Un repaso a la ola de persecuciones y represalias de los ltimos meses, de Woody Allen a Jos Errasti, Mariano Prez, Jos Mara Pemn, Joshua Katz o Ylla Shapiro
La fiebre canceladora no slo existe, sino que amenaza con arrollar la viabilidad de unos ecosistemas culturales plurales, libres de la paranoia suscitada por el miedo a las represalias. Curiosamente, o no tanto, los promotores de cancelar al prjimo tachan de burdo rumor el fenmeno que ellos mismos promueven. En nombre de la correccin, los derechos de las minoras o el cuidado de la opinin pblica, abundan los nombres sealados en redes sociales, injuriados por los mass media y despeados por unas instituciones y unas empresas en bancarrota moral. Entre los intocables sigue muy viva la persecucin contra Woody Allen, eptome del inocente abrasado en las parrillas de la pureza. En una rara entrevista, concedida a su amigo Alec Baldwin, uno de los pocos actores de Hollywood que en este asunto ha demostrado dignidad y coraje, el director de Annie Hall confiesa que ha perdido las ganas y es posible que la pelcula que ahora rueda sea la ltima. Algo comprensible, lo sorprendente era que resistiera, despus de que le hayan defenestrado empresas como Amazon y editoriales como Hachette, luego de que un comando de inquisidores husmeara supuestas pruebas de sus gustos pedfilos a partir de una interpretacin de sus pelculas digna de unos ayatols en busca de homosexuales o un juez del TOP franquista a la caza de rojos.
EE.UU., tan dado a los pnicos morales, cuna del wokismo, destaca como campo de pruebas de las cancelaciones. Ms all de unos estudios de cine amedrentados por el discurso matonil de gente tan poderosa como Natalie Portman y Oprah Winfrey, la academia y los campus universitarios lucen como algunos de los territorios ms proclives al histerismo colectivo y los asesinatos reputacionales. En las facultades, por hacer recuento de los ltimos meses, sobresalen affaires como el del profesor de clsicas Joshua Katz, despedido por la universidad de Princeton como castigo por la relacin que mantuvo hace 15 aos con una alumna. Pero Katz sostiene que los problemas arrancan en 2020, cuando publica en la revista Quillette un artculo donde criticaba las propuestas supuestamente antirracistas de la propia facultad, los profesores y los alumnos. Su abogada, Samantha Harris, le explic al New York Times que “la decisin de la universidad tendr un poderoso efecto inhibidor sobre la libertad de expresin, pues cualquiera que desee expresar una opinin controvertida tendr que preguntarse antes si su vida personal puede soportar el tipo de escrutinio implacable al que estuvo sometido el doctor Katz desde que public su artculo en Quillette“.
No lejos, en la Universidad de Georgetown, un profesor de Derecho, Ylla Shapiro, haba escrito en redes sociales que “objetivamente, la mejor opcin para Biden [de cara a nominar a un juez para la Corte Suprema] es Sri Srinivasan, un progresista slido y muy inteligente, que incluso cuenta con el beneficio de las polticas de identidad, dado que sera el primer asitico estadounidense [nominado al Supremo]. Pero, por desgracia, no encaja con lo ltimo en jerarquas interseccionales, por lo que [Biden] elegir a una mujer negra menos valiosa”. Casi inmediatamente fue suspendido de empleo y sueldo. Aunque su caso se sald con una victoria legal, Shapiro dimiti de su empleo. En una tribuna publicada en el Wall Street Journal declar que el despido de Katz le haba demostrado que “cualquier cosa puede ser utilizada como pretexto para castigar los discursos incorrectos”.
“La libertad de expresin nos est matando”
En 2019, en un editorial histrico, el periodista Andrew Marantz, del ‘New York Times’, lamentaba que la opinin sin quitamiedos, que inunda las redes sociales, “nos est matando”. Su lamento no estaba respaldado por la evidencia emprica. A Marantz le sobraba con sus intuiciones. En realidad, como le dijo Robby Soave en ‘Reason’, nunca como ahora la libertad de expresin haba gozado de tantas protecciones en EEUU y nunca los nmeros del crimen fueron tan bajos. Pero los censores de guardia no cejan en su empeo de exigir mordazas para las ideas que juzgan ‘nocivas ni de reclamar la cancelacin de las personas que molestan
En Espaa los psiclogos Jos Errasti y Marino Prez, autores de Nadie nace en un cuerpo equivocado (Deusto), salen a un par de jauras por cada presentacin, con los antidisturbios desplegados para protegerlos y los brbaros a las puertas. No hace mucho, cuando llevaron su libro a Baleares, circul un panfleto/bomba, donde los activistas los acusaban de fomentar el odio. Una hora antes de la conferencia, el rector de la universidad, Jaume Carot, suspenda el acto, comunicado mediante. “Quin lo lea”, lamentaba Errasti en Twitter, “no sabr si nuestra seguridad la comprometan un huracn o unos matones fascistas (…) Incluye la retrica habitual sobre la universidad y el debate libre de ideas, pero ni una frase de condena a los activistas posiblemente violentos”. Imperdonable. Que le pregunten a Vctor Gutirrez, secretario de asuntos LGTBI del PSOE, que calific de “mierda” el contenido de Nadie nace… “Tengo suficiente con haber ledo el ttulo”, escribi. Lo de Gutirrez son las supuraciones habituales de quienes queman libros sin franquear solapas.
Tampoco es la primera vez que una universidad espaola reacciona con bisbiseo hipcrita al intento de chantaje organizado por unos romeros kaleborrokas. Todava duele el caso del filsofo Pablo de Lora, catedrtico en la Autnoma de Madrid, investigador visitante en universidades como Syracuse, Berkeley, Oxford y Harvard, autor de libros como Lo sexual es poltico (y jurdico) (Alianza Editorial) y El laberinto del gnero. Sexo, identidad y feminismo (Alianza Editorial). En diciembre de 2019 De Lora sufri un escrache en la Universidad Pompeu Fabra. Fue durante un whorkshop sobre el gnero, al que fue convocado junto a otros especialistas, para reflexionar sobre la identidad sexual desde el punto de vista filosfico, jurdico y poltico. Cometi el pecado de intervenir con una conferencia titulada Cmo ser un trans? Cuatro paradojas sobre identidad de gnero.
Quienes crean que el chapapote no llegara Espaa haran bien en recordar otros casos, como el de Plcido Domingo, vetado de forma ignominiosa por el Ministerio de Cultura. O el del profesor del Teatro de Barcelona, Joan Oll, denunciado por varias alumnas que, por lo visto, se arrepienten ahora de haber consentido entonces.
Tampoco la historia y la literatura salen indemnes. El escritor Jos Mara Pemn, por ejemplo, ha sido reivindicado por su nieto, Daniel Garca-Pita Pemn, autor de El caso Pemn (la condenacin del recuerdo), que denuncia cmo la mal llamada Memoria Histrica sirve para “castigar tirnicamente a la parte equivocada de la historia”. Al franquista gaditano le han quitado placas y calles. Pero no a los poetas y novelistas que en esos mismos aos justificaban el gulag o daban loas a Stalin. Srdidos efectos colaterales fruto de la cpula entre la damnatio memoriae auspiciada por los antifascistas sobrevenidos y los afanes censores de los modernos herederos de Il Braghettone.
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