. En cambio, el concepto de dignidad lo puedes tener en la cola entrando en el horno de Auschwitz. Mientras te quitan la ropa y las muelas de oro nadie se llamaría feliz, pero si digno. Por lo que la dignidad es universal.
P.- Publicó en 2009 el libro Ejemplaridad pública, el tercero de su tetralogía, y desde entonces no hablamos de otra cosa, ¿hemos entendido el significado del concepto? ¿Lo estamos usando bien?
R.- Por supuesto que no, pero ni me extraña ni me enfada. Suelo poner como ejemplo que cuando a principios de 2009 mandé el libro a la editorial me dijeron que les gustaba mucho pero que el título (Ejemplaridad pública) no tenía ningún interés. Fui tozudo y lo mantuvimos pero lo cuento para ilustrar hasta qué punto no estaba el concepto en el aire.
Lo publicamos a mediados de ese año y ya en el discurso del rey Juan Carlos I de diciembre él dijo la palabra ejemplaridad aunque no con su verdadero significado. Suelo explicar que usamos el término refiriéndonos a lo que yo llamo ejemplaridad antipática: un político que se salta un semáforo o no paga la cuota de la Seguridad Social de una empleada.
¿Cuál es su secreto de Cervantes? La combinación única de tres características: el idealismo, la cortesía y el humor»
El concepto original es de dignidad y de belleza, no un instrumento político para humillar al adversario del signo contrario ni tampoco un concepto de catecismo que si te saltas un semáforo en rojo viene mister ejemplaridad [a Javier Gomá le han llamado durante años de periódicos, radios y televisiones cada vez que un político defraudaba, mentía o aparcaba en doble fila] y te echa la bronca…
Un gran ejemplo es Cervantes, que fue un tipo de mil incidentes en su vida. Un hombre de vida errática en muchos aspectos, que estuvo muchas veces en la cárcel… Pero la imagen de la vida que ha dejado es extraordinaria por lo que es ejemplar. ¿Cuál es su secreto? La combinación única de tres características: el idealismo, la cortesía y el humor y eso nunca nadie lo había hecho en una proporción semejante.
P.- ¿Pero no tenemos a alguien ejemplar más contemporáneo que Cervantes?
R.- Soy un escurrebultista, un profesional de escurrir el bulto. Como ciudadano tengo muchas opiniones pero como filósofo procuro no tener porque me siento concernido por la idea general y así no acabo convirtiéndome en un bocazas.
La ejemplaridad es un ideal y un ideal no existe, es una propuesta de perfección y nosotros nos movemos en un mundo imperfecto. Todos nos aproximamos como tensión pero se aleja como el horizonte a medida que vas avanzando por el camino.
P.- Le han pedido varias veces que entre en política. ¿El escurrebultismo se lo ha impedido?
R.- (Ríe) Creo que escribir un gran libro es mil veces más importante que ser ministro, que no hay nada más importante, en esta supuesta guerra cultural, que escribir un libro bueno. Mucho más que firmar 1.000 manifiestos e ir a manifestaciones porque un libro bueno, como por ejemplo uno de Platón, todavía se lee y es capaz generar conciencias.
También te digo, hace 30 años me habría equivocado porque con veintipico años tenía una pulsión por contar, por influir, por estar… que a lo mejor hubiera caído pero ahora estoy total y absolutamente despejado de ninguna fascinación por lo político, tampoco de ningún desprecio. A mí los políticos no me decepcionan porque no tengo excesivas expectativas.
P.- Hubo una vez en la que sí le decepcionaron y cambió al filósofo por el ciudadano, en 2017 con el referéndum catalán.
R.- Sí, me pareció que como ciudadano tenía que romper mi abstención. Pensé: «¿Javier, tú puedes ser contemporáneo de lo que está pasando y no abrir la boca?» Como filósofo sí, pero cómo ciudadano no.
Hice dos o tres declaraciones en las que expresé de manera rotunda mi postura respecto a lo que estaba ocurriendo, que todo me parecía profundamente chapucero. Acepto que la gente piense distinto a lo que tú piensas pero aquel acto me parecía incívico.
P.- ¿Qué opina ahora del cambio de penas para la sedición, la malversación y la corrupción?
R.- Alguien dijo: “Este gobierno va a acabar con la corrupción por la vía de derogarla, a partir de entonces ya no habrá corruptos”. Me hizo gracia y me pareció afortunado.
El que está en el gobierno hace todo lo que puede siempre por mantenerse en el poder, si es en época democrática por vías democráticas, si no es en época democrática, por las vías que sean. Cuando a veces oyes a un político y dices: ¿Cómo puede decir estas majaderías? Te lo explicas porque no te está hablando a ti, está hablando a su grupo, movilizando a sus simpatizantes, está intentado ganar de otros partidos… No es que haya tenido un trastorno provisional de la mentalidad y diga esas necedades, es que responde a su propia racionalidad.
Pero es que cuando analizas la política, siempre tienen la misma racionalidad que es obtener el poder o mantenerse, por lo que este señor ha tomado medidas que él considera que son favorables para mantenerse en el poder, ¿Cuál es la noticia? Yo no la encuentro. Otra cosa es que a mi me parezca mal como ciudadano, porque me parece que hay determinados bienes jurídicos que merecen ser protegidos y que dejarlos a la intemperie no es correcto.
P.- Los políticos nos representan pero, ¿nos reflejan como sociedad?
La mediocridad que abunda en la política puede ser un indicio de que las cosas nos van bien»
JAVIER GOMÁ
R.- En parte no. Soy de los que opina que en épocas extraordinarias, como la Transición, la política reclama a los mejores pero una vez que pasa ese estado carismático y volvemos a la normalidad democrática… Prefiero que el talento no esté en política, prefiero que esté en la empresa, en las universidades, en el periodismo, escribiendo libros, en la medicina, en la arquitectura… Eso es un país sano y la mediocridad que abunda en la política puede ser un indicio de que las cosas nos van bien.
P.- Dice que lo que más le ha decepcionado es darse cuenta de que somos cortoplacistas, que nadie piensa a largo plazo.
R.- Cuando yo tenía 16 años pensaba que a todo el mundo le encantaría dedicarse a hacer cosas que perdurarán, que estaban aplazando el momento y una de las sorpresas morrocotudas que me he llevado es que a la gente le importa un bledo. La gente vive y mientras viva…
A la rosa le gusta ser rosa, decía el poeta, y al hombre le gusta ser hombre. Yo he dedicado gran parte de mi esfuerzo a algo que me ayude a perdurar, no a mí, que sé cual es mi destino, el de la polilla, sino a contribuir a encontrar cosas que sean memorables y sin embargo la gente en general se mueve por motivaciones a corto plazo.
Si a mi me viniera un hada madrina y me dijera: «Javier, te garantizo que vas a escribir una obra perdurable pero con una condición, que sea anónima». Lo acepto. Ni a mi mismo me interesa mucho mi nombre sino haber contribuido, como decía Rilke, a arrebatarle a la vida un beneficio. A mi me gustaría hacer una obra más perdurable que el bronce.
P.- Han salido muchos intelectuales alertando sobre la pérdida de la Filosofía en las aulas.
Si todos los poderosos se pusieran de acuerdo a mí me daría miedo pero afortunadamente están divididos, rivalizan y son bastante chapuceros»
JAVIER GOMÁ
R.- No soy partidario de las teorías conspirativas y me dan una pereza bostezante esas declaraciones de que nos quieren dóciles y sin juicio crítico. Lo del espíritu crítico me parece una idiotez.
He defendido la tesis de que una de las esencias del poder es la chapuza. Si el poder pudiera nos dominaría, pero afortunadamente no puede y la chapuza política es una garantía de la libertad individual. Si todos los poderosos, las inmobiliarias, las farmacéuticas, las empresas armamentísticas… se pusieran de acuerdo a mí me daría miedo pero afortunadamente están divididos, rivalizan y son bastante chapuceros. Y así el individuo puede vivir libremente y tranquilo.
En conclusión, lo de la filosofía solo es una chapuza, no es que nos quieran dóciles ni sin espíritu crítico, eso no beneficia al político que es cortoplacista y no piensa en dentro de 20 años.
Pero, ser ciudadano es despertar en ti el propio sentimiento de tu propia dignidad y para esto son muy importantes asignaturas que no tengan una finalidad utilitaria. Si el gobierno pone mucho el acento en la primera finalidad y descuida la otra para mi es mala señal porque tendremos unos ciudadanos que aspiran a ser competentes pero que desconocen el valor de la dignidad.
La esencia de todo, del teatro, de las esculturas, de las novelas, de las grandes obras de arte en cualquier disciplina… es la dignidad. La dignidad de lo humano, la dignidad cuestionada, pisoteada… toda la historia de la humanidad es darle vueltas a la dignidad.
P.- Vulgaridad, un respeto, es el título de uno de los capítulos de su tetralogía.
R.- La vulgaridad es la hija fea de dos padres hermosos que son la igualdad y la libertad, nunca antes la igualdad y la libertad se habían juntado al máximo como ahora. Y al juntarse, al besarse, han producido una hija fea que tiene todos mis respetos por esa genealogía.
No la defiendo pero la respeto. Y dejo claro que la vulgaridad es el punto de partida no de llegada. De hecho toda mi literatura es un paso de la vulgaridad a la ejemplaridad pero no para volver a la situación elitista y jerárquica del pasado. Soy partidario de la igualdad y la libertad pero es cierto que está produciendo unos grados de vulgaridad que ni yo mismo había imaginado…
Hemos conquistado la libertad, hemos conquistado la igualdad y el mix ha producido la vulgaridad»
JAVIER GOMÁ
La cultura es mediación. Te ponen un plato de pollo y puedes cogerlo con las manos pero la cultura se inventa el cuchillo y el tenedor. Por esas mediaciones pasamos de la coacción, no lo haces por miedo a una multa, a la autocoacción. En El principio de la civilización, de Norbert Elías, cuenta que los aristócratas, los nobles, se reunían con el rey a comer en la Edad Media y comían y descomían sobre la misma silla que tenía el dispositivo adecuado. De pronto, a alguien se le ocurrió una cosa tan maravillosa como es el retrete -que viene de retraerse-, es decir, una cosa es comer y otra descomer. El asco es el motor más importante que ha existido nunca en la moralidad. ¿Qué quiere decir el asco? Que tu te autocoacciones, que aunque te apetece descomer no lo haces ahí si no que vas a un lugar apartado.
Es decir, la cultura es mediación, coges tu espontaneidad instintiva y la educas. Y la vulgaridad es de la segunda mitad siglo XX y XXI por la que la espontaneidad no educada se presenta con la misma legitimidad que la educada y eso no había pasado nunca en la historia de la humanidad. Hemos conquistado la libertad, hemos conquistado la igualdad y el mix ha producido la vulgaridad, algo espeluznante pero que merece mis respetos.
P.- Un hombre de 50 años, es el título de su trilogía teatral. ¿Qué pasa a los 50 años?
R.- En mi caso la meditación que te inspira la contemplación del cadáver de mi padre. Cuando un ser mitológico se convierte en cadavérico. No es solo un inconveniente, es ontológico. Un ser que estaba antes que tú, que te precede en todo, que cuando tú no decías ni tu nombre ni mamá, ya estaba ahí y de repente a esa figura la ves convertida en cadáver.
En la trilogía teatral lo llamó el oscuro secreto y te produce una sensación helada que te obliga a elegir, puedes definitivamente convertirte en un cínico o puedes encontrar el procedimiento para recuperar alguna forma de entusiasmo e idealismo y esta segunda fórmula es lo que yo he llamado ingenuidad aprendida.
P.- La muerte de su padre, ya enfermo y con 85 años, le parte en dos. ¿No cree que la naturalidad está en sufrir la pérdida más que en naturalizarla?
R.- La muerte está constantemente presente en la sociedad. La vemos en los videojuegos de nuestros hijos, en el telediario… pero es abstracta. Como dato la tenemos presente pero no como conciencia. Cuando murió mi padre, había escrito un montón de veces sobre la muerte y la mortalidad pero una cosa es hablar de ello y otra es el desgarro de la orfandad. Para mí fue un acontecimiento. Y como digo en el monólogo “¿Pero vamos a ver, tú qué te pensabas? Tu padre era mayor, estaba enfermo y la gente se muere y lo sabes”. Pues me conmovió de una manera que yo no había previsto.
En ese momento experimentas algo difícil de contener que es la sensación de fecha de inicio y fecha final, ves el cuadro cuando ya está terminado y no tienes capacidad de influir en él. Eres un rehén de lo que ha ocurrido. Pero van pasando los días y te das cuenta de que tú mismo serás la imagen de la vida para otros y vas pasando del duelo del pasado a la proyección hacia el futuro. Tú todavía estás a tiempo de mejorar algunas cosas del cuadro que estás dibujando para dejarlo a los tuyos cuando te mueras. Y eso de poder mejorar colores, sombras, líneas de mi vida futura… pues te ayuda a seguir.
P.- ¿También le ayudó ser un campeón del chistemalismo?
R.- (Ríe) Sin duda, aunque me costó volver a practicarlo. No sé porque me produce placer la cara de asco de mis hijos cuando lo hago. Es una cara como de repugnancia, de vergüenza ajena… Y luego pienso que es una herramienta educativa.
P.- ¿Podría llegar a ser el ayer el momento menos malo para vivir?
R.- Absolutamente, sí. Mi tesis es que si hemos comprendido algo es que la historia son arenas movedizas, no hay nada seguro, todo puede ocurrir. Lo más llamativo de la era democrática en la que vivimos es que hemos comprendido que con independencia de ideas religiosas o trascendentes ya no reconocemos ninguna instancia superior al hombre y la mujer entonces lo que ocurra será lo que nosotros digamos que ocurra y puede producirse un trastorno colectivo en el que retrocedamos todo lo que hemos avanzado en los últimos 1.000 años.
El Imperio Romano cayó muy rápido y tuvimos una regresión durante mucho tiempo y esa regresión puede ser irreversible. Por eso es tan importante la educación de la conciencia porque antes era un fenómeno privado pero ahora ya no, ahora lo que ocurra con nosotros solo depende de nosotros, no está el concepto de proveniencia ni de derecho natural o destino.