La semana que está a punto de concluir nos ha dejado una nueva página de todo aquello en lo que no debe convertirse, ni la vida política ni la parlamentaria, en un país que ocupa, por derecho propio, el cuarto lugar en las economías de la Eurozona. El debate del proyecto de ley más importante de cuantos debe acometer un gobierno cada año, el de los Presupuestos Generales del Estado, ha vuelto a estar, un año más, trufado de electoralismo, de acusaciones cruzadas entre los grupos mayoritarios de la Cámara, y de una alarmante falta de adecuación a los intereses y a las angustias rales de los ciudadanos que, sinceramente, en unas circunstancias tan difíciles como las que atravesamos, no creo que merezcan.
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