En 2009 a Julia le detectaron autismo. En ese momento la pequeña tenía solo 18 meses y su madre Ana María, que era profesora de música, cuenta que no sabía absolutamente nada de la enfermedad. Aunque su hijo mayor tenía Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDH), era una problemática con la que «más o menos se podía lidiar» a la hora de que asistiera al colegio. Pero lo de Julia fue para su madre «el remate final»: «Los médicos me dijeron que mi hija iba a ser como una planta. Había que regarla, porque si no se moriría, pero no iba a hacer nada. En ese momento lloras un poco, porque hay que llorar. Pero con el tiempo se te van secando las lágrimas».
Ana María dejó su trabajo para encargarse de su hija y entender un poco mejor qué era esa enfermedad y en qué iba a cambiar sus vidas. Con los años llegó a la conclusión de que a pesar de vivir en Madrid la oferta educativa pública para los niños con espectro autista era, a su juicio, insuficiente, y estaba mal adaptada para sus necesidades. «Hay un autista cada 100 niños, pero son invisibles para todo el mundo. No hay nada público, la familia puede, paga. No hacen más que tirar dinero, pero eso no es ayudar a nadie», relata.
Ana María y Andrea junto con Christian, arquitecto que está diseñando los planos del futuro colegio
Para solventarlo, hace cinco años Ana María y su amiga Andrea, que también es profesora de música, idearon un centro académico que solventara todas esas carencias. Nace así el proyecto del Colegio Semillas, donde se desarrollaría una «inclusión verdadera», y que tendría como pilares principales «la unidad familiar y los valores sociales y humanos». La enseñanza estaría basada en juegos y habría titulaciones regladas en artes, deportes e idiomas. En ese centro tendrían cabida los alumnos con autismo, pero también con asperger, TGD o cualquier otro síndrome o trastorno similar. En definitiva, todos aquellos estudiantes que a día de hoy, según Ana María, son «los bichos raros, los que molestan y quieren mandar fuera de los colegios para que se encargue de ellos otro centro».
Los alumnos del Colegio Semillas convivirían desde pequeños con otros que no sufrieran ninguna enfermedad. Desde los cero hasta los seis años, de hecho, estarían todos juntos, (aunque siempre tendrían especialistas cerca), y a partir de ahí cada uno seguiría las clases en la medida de sus posibilidades. «Si no hacemos esto llega un momento en el que los niños se pierden. Lo ideal es que esto surgiera del Estado y se hiciera un colegio público. Eso es lo que defendemos. Pero no quieren reconocer que el sistema educativo está mal, no escuchan», asegura Ana María.
Con el tiempo la iniciativa ha ido cobrando cada vez más cuerpo. En agosto de 2022 las dos profesoras fundaron la Asociación Semillas, desde la que pretenden gestionar la construcción del colegio. Para trazar los planos del nuevo edificio contactaron con un equipo de arquitectos, que llevan trabajando un año en el proyecto de manera completamente gratuita. Lo que sí tienen ya es su propia página web, donde se detalla punto por punto todos los aspectos relativos al funcionamiento del centro, sus programas, metodología, instalaciones y servicios.
Me detectaron un tumor en la cabeza, que me afecta al oído y cuerdas vocales. No sé cuánto se desarrollará, pero siempre digo que probablemente me moriré antes ver el colegio funcionando
ana maría rojo
Ahora buscan mecenas para financiarlo, aunque no quieren hablar de fechas para ponerlo en marcha. «La idea surge de la necesidad. Costó mucho forjarla, no salió de la noche a la mañana. Así que no manejamos ningunos plazos en concreto. A mí me detectaron un tumor en la cabeza, que me afecta al oído y cuerdas vocales. No sé cuánto se desarrollará, pero siempre digo que probablemente me moriré antes de verlo. Lo dejaré todo por escrito para que se continúe, pero lo voy a luchar hasta el final de mi vida», afirma Ana María.
Mientras tanto, Julia acude ahora a clases de educación especial. Algo que para su madre es simplemente un «aparcacoches»: «Es como aquello que me dijo el médico, regar la planta». Pero no es la primera vez que sienten esa sensación de abandono. «En la pandemia nadie atendía a mi hija. Julia no sigue órdenes, no puede trabajar a través de un ordenador. Lo denuncié a la confederación autista, pero estuvo un año así», se lamenta su madre.
«Giro de 180 grados»
Aunque el modelo educativo que proponen supone «un giro de 180 grados», Ana María asegura que lo han estudiado muy bien para que encaje con las competencias educativas que se exigen: «Los objetivos y contenidos que son obligatorios por ley están todos. Pero no se nos olvida nuestra filosofía».
Las dos impulsoras de la iniciativa tienen claro que la música debe ser otro de los puntos básicos en la educación de los más pequeños. Ana María explica los motivos: «El primer sentido que se desarrolla es el oído. En Estados Unidos y Alemania muchas madres van con un cinto atado en el abdomen para que sus hijos escuchen música clásica. La música es un camino, una educación y un motor. Mi hija no sabe hablar pero yo con ella canto, y así nos comunicamos». Por todo ello, en el Colegio Semillas se exigirá a los profesores tener formación musical y psicológica.
Ana María, que completó sus estudios en Alemania, asegura que «el 95% de este centro» está basado en lo que han visto que se hace fuera de España. «Por eso surge, de la necesidad de hacerlo aquí. ¿Para qué mandarles fuera si podemos hacerlo igual? Ahora todos los alumnos a los que doy clases particulares me dicen que se quieren venir a mi colegio, y me preguntan si está abierto ya. Y así es como tiene que ser. Los niños tienen que estar alegres, es una obligación de los adultos», concluye.